LA INTENSA DINÁMICA NARRATIVA DE
ERNESTO SÁBATO
FERNANDO UREÑA RIB
LA NARRATIVA INTENSA Y DINÁMICA DE
ERNESTO SÁBATO
La narrativa de Ernesto Sábato recorre siempre un trecho temporal, físico y emocional que subvierte de inmediato al lector, haciéndole arrinconarse o expandirse, empujándole cuesta abajo o cuesta arriba y haciéndole, en suma participar y ser protagonista casi de la historia narrada.
Sábato conjuga toda una urdimbre, a veces escalofriante, de la que no es posible huir. Atrapado en la vorágine narrativa y en la presencia gráfica y visual del personaje, nos sentimos alertas e impotentes ante el augurio de un destino brutal. El narrador se apodera de todos los sentidos del lector y se deleita en infundirle estremecimientos, extremas discordias interiores, y rebeldías contra una sociedad que a la vez le es hostil.
La estética de Sábato es pues, la del hombre angustiado e indefenso del siglo XX, quien lucha por una liberación que sólo es posible con el precioso regalo de la muerte.
Fernando Ureña Rib
Ernesto Sábato nació en Rojas, provincia de Buenos Aires, en 1911. Hizo su doctorado en física y cursos de filosofía en la Universidad de La Plata. Trabajó luego en el Laboratorio Curie, en París, y abandonó definitivamente la ciencia en 1945 para dedicarse exclusivamente a la literatura. Ha escrito varios libros de ensayos sobre el hombre en la crisis de nuestro tiempo y sobre el sentido de la actividad literaria –El escritor y sus fantasmas (1963), Apologías y rechazos (1979)-, y tres novelas: El túnel (1948), Sobre héroes y tumbas (1961), y Abbadón el exterminador (1974).
Dice Sábato: “Puede parecer un acto de horrible esnobismo que tres crisis fundamentales de mi vida se sucedieran en París, pero efectivamente así fue. La primera se produjo en el invierno de 1935, cuando yo era un muchacho de 24 años. Desee 1930 milité en la Juventud Comunista, cuando la dictadura del general Uriburu. Abandoné estudios, familia y mis comodidades burguesas. Viví con nombre supuesto en La Plata, en cuyos suburbios estaban los dos frigoríficos más grandes del país, donde se explotaba despiadadamente a toda clase de inmigrantes, que vivían amontonados en tugurios de zinc, rodeados de pantanos de aguas podridas. Repartíamos manifiestos, participábamos de la organización de huelgas. Hacia 1933 fue ya secretario de la Juventud Comunista, cuando habían empezado mis dudas sobre el estalinismo, y entonces resolvieron mandarme a las Escuelas Leninistas de Moscú, a purificarme. Si hubiese ido, no habría vuelto jamás vivo. Tenía que pasar previamente por Bruselas, por un congreso contra el fascismo y allí supe con horrendos detalles de los “procesos” de Moscú. Me escapé a París, viví un invierno muy duro en la piecita de un compañero disidente, mientras el partido me buscaba. Logré volver a la Plata, donde proseguí mi carrera en física-metemática. Cuando terminé mi dieron unabourse para trabajar en el laboratorio Curie, donde trabajé durante casi un año y, allí en París, asistí a la ruptura del átomo de uranio, que se disputaban tres laboratorios: ganó la “carrera” un alemán. Pensé que era el comienzo del Apocalipsis. Viví en una confusión horrible, mientras escribía mi primera novela y cometí la infamia de dejar que Matilde se volviera a la Argentina con nuestro primer hijo, de pocos meses, mientras yo tenía una amante rusa. La tercera crisis fue consecuencia de todo esto, y de mi vínculo con los surrealistas: Domínguez, Matta, Wifredo Lam y otros. En otro día de invierno fuimos con Domínguez, a la tarde, al Marché aux Puces y volvimos después en el Metro hasta Montparnasse, donde tenía su estudio Domínguez. En la calle, ya era de noche, en un especie de nevisca, Domínguez se detuvo y me dijo:”¿Qué te parece si esta noche nos suicidamos juntos ?” No era una broma, era muy propenso, como lo probó años después. Yo me negué, aunque también me atraía el suicidio: me salvó mi instinto, y aquí estoy, junto a la Matilde de todos los tiempos, una de esas “mujeres fuertes de la Biblia”, que está muriendo, en medio del dolor más profundo de mi vida, en el final de una existencia muy compleja.” (Ernesto Sábato, 24 de enero de 1995)