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Edgar Negret

April 5, 2019 By dillon Leave a Comment

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AMÉRICA, EN LA ESCULTURA DE

EDGAR NEGRET

FERNANDO UREÑA RIB

Que un escultor domine la materia, cualquiera que esta sea, y consiga con ella un conjunto de formas que se distingan de inmediato como propias y auténticas implica no solo un gran talento, sino una dedicación casi absoluta al arte de la escultura. Esto es lo que consigue sin dudas el escultor caucano Edgar Negret Dueñas.

Pero no sólo eso. Negret desborda los límites de su imaginación creadora y es posible ver, palpar y sentir a América, la enorme cordillera, las cataratas y las selvas en estas abstracciones del metal, moldeado con brío y saña, para que muestre el gran continente que somos, desde el discreto silencio de las formas.

Negret hace hablar la materia.  La convierte en vasos comunicantes,  en ideas forjadas (literalmente) por la sierra, el soplete y el fuego. Una limpieza de perfiles, una incuestionable autoridad en la verticalidad de las líneas y sobre todo, un juego de variables visuales, de posibilidades de observación, y en suma: una riqueza poética suprema, hacen de este escultor uno de los hitos de América.

Negret no es sólo colombiano, es nuestro. Es un gran escultor de América.

FERNANDO UREÑA RIB

 


EDGAR NEGRET DUEÑAS

Escultor caucano (Popayán, 1920). Hijo del general Rafael Negret Vivas y de María Dueñas, Negret estudió en la Escuela de Bellas Artes de Cali entre 1938 y 1943. A1 año siguiente, conoció en su ciudad natal al escultor vasco Jorge de Oteiza, quien lo puso al tanto de la escultura moderna.

Así, después de sus figuras erguidas o reclinadas, realizadas en la escuela dentro de una concepción convencional, Negret trabajó entre 1944 y 1948 una serie de yesos de innegable calidad, que anticipan su enorme inventiva. Son cabezas (de los poetas Guillermo Valencia, Porfirio Barba-Jacob, Gabriela Mistral y Walt Whitman), algunos temas religiosos (Virgen, Cabeza del Bautista, Ascensión, Mano de Dios y Anunciación), algunos temas mitológicos (Tritón y Venus) y La muchacha en la ventana. Aunque en las cabezas se reconocen los personajes, estas esculturas son básicamente abstractas por ser ante todo formas esenciales, alejadas de los pormenores.
Entre fines de 1948 y 1950, Negret realizó su primer viaje a Nueva York. Allí, a más de algunas cerámicas biomórficas, realizó sus primeras construcciones. Entre ellas se destacan El nido y Rostro de Cristo, ambas de 1950. En una y otra, la lámina de metal y el alambre aluden a los temas sin ninguna proclividad naturalista. En 1949 Negret había realizado otra escultura en metal: Vaso con una flor, un dibujo hecho en varilla de hierro que no sólo representa el tema sino delimita el espacio real. Luego de una breve temporada en Colombia, Negret viajó a Europa; vivió en París, Barcelona, Madrid, Mallorca y St. Germain-en-Laye, entre 1950 y 1955. Inicialmente siguió trabajando yesos.
En estas nuevas esculturas la abstracción predomina sobre cualquier alusión figurativa, tal como lo corroboran los propios títulos de las obras: Dirección sur, Homenaje a Gaudí, Columna conmemorativa de una masacre, etc. Luego de ver en París la retrospectiva póstuma de Julio González en 1953, Negret pasó a utilizar el hierro. Estas construcciones realizadas en Palma de Mallorca, entre 1953 y 1954, ya sugieren aparatos o máquinas. A fines de 1955 y hasta 1963 Negret se instaló en Nueva York. Durante estos años ejecutó la serie denominada Aparatos mágicos en la que, por primera vez, empleó el aluminio (que desde entonces será su material exclusivo) y luego de intentar unir las diferentes piezas con dobleces se decidió por la utilización de tuercas y tornillos.

La serie se caracteriza por el empleo de elementos geométricos y por el rigor compositivo; también por el color: las construcciones están pintadas de negro, blanco, rojo y azul. Luego de quince años de ausencia, Negret regresó al país en 1963, y desde entonces ha vivido en Bogotá (donde ya había expuesto en 1958 y 1962), con un corto intervalo en Cali entre 1968 y 1971. En 1963 participó en el XV Salón de Aristas Colombianos y ganó el primer premio en Escultura, con Vigilante celeste. En 1967 volvió a obtener el primer premio en el XIX Salón Nacional, con Cabo Kennedy.

A partir de los primeros años sesenta, las esculturas de Negret encuentran un elemento nuevo: El espacio interior que surge de la lámina de aluminio doblada y enfrentada a otra similar. El vacío, que ya había trabajado en Cabeza del Bautista, se convierte en un elemento importante en sus primeros Navegantes, y durante mucho tiempo estará presente en su producción. El espacio interior da volumen a la construcción y, sobre todo, enriquece la composición que se convierte en un contraste permanente de formas metálicas y de formas espaciales, limitadas por el aluminio doblado.
En estos mismos Navegantes se afianza la presencia de elementos repetidos, verdaderos módulos que ya habían hecho su aparición en las primeras construcciones de Mallorca. Dos ripos de esculturas predominaron en la producción de Negret desde los primeros años sesenta: los Navegantes, siempre flotantes, con pocos puntos de apoyo, y los Puentes, siempre extendidos entre dos puntos, firmes y bien sostenidos.
Luego aparecieron las series Cabo Kennedy, Géminis, Acoplamientos y, simultáneamente, las Torres, Edificios, Templos, Columnas y Escaleras, entre otras construcciones.

Negret nunca ha puesto sus títulos arbitrariamente, siempre ha acertado en esas denominaciones, que tienen algo en común: todas se refieren al mundo de las construcciones, ese mundo extraordinario que, a lo largo del siglo y gracias a la tecnología, ha realizado los aparatos más prodigiosos de navegación aérea en la atmósfera y el espacio abierto, los puentes, las estructuras y los edificios más grandes y sorprendentes de la historia de la humanidad.
Pero sus construcciones no sólo aluden a esas obras de la ingeniería y la arquitectura contemporáneas, son obras de arte, creaciones escultóricas con leyes propias que traducen un mundo material en formas completamente inventadas. La serie de Los Andes inicia una nueva etapa en la producción de Negret.

A primera vista, la morfología no es demasiado diferente de las composiciones precedentes; sin embargo, estas esculturas recuerdan el poderío de nuestras montañas, su concatenación, su apariencia similar, sus picos y sus depresiones profundas. Las metamorfosis de 1981 tienen una novedad que poco a poco se irá enfatizando: los planos que se articulan entre sí sin recurrir a los enfrentamientos con otros para crear espacios internos, y si esto último ocurre, el vacío no es tan importante como sucedía en la mayoría de las esculturas anteriores.

El carácter protagónico de los planos distingue su producción de los últimos años de buena parte de sus construcciones previas. Trátese de los Arholes, los Soles, las Lunas, los Templos solares, los Relojes solares, las Medidas, los Muros del Cuzco, etc., para sólo mencionar algunas de las obras recientes, son los planos los que presiden las construcciones, levantándose, doblándose o curvándose sin la presencia de los planos enfrentados para crear un vacío.

Los espacios se logran ahora por las separaciones entre los planos, por sus inclinaciones y no por el recurso de enfrentamiento para darle volumen a las esculturas. Luego de todas las construcciones “abombadas”, Negret ha pasado a trabajar los cuerpos de sus esculturas a base de planos, y así, pendiente de las superficies, se ha aproximado a la pintura. Obras como los Quipus, las Banderas del Inca, las Lagunas, todas con varios colores, son especie de pinturas sobre soportes de aluminio.

La simple enumeración de algunas de las obras de los últimos años indica que Negret ha dejado en segundo plano el mundo de la astronáutica, la ingeniería y la arquitectura contemporáneas, y que ahora prefiere concebir sus construcciones a partir de su interés cada día más grande por la naturaleza y el arte precolombino, especialmente el de la cultura de los incas. Desde siempre, Negret se ha sentido atraído por la naturaleza y también desde hace mucho tiempo ha sido un estudioso y un coleccionista del arte prehispánico, pero una y otro sólo lo estimulaban para realizar sus esculturas, como una hermosa paráfrasis del mundo de las construcciones modernas. Ahora los términos se han invertido y la gran mayoría de sus obras actuales aluden al mundo natural o a las diversas manifestaciones artísticas y culturales precolombinas.

Esto no significa que sus construcciones hayan perdido las características fundamentales de su producción anterior; siguen siendo las mismas esculturas refinadas, hechas de partes que se articulan con extraordinaria coherencia; sin embargo, la morfología -a veces clásica, a veces barroca- recibe nuevos contenidos y visiones que remiten a lo orgánico entreverado con formas de origen mítico. Entre las esculturas públicas de Negret sin duda la más importante es Metamorfosis, del parque olímpico de Seúl. Esta obra, íntegramente trabajada en Corea en el marco del Simposio de Escultura realizado con ocasión de los Juegos Olímpicos de 1988, es una especie de gigantesca flor tropical, hecha de innumerables piezas a manera de cintas ondulantes que simultáneamente ascienden y se extienden a los lados, creando diversidad de ángulos e imagen.

 


FUENTE   PRESIDENCIAL DE COLOMBIA

FICHA DEL MUSEO

La geometría orgánica

La carrera de Edgar Negret, nacido asimismo en 1920 en la ciudad de Popayán, ofrece un recorrido completamente diferente aunque igualmente fascinante. A los 18 años, Negret asiste a la Escuela de Bellas Artes de Cali, y en 1944 establece contacto en Popayán con el escultor español Jorge de Oteiza, quien sería una influencia dominante en el inicio de su carrera.

En 1950, y luego de participar activamente en la vida artística de Bogotá, Negret expuso en Nueva York en la muestra “Sculpture and Painting From Colombia”, en The New School for Social Research, en compañía de Enrique Grau y Ramírez Villamizar, pintor este último con quien había comenzado a desarrollar una estrecha amistad. Después de su visita a la metrópolis norteamericana Negret se marchó a Europa, donde residiría sucesiva aunque temporalmente en Barcelona, Mallorca y París.

Para 1955, el prestigio internacional de Negret se encontraba en ascenso. Ello le permitió participar, además de otras exposiciones, en “New Acquisitions” del Museo de Arte Moderno, en Nueva York.

Su carrera es una de las más distinguidas que haya podido tener un escultor a nivel internacional. En su momento, en Nueva York, Negret puedo asociarse con artistas norteamericanos que representan su contraparte, como por ejemplo Louise Nevelson, Jack Youngerman y Ellsworth Kelly. Su serie de “Aparatos Mágicos” expuestos por primera vez en la Bienal de São Paulo de 1957 y luego en Bogotá al año siguiente ­ a la cual pertenece Mapa ­ son un excelente ejemplo de este período. Igualmente, Navegante Espacial y Torre Metálica lo son de otro cuyo momento culminante es el reconocimiento concedido a su trabajo en la XXXIV Bienal de Venecia, al adjudicársele el premio David E. Bright de escultura.

La obra de Negret está llena de alusiones a la tecnología de la postguerra, pero al mismo tiempo está cargada de una disgresión inteligente que nos hace cuestionar la relevancia de nuestro presente y las ansiedades del futuro. Como objetos, sus esculturas llevan a cuestionar asimismo la obviedad del lugar que aquellos otros de necesidad obligada merecen, o mejor dicho obligan a ocupar en nuestro espacio personal y en el comunitario que debemos compartir, aunque no queramos, dentro del devenir de la sobrevivencia diaria.

Ese cuestionamiento ha llevado a Negret, al igual que a Ramírez Villamizar aunque en opuesta dirección, probablemente, a investigar otros objetos productos de tecnologías milenarias, de las cuales ha extraído su poesía y parte de su misterio, dotando a su trabajo de un tono telúrico que no obstante sorprende por su intemporalidad.

Las obras de Negret se convierten finalmente en eso: aparatos mágicos cuyo genio escondido, como en la antigua historia, se personifica solamente cuando los frotamos con el tacto de nuestra humanidad para ayudarnos a convivir más espiritualmente con la frialdad desalmada de la máquina, la despersonalización de la producción en serie, la homogenización de la sistematización formal, hechos irremediables con los que el hombre común debe confrontarse e idealmente convivir en armonía, tratando contradictoriamente de elevar su nivel de espiritualidad.

FUENTE

ORGANIZACIÓN DE ESTADOS AMERICANOS

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Marta Traba

April 5, 2019 By dillon Leave a Comment

MARTA TRABA

CRÍTICA DE ARTE INGENIOSA, PUNZANTE Y CONOCEDORA

ANA MARÍA ESCALLÓN

 

Crítica de arte y escritora oriunda de Argentina (Buenos Aires, enero 25 de 1930 – Madrid-Barajas, noviembre 27 de 1983). Hija de dos inmigrantes gallegos, el periodista Francisco Traba y Marta Taín, Marta Traba quiso ser desde siempre escritora y por eso eligió la carrera de Filosofía y Letras, que estudió en la Universidad Nacional de Buenos Aires. Mientras realizaba sus estudios, trabajó con el crítico de arte Jorge Romero Brest en la revista Ver y Estimar, donde publicó sus primeros artículos y así, rápidamente, encontró su rumbo en el mundo del arte y en la dimensión de la escritura.

Desde muy joven, Marta Traba eligió una vida errante -que con los años se convirtió en una condición de exilio- cuando, ante la necesidad de libertad y por inconformismo ante la situación de la Argentina periodista, se lanzó al vacío: se fue a Europa en busca de otros argumentos de vida. Llegó a Roma, y vivió en París, donde estudió Historia del Arte en la Sorbona (1949-1950).

Como le sucedió siempre, necesitaba un horizonte más abierto. Sabía de su capacidad de trabajo. Tenía rigor y una estricta disciplina. Confiaba en su ritmo interior, no tenía barreras porque conocía bien sus debilidades; no presentaba la lejana distancia ni la pared del tímido, aunque sabía de su profunda timidez; y no entendió nunca la incompetencia, porque su nivel de exigencia fue siempre severo. Sus ambiciones fueron reales y por lo tanto seguras; también así vivió las frustraciones, que dentro de su autocrítica y su mirada hacia los demás, hacían parte de su realidad cotidiana.

Tenía un inmenso don de palabra, una organización mental y unas convicciones férreas que la llevaron al éxito y a la adversidad. Se preocupaba por mantener una cultura amplia. Día a día, mantenía la alegría y el entusiasmo por adquirir una nueva dimensión de las cosas, una nueva interpretación del mundo, un entendimiento más real de las situaciones políticas: había que profundizar y asimilar los acontecimientos. Le interesaba la historia y le apasionaba el presente.

Su personalidad de líder la hizo ser más fuerte y la mostraba menos vulnerable. Dedicó la vida a su trabajo que siempre tuvo la escritura como eje y oscilaba entre la crítica y la novela. Entendió que la historia, toda biografía, toda descripción de la realidad, es una ceremonia tenida de prudencia. El historiador tiene la obligación de documentar, el novelista inventa, puede mover sus personajes y concertarlos en cualquier lugar y tiempo. Así, ella unió esas dos dimensiones: investigadora meticulosa del arte v creadora literaria.

Para ser consecuente con su decisión de conocer el mundo. Marta Traba vivió la Europa de la postguerra, v como la gran mayoría de los intelectuales latinoamericanos, estuvo bajo el sino de la supervivencia y la lectura, el debate y el compromiso. Todas 1as adversidades de la pobreza eran parte de esa aventura. En 1952, en París, escribió su primer libro de poemas: Historia natural de la alegría. En 1954 llegó a Colombia, casada con el periodista Alberto Zalamea, y eran entonces dos soñadores que recorrían los caminos del periodismo colombiano. Participó con otro gran modernista, Jorge Gaitán Durán, en la revista Mito.

Desde que la televisión fue un hecho en el país, realizó su programa de historia del arte, que emitía en directo, y en la Universidad Nacional obtuvo su cátedra sobre historia del arte, desde donde fomentaba la cultura de las artes plásticas con inmensa generosidad y observaba cómo los jóvenes intuían un nuevo rumbo en el arte colombiano. En la misma universidad fundó como protectora de las artes, su templo: el Museo de Arte Moderno de Bogotá. Emma Araújo de Vallejo cuenta: «Lo instaló en una pequeña construcción de la Caja de Previsión Social; tumbó muros y surgieron salas, levantó una tapia y apareció el patio de esculturas y, aún más importante, el Museo y el departamento de extensión se convirtieron en centro cultural; mesas redondas, simposios, exposiciones de artistas colombianos y extranjeros se mezclaron de manera espontánea,>. Como era una incansable trabajadora, también daba clases de arte en la Universidad de los Andes. Ella bien lo sabía, la pedagogía era el método para salir adelante. La crítica, la forma de demoler estadios retardatarios.

Su crítica en los diversos diarios de Bogotá siempre fue aguda y severa, porque no podía aceptar el encierro de ese mundo claustrofóbico en que se encontraba el arte colombiano. Era dura, porque debía iniciar batallas allí donde no se movían las ideas, simplemente porque se llevaba el impulso tranquilo de 1as tradiciones académicas en la mitad del siglo xx. Su aguerrida lucha tenía el convencimiento de que en el ambiente no se había despertado el espíritu de la modernidad, y por lo tanto existía un retraso fundamental que era intolerable. Llegó a desenmascarar la situación que cómodamente se representaba con retratos, a luchar, contra el paisajista, a instigar al movimiento de 1os Bachués, a remover la actitud tradicional en favor de la modernidad. Y eso sólo lo podía lograr a través de una concientización cultural en todos los medios.

En 1968, los militares se tomaron la Universidad Nacional. Cuando pidieron su opinión, ella declaró su inconformismo ante la ocupación y denunció los destrozos que había realizado el ejército. Esto fue motivo suficiente para que el presidente Carlos Lleras Restrepo la expulsara del país, como a extranjera que estaba interviniendo en los asuntos del país. Le dieron veinticuatro horas para salir y desde ese momento el exilio fue una imagen y un concepto que se incorporó a su vida. De una manera u otra, cada cambio de país fue un estadio en el que se mezcló el sentimiento de abandono con el de expulsión. Le quedó la marca, aunque nunca se llevó a cabo la sanción. Hubo un repudio general, y el Estado colombiano nunca suministró el dinero para los pasajes de ella y sus dos hijos, Gustavo y Fernando. Era, además, la esposa de un ciudadano colombiano, con derecho a ser colombiana.

Marta Traba conocía la magnitud de las labores que le otorgaran peso a su trabajo. Como pedagoga e impulsora de la cultura, le explicó a un público general un destino más amplio. Demostró y formó una nueva generación que estaba 1ista para lo que ella llamó “el salto al vacío”, abrió caminos, explicó nuevas propuestas, subrayó la importancia de los accionistas de arte moderno latinoamericano, buscó y señaló en cada país los hombres que hoy son pilares de las artes plásticas.

Marta Traba tenía un acertado y severo ojo crítico y hoy, la historia le da la razón. Con su crítica y su pedagogía sobre la historia del arte fue armándose de una imagen profesional de mucho peso, que podemos resumir en dos aspectos: combativa y seductora. Sus ideas tenían fundamento, proyectaba su inmensa fuerza interna y siempre encontraba grandes cómplices. Ella, desde la década de los sesenta, fue abriendo los caminos del “boom”. Demostró cómo Alejandro Obregón comenzó la historia de la abstracción verdadera, explicó la deformación de Fernando Botero, explicó la dimensión de artistas extranjeros como Leopoldo Richter y Guillermo Videmann,., resumió la geometría de Eduardo Ramírez y Edgar Negret, se comprometió con la anarquía de Feliza Bursztyn o el dramatismo de Antonio Roda. En la década de los setenta asumió el mundo del arte pop y del arte conceptual. Cada época era para ella una generación que asumía la modernidad como lo que era: testigos de su historia.

En 1958 Marta Traba publicó su ensayo sobre estética, El museo vacío, donde analizó a Crocce y a Worringer y expuso la necesidad de que existiera un paralelo coherente entre el arte moderno y el hombre actual. En 1961 apareció La pintura nueva . en Latinoamérica, donde puso en evidencia el olvido en que se encontraba el arte de América Latina. Con sus libros y sus múltiples actividades se dedicó a subsanar errores profundos, que existían por el enorme desconocimiento y un público carente de opinión.

En sus libros sobre la historia del arte de América Latina, como Dos décadas vulnerables en las artes plásticas latinoamericanas, que editó en México en 1973, Marta Traba analizó el paso del 50 al 60 y del 60 al 70, época que le interesaba porque durante este tiempo aparecieron actitudes de lo que ella llamaba la vanguardia. En su último libro, Arte de América Latina I900-1980, amplió esta visión. País por país, fue señalando los movimientos y las características individuales que el arte contemporáneo presentaba. En un sistemático orden histórico fue explicando desde la aparición de artistas que vivían la condición de la individualidad, hasta la cadena de sucesos que hacían posible la aparición histórica de movimientos, tendencias y posturas. Ella siempre vio el arte latinoamericano como un rompecabezas, donde cada pieza era tan necesaria como la de al lado para formar el conjunto y comprender cada paso.

Sin duda alguna, Colombia fue su centro. Se convirtió en colombiana con su acento porteño en 1982, cuando el presidente Belisario Betancur le otorgó la nacionalidad. Fue su país, es el país de sus hijos y nietos. Salió de Colombia en 1969 y siguió su camino errante a vivir en Montevideo, Caracas, San Juan, Washington, Princeton, Barcelona y París. Este mundo lo recorrió junto con el crítico literario Angel Rama, su marido. Para mostrar el impulso de la creación interminable de Marta Traba, Elena Poniatowska comenta en un prólogo que escribió en marzo de 1984: «En 1966, conocida por todos como crítica y por algunos como autora de un bello libro de poemas, Historia natural de la alegría (Qué bonito título), se revela como novelista. En La Habana, un jurado compuesto por Alejo Carpentier, Manuel Rojas, Juan García Ponce y Mario Bennedetti confiere a Las Ceremonias del verano el premio Casa de las Américas.

Fogosa y entusiasmada, Marta se adhiere a la joven revolución. Son años fructíferos, asoleados, las ramas del árbol Marta Traba se cubren de follaje y de manzanas de oro. Marta Traba publica en diversos países, en México, en Colombia, en Puerto Rico, en Venezuela. Los libros salen en tres meses, ¡ni Carlos Fuentes el prolífico!».

Su muerte, junto con la de Angel Rama, ocurrió trágicamente. Después de haber superado un cáncer que la hizo creer en la vida y sentir próxima la muerte, murió en un accidente aéreo cerca del aeropuerto de Barajas, en Madrid, el 27 de noviembre de 1983. Viajaban a Colombia para asistir a un Encuentro de la Cultura Hispanoamericana, invitados por el presidente Belisario Betancur.

ANA MARÍA ESCALLÓN

Bibliografía

CORREA DE ZAPATA, CECILIA. “Marta Traba (193~1983)”. En: DIANE E. MARTING. Escritoras de Hispanoamérica. Una guía bioBiBliográfica. Bogotá, Siglo XXI Editores 1991, pp. 543-554. MUSEO DE ARTE MODERNO. Marta Traba. Bogotá, Planeta, 1984. PONIATOVSKA, HELENA. “Marta Traba o el salto al vacío”. Revista Hispanoamericana, 51 (1985), pp. 883-897.

Esta biografía fue tomada de la Gran Enciclopedia de Colombia del Círculo de Lectores, tomo de biografías.

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Efraim Castillo

April 5, 2019 By dillon Leave a Comment

EN EL NOMBRE DEL HOMBRE

EFRAIM CASTILLO

RELATO

EN EL NOMBRE DEL HOMBRE

EFRAIM CASTILLO

Lo sabías, Josefa. No puede parirse un hijo de la forma en que lo hiciste. Los hijos se paren para criarlos. Para estar con ellos. Para quererlos. Y no lo hiciste así. Simplemente pariste y abandonaste lo parido. Te marchaste y eso tiene y trae consecuencias (Hubiese preferido tenerlo a mi lado. Quererlo. Abrazarlo. Sentir su crecimiento como algo mío.

Pero eran otras circunstancias. Cómo poder tenerlo con el odio rodeándome, cociéndome interiormente. Cómo criarlo si aún estaba para que me criasen). No podría decirse que vives una consecuencia, pero, ¿hubiese resultado todo así de haber optado tú criar tu hijo? Tienes los argumentos básicos, concretos.

Eras una niña —apenas catorce años— y estabas aprisionada por la férrea disciplina de tus padres: colegio, horarios, reuniones religiosas. Pero hay lagunas. Nunca has mencionado el nombre del padre. ¿Quién era? ¿Cómo te sedujo? ¿Lo amabas? ¿Seguiste viéndolo? (Definitivamente, amor mío, eres todo para mí. Te deseo. Te pertenezco. Soy Julieta, Afrodita, el mito erótico de la posesión. Estoy aquí desnuda, amplia para todo tipo de perversión). Lo sabías bien, Josefa. Al menos, podrías haber avisado a alguna monjita, a algún orfelinato para que el niño fuera recogido.

Pero lo abandonaste. Lo dejaste tirado en un basurero (Esta noche fría deseo morir contigo, hijo mío. Permíteme una lágrima, un pequeño adiós tan diminuto como tus manitas y tus pies. Esta noche fría comienzo a morir contigo. Desearía poder perpetuar tu presencia en mí más allá de estos nueve meses sofocados por el temor y la ilusión, por el ofuscamiento y las esperanzas). ¿Qué sentiste, Josefa? ¿Acaso no pensaste siquiera un nombre? Al día siguiente asististe a la escuela tan campante y hasta redactaste un trabajo sobre Hamlet. ¿Recuerdas? Exoneraste a Claudio y a Gertrudis y condenaste a Hamlet. ¿Qué pasó ahí? (Los mismos vicios y las virtudes sepultadas en montones de lágrimas; las mismas asperezas y trivialidades.

Exonero a Claudio. Exonero a Gertrudis por su acto de amor. ¿Tenemos que pagar los justos por los pecadores? ¿Hasta dónde habitará Edipo el corazón de la historia? ¿Hasta dónde? Podríamos asaltar los clichés, las momias, las vergüenzas del estercolero). Tocaste símbolos altos, cotejos sacralizados por los tiempos. Debiste permanecer o callada o con la voz neutra, siguiendo los caminos trazados. ¡Exonerar a Claudio y a Gertrudis! ¡Vaya ofensa, no para Dinamarca

—que aún podría tener algo dañado—, sino para el raciocinio occidental! Tenías talento, Josefa, aún lo tienes. Sólo tienes cuarenta y cinco años y luces hermosa, tersa, radiante a veces. ¿Qué has hecho con tu vida? ¿Te dolió tanto lo del niño? (Hay dolores que matan sin llevar a la muerte. Te atosigan. Arremeten contra tu conciencia y la esquilman, la desdoblan, la estrujan y sabotean. La conciencia, podría gritarlo, son los otros en uno. Unamuno está detrás. San Agustín también. Y Baruch de Spinoza. Las máscaras son los otros. La rediviva es lo que nos persigue como la muerte). Hay dolores tardíos. Hay dolores que se sienten mucho después de cometidos los actos, de los aparentes sufrimientos. ¿Tuviste un dolor tardío?

Si lo experimentaste lo disimulaste bien, Josefa. Podría ser que compensaste el acto con las noticias posteriores: “¡Encuentran niño en basurero!” Familias desean adoptarlo”. ¿Tienes sed? Aún la vida sigue y tus 340 litros anuales de agua aguardan por ti (Podría ahogarlo en esta apacible fuente o introducirlo en este torrente de lágrimas. Después de todo vivir es sufrir soñar acaso, ¿verdad, Hamlet.. verdad Gertrudis, con tu nombre de mujer fragilidad? La negación del sufrimiento es el no‑nacer, el no‑morir). ¿Sabías, Josefa, de los martirios futuros? La maternidad continúa más allá del cordón. Los nudos se desatan como las nostalgias y la memoria se convierte en cárcel (¡Cómo he sufrido, Capitán! ¡Cómo he llorado! No es preciso morir para convertirnos en reos del dolor. Ahora comprendo a Racine, a su Berenice. La tragedia no implica la muerte).

Para salir bien de todo esto, sólo tendrías que mencionar a alguien. Deberías olvidar ese pasado de treinta años; deberías obviar los vericuetos, todas las dificultades sobrepasadas. Es un nombre y un ¿por qué? Alguien debió hacerlo. Esas cosas no suceden sin manos‑guías, sin cerebros conductores, sin voces señaladoras. Podrías salir bien de todo esto: marcharte, no tranquila desde luego, a tratar de rehacer todo lo comenzado hace algo más de treinta años y que te ha traído hasta aquí. ¡Compréndelo, Josefa! También tú tienes derecho a la risa, a las salidas y puestas de sol.

Es un nombre, sólo un nombre lo que te pedimos para terminar esta historia (¡Si pudiera decirlo! Así de fácil. Nos acostumbramos a las confesiones, a las salidas, a los descargos emocionales: nos acostumbramos a los recorridos circulares y reducimos la esperanza a una leve espera. Debes recordarlo así. Gabriel, desde lo profundo de este amor imposible). Podrías decirlo en voz baja. Tan sólo mencionarlo como un suspiro, Josefa. Tú sabes: el nombre. Tan sólo el nombre hará posible tu descanso. ¿Cómo se llama aquel hombre amparado en el verbo, en sus manos y en su terrible erotismo que violó para siempre tus sueños de muñecas? (¡Ah, Gabriel, vuelan estas alas con la mansedumbre de la quimera y las burbujas de la utopía!)

Dilo tan sólo, Josefa. El daño podría repararse, en parte; tu vejez será más tranquila. Aunque nunca más viste tu hijo, él creció, estudió, se integró a la vida desconociendo su pasado, ¿Lo ignoras? (Tómame en tus brazos, Gabriel, hazme tan tuya como tu propia juventud. No importa esta diferencia de edades, quince años no es nada. Ven, tómame, haz que tus labios, que tu lengua y tu espalda recorran esta geografía del hambre). ¿Por qué temes mencionar aquel nombre del hombre si la condena ya es pasado, petrificación de paisajes adosados, recluidos en archivos sin memoria?

Josefa, como volviendo desde una realidad temida, mira fijamente a su interlocutor y le habla:

—¿Qué ganará con un nombre?

—¡Ganaremos todos, Josefa! —y entonces se sienta a su lado arrastrando una silla—. Aquel pasado pudo permanecer callado, sin aspavientos. Pero fuiste a ese programa de televisión —Josefa lo interrumpe con sequedad—.

—¡Pero llevaba el rostro cubierto!

—Sí, pero los periodistas desempolvaron los archivos y volvieron a la carga. Pidieron que se reabriera el caso de la madre asesina. Y aquí estamos, Josefa. Ya el caso perimtió. De eso hace treinta años y, sin embargo, aquí estamos. Fíjate que llegué hasta ti. Lo único que deseamos es atar todos los cabos.

—¿Por qué?

—Lo sabes, Josefa: hace un mes apareció otro niño abandonado en un basurero. Incitada por la prensa, la gente desea saber, sobre todo aquellos que leyeron acerca del primer abandono, por qué una madre actúa así. Creo que no debiste ir a ese programa.

—¡Pero fui de incógnita! La entrevista la realizaron en un lugar apartado.

—Es igual. Conoces a la gente: lo único que desean de la televisión es la porquería, la basura. Mientras más sangre, mientras más chismes, mucho mejor.

Josefa mira al investigador y luego vuelve sus ojos a la ventana. Posiblemente esté buscando aire con su mirada. Se pone de pie y camina lentamente tratando de alcanzar la ventana. Antes de llegar a ella se detiene y se enfrenta al investigador.

—¿Cree que tengo algo que ver con el último niño abandonado?

El investigador se levanta de la silla y la alcanza: —No, Josefa. ¡Por Dios! ¡Jamás pensaría algo así! Simplemente buscamos una pista. Algún detalle que nos arroje luz sobre estas acciones.

—¿Para qué desea nombres?

—Los nombres son identificaciones, Josefa. Juan se llama así por una causa. Y Pedro también. Los nombres son responsabilidades. Tú misma te llamas Josefa, ¿verdad?

—No logro comprender, señor. No veo la conexión.

—¡Lo has dicho, Josefa! Los nombres son conexiones,, tramas, partes integrales de un tejido. ¿Te imaginas qué amplia hubiese sido la historia si tuviésemos a mano los nombres de los embalsamadores egipcios, de los ingenieros y maestros constructores de las pirámides? La historia hubiese sido más bella.

—¿Lo cree así?

—Sí, Josefa. En mi especialidad, cuando estudiaba, uno de mis profesores nos relataba lo grande que sería la criminología si apareciera el nombre del destripador famoso. ¿Lo has leído?

—Nada debería tener nombre, inspector. Ni siquiera los sentimientos.

El investigador camina hasta la ventana y ve caer la lluvia.

—¿Te imaginas qué triste fuera todo si la lluvia no tuviera nombre? —Mira a Josefa—: Tu mismo nombre: Josefa. ¿Oyes qué lindo suena: Josefa?

La mujer camina de nuevo al asiento que ocupaba y se deja caer pesadamente.

—¿Qué es lo que desea en verdad, señor? —El investigador da unos pasos hacia la mujer y se sienta frente a ella:

—Es simple. ¿Quién te violó a los catorce años, Josefa?

Hay pensamientos terribles que pasan por Josefa. Está de pie frente a una ventana de cristal. Afuera el sol de la tarde calienta los árboles. La mano le toma primero el hombro y luego desciende lentamente hasta sus glúteos, apretando antes todos los músculos de la espalda en el descenso. El escalofrío lo siente en los brazos y luego camina hasta sus pechos y de allí baja por el vientre hasta alojarse en el pubis, cubriéndolo, para luego descender más aún hasta su clítoris. La mano parte en dos sus glúteos y cubre su ano y recorre las periferias del esfínter hasta subir a la vagina. Josefa tiene los ojos cerrados y abierta la boca y el hombre lo sabe y por eso arremete con el poder de que la caricia funciona. Los dedos lo mueven todo y se han convertido en yemas ejecutorias de un concierto pasional. Se mueven alrededor de la vulva cubierta por las pantaletas y por eso buscan sus extremos para vulnerar el resguardo y asaltar las mucosas. Allí tocan, escarban, suben hasta un clítoris en erección y lo aprietan con suavidad de mago.

Los ojos de Josefa están en blanco. Sólo miran hacia adentro, hacia ese interior aprisionado por la poesía, por los clásicos. La otra mano acaricia la cabeza, el cuello, desciende hasta los apretados pechos y los frota con ternura. La boca de Josefa busca la otra boca y se deja llevar hacia ella, refugiándose en un beso de lengua suelta y volátil, de lengua humedecida y deslizante. El cuerpo de Josefa se abandona. Cede y cae sin importar donde sea. Sus pantaletas son despedazadas por las manos. Su vestido vuela por los aires y sus piernas se abren como un armario recién construido. Siente que la atraviesan y que el fuego la invade como un torrente. Cuando abre los ojos el sol se ha ido. Está desgarrada en medio de la habitación frente al gran ventanal. Las manos cierran la cremallera del pantalón y Josefa balbucea algo:

—¿Por qué, papá?

Y es el estremecimiento el que vuelve a Josefa a la realidad de la pregunta:

—¿Quién lo hizo, Josefa?

—¡Nadie! —y entonces la respuesta la lleva hacia la noche de los pasos lentos en donde la luna es una esfera de luz muy pálida, de luz cómplice, de luz para cobijar los desarraigos y los espantos. Josefa deambula con una funda cuyo contenido es la propia esperanza muerta; cuyo contenido aletea, gime. Tanto lo desearía abrazar, besar, introducirlo de nuevo en su útero. Pero camina. Da pasos sin cesar, sin saber, sin auscultar siquiera los pronósticos de las supervivencias: la de él, que la miró con la primera ternura; la de ella, cuyas lágrimas podrían alimentar los océanos. Ahí están los soldados cuidando las calles. Ese 1965 con sus sobras de fuegos, de pólvora, de lanzas truncas; ese 1965 de vibraciones estertóreas, tan agudas como alfileres a la espera en la ampulosidad de lo infinito. Josefa se funde en la antiluz, en los hedores a guerra reciente, a sangre rebautizada al pie de los fusiles. En el bolso se agita su otro corazón, su hijo, su hermano, todas sus sangres y suspiros; todas sus fuerzas y memorias.

Desearía tanto gritar; desearía tanto correr sin importar dónde. Y ahí están los hedores, la basura acumulada, los sobrantes de meses en montones de materia putrefacta. Y ahí está, también, el descanso. Josefa levanta su bolso y lo arroja sobre las más blandas de las superficies. El gemido, entonces, se levanta áspero, como una protesta relampagueante y la jovencita huye con la boca cubierta por sus manos para no gemir igual, para no lanzar el aullido de todo lo que el dolor hiere.

—¿Por qué lloras, Josefa? Acabas de decir que nadie. ¿Qué te hace llorar, gemir, cubrir tu boca con esas manos tan temblorosas? —Estas lágrimas son mías, de nadie más. Deseo llorar y lloro. Es todo. —¿Hacía mucho que no llorabas? —Eso no le importa, señor. ¿Debo anotar cada vez que lloro? —Creo que puedes irte, Josefa. Has sufrido mucho. Vete. —Podría decirme algo, ¿podría? —¿Qué deseas saber, Josefa? —El niño… ¿no se sabrá nunca qué ha sido de él? ¿Nombre, profesión? ¿Vive?

—¿Por qué te interesa? Eso pasó hace mucho tiempo. ¿Por qué lo deseas saber?

—Fui al programa. ¿Recuerda? He sido parte de algo.

—¿Por qué no tratas de olvidar? Mucho has sufrido ya.

—¡Es sólo el nombre, señor!

El hombre observa las profundas arrugas de Josefa: arrugas llegadas antes de tiempo, marcadas por las noches sin sueño, por las madrugadas solitarias. Pero también observa la belleza de su rostro, los días perdidos, los atrasos improgramables en aquella vida sin estrategias. La idea de que podría obtener algo a cambio del nombre lo llena de un leve entusiasmo, pero también de una recóndita tristeza. ¿Cómo especular, chantajear aquella mujer cuyo madero arrastra desde hace treinta años? Pero el hombre sabe que el rompecabezas está sin armar y las piezas que faltan, al menos, parte de las piezas que faltan se alojan detrás de aquellos ojos y aquella tristeza.

—¿Qué me darías a cambio, Josefa? ¿Me dirás el nombre del hombre?

La calle hierve en la tarde. El día de trabajo casi concluye y el desorden llega al pico: Los buhoneros cuentan ganancias y pérdidas; para algunos no habrá mañana de ventas y otros tendrán que inventar nuevas argucias para renovar el día a día. Como la calle, también hierve el desconsuelo y los mañanas inciertos. Josefa es parte de la vía, del exterior que inunda cada esquina, cuneta, banco, escaparate. Camina sin rumbo deseando encontrar en alguien, no en todos, alguna sonrisa o lejano eco.

En nadie habita una sonrisa, ni siquiera una mueca del más liviano estupor. Todo se lleva por dentro. Las máscaras no son tocadas. Están petrificadas sobre pieles en convergencia: las lágrimas, las morriñas, las furtivas alegrías, las sorpresas, todas las caretas de las mejores actuaciones afloran en las sequedades de la ausencia.

Así está la calle como un hervidero al caer la tarde. Y Josefa da pasos hacia ningún lugar; hacia —tal vez— los humos disueltos del gran basurero. Siempre ha retornado al basurero. Las gotas caídas, las sobras, han sido parte esencial de su vida. El basurero ha remarcado en ella huella sobre huella, escarnio sobre escarnio, y siempre arrojando luz sobre sombra para volver a la dosis equivocada de sombra sobre luz y desecho sobre desecho.

La calle hierve en la tarde. Podría hablarse, cantarse quizás, de la pereza del sol en la hora de las quejas. Pero no. Es preciso, porque conviene, hablar de las congojas escondidas y las excusas deshechas. Como Josefa, que camina hacia los humos, hacia las trabas de un pasado que renquea con el presente y estalla en los basureros. Así lo vio, entonces, al hombre que la convencería: de pie sobre el basurero; erguido como tótem, como sustancia dispersa, como enjambre alborotado. Y no volvió a saber de ella hasta muchas horas después, cuando abrió los ojos y su mirada rebotó contra un techo blanco, liso hasta encontrarse con los ángulos de las paredes y las cornisas abruptas. Luego, la mirada hacia el cuerpo a su lado, hacia la figura del hombre que duerme y después el estudio de cada rasgo, de cada fisura diminuta en aquel rostro joven, hermoso. ¡Cuánto le recuerda su juventud aplastada! Entonces sus labios: finos, delineados con rectitud como los de ella, como los de su padre. Cuando abre sus ojos, Josefa los enfrenta con los suyos: se penetran con la mirada. Él ve sus arrugas, la tersura de su piel quebrada por aquellos surcos que no vulneran su belleza.

Ella observa la juventud que aún señorea por sobre las vicisitudes, por sobre los órdenes de aberraciones y virtudes. “¡Ah, los nombres podrían asilarse, redimirse en los remotos vestigios de lo posible! Deberían hacinarse, desmenuzando lo podrido y echándolo en las desmemorias!” Y es cuando oye la voz: “Soy Gabriel, ¿y tú?” Es la voz de la esperanza, de la caricia misma. ¿Sería posible el callar, el no otorgar rebote sonoro, despilfarro de fonemas hacia una audición inútil? Pero ha pronunciado su nombre: “Josefa”. Y fue más que suficiente porque ya nada más pudo ser posible entre esa voz y la suya; ya nada volvió a brillar entre aquel cuerpo y su cuerpo, salvo esa vida que comenzó a aletear en su vientre (Tómame en tus brazos, Gabriel). Las palabras se convirtieron en historia, en agua reciclada, en tardes moribundas. Ahora sólo quedaba la espera sin atajos. Y la voz se oía lejana; como sonidos en vuelo, como alas silbantes:

—¿Me dirás el nombre del hombre?

(¿Cuál nombre? ¿Qué hombre? Ahí están todos: como mi sangre y los fluidos eternos descansando sobre las bridas. Sólo debo seguir, para completar los ciclos, caminando hacia el basurero, hacia el encuentro en crisis.)

—¡Es el nombre, Josefa! ¡Lo demás no importa! Deja lo otro a los recuerdos. ¡Es el nombre del hombre! Entonces te diré el nombre que se dio al niño.

—¿Importan los nombres? —preguntó, respondiéndole, Josefa.

—¡Es el nombre! ¡Sólo el nombre para sepultar el pasado, Josefa!

Casi sin pensarlo, Josefa le dijo el nombre:

—¡José, mi padre!

Y estupefacto, atónito, el investigador balbuceó:

—¡Gabriel… así se llama tu hijo!

Mayo de 1996.


Efraín Castillo. Escritor Dominicano.

Nació el 30 de octubre de 1940.

Dramaturgo, cuentista, novelista y ensayista. Ha trabajado en el área de publicidad, donde es respetado como una persona de gran experiencia.

Obra
Viaje de regreso (1968), Sobre publicidad dominicana (1979), Sobre la especialidad publicitaria (1981),Currículum (El síndrome de la visa) (1982), La cosecha (1983), Inti Huamán o Eva, again (1983), Publicidad imperfecta (1984), Oviedo 15 años: Trascendencia visual de una historia (1988), El discurso simbiótico de la publicidad dominicana (1993), Confín del polvo (1994), Rito de paso (1996), Los lectores del ático (1997), El personero (1999).

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David Manzur

April 5, 2019 By dillon Leave a Comment

FANTASÍA Y PLENITUD PICTÓRICA DE

DAVID MANZUR

FERNANDO UREÑA RIB

 

DAVID MANZUR 

Contados  pintores de nuestros días reúnen la imaginación creativa, precisión en el dibujo, la capacidad de observación y la destreza técnica de David Manzur.  Únase a esto un tratamiento sensible y suculento del color,  que no elude ninguna gama ni matiz, y un acervo cultural que no excluye tema alguno como extraño a su universo pictórico.

La obra de David Manzur se establece sobre sí misma y alza sus banderas, como si reclamara una narrativa o una poesía que le siguiera los pasos. Una poesía que nos guiara para distinguir entre su realidad y estos sueños, entre lo que es delirio y lo que es revelación.

Este juego psicológico de Manzur, esta aventura entre lo concreto y lo imaginario, esta doble percepción de los sentidos nos hace concluir que ellos, los órganos mismos de los sentidos, independientemente, tienen su propia capacidad de registrar, catalogar y asimilar los hechos de la realidad y los datos recibidos.

Así Manzur nos hace ver, no con los dos ojos,  la misma escena, sino con cada uno a la vez y simultáneamente, imágenes distintas. Imágenes a veces repujadas, a veces talladas a golpe de cincel, trabajadas como si fueran hechas a golpes de buril. Pero no hay nada táctil. Las imágenes se descomponen y se recomponen como en un calidoscopio, no de la retina, sino de la remota e interior región de los sueños. Y es que Manzur pinta la piel y el alma de las cosas. 

Esta doble visión es nueva en el arte de la pintura, aunque no en el cine o el video en que con medios mecánicos es posible lograr esta simultaneidad. Pero la superioridad de la obra de Manzur radica en que esta es una pintura hecha con las manos. Y esa magia, ese duende, no es posible alcanzarlo con ningún medio digital o mecánico. Él sumerge a uno en la exquisita verosimilitud de la imagen, y “nos engaña”  transformándola como un prestidigitador, siempre con la gracia e ironía del maestro.

La pintura de David Manzur no carece de detalles virtuosos y esto, quizás ha hecho que algunos observadores y críticos pierdan su formidable visión de conjunto, su acabada maestría y sobre todo su inagotable  potencial creativo. 

FERNANDO UREÑA RIB 

 

 

DAVID MANZUR nace en 1935 en Neira (Caldas) , Colombia. De padre libanés y madre colombiana, estudió con monjas francesas en África (Guinea ecuatorial, Camerún ) a los cuatro años de edad, luego de la guerra civil española estuvo interno en un colegio de España y a los 18 regresó a Colombia.  Realizó estudios en la Escuela de Bellas Artes de Bogotá, en el Art Student´s League de Nueva York y en el Instituto Pratt de la misma ciudad. Conocido por sus monumentales murales de Bogotá, Calí y Miami. Vive y trabaja en Bogotá.

David de la Trinidad Manzur Londoño Estudió en la Escuela de Arte Claret en las Palmas, Islas Canarias, en la Escuela de Bellas Artes de Bogotá, en el Art Student´s League de Nueva York y en el Instituto Pratt de la misma ciudad.1 David Manzur es aun más conocido por sus monumentales murales de Bogotá, Cali y Miami. Vive y trabaja en Mosquera, Cundinamarca.

DECLARACIÓN DEL ARTISTA: “El poder de contacto del hombre está en la mano, en la pulsación de la línea. Algo que en la historia no se da muy a menudo y demuestra la grandeza y el poder de un genio que tiene el don del dibujo, teniendo en cuenta que el dibujo es la esencia del pensamiento de un artista, de ahí que si las pinturas (deLeonardo da Vinci)  no fueron grandiosas, no significa nada porque al fin y al cabo la pintura tiene mucho recurso truculento. En cambio en el dibujo no hay truco, está el pensamiento, la máquina es la máquina, el dibujo de ingeniería es claro y el dibujo puramente artístico es claro,  es de una sensibilidad que solamente un genio puede dar.”

“Mi mamá era una mujer que escribía versos y agudizaba mi sensibilidad con ese tipo de cosas” David Manzur

FUENTE: CIEN VOCES DE AMÉRICA, ENRIQUE CÓRDOBA

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Jose Antonio Molina

April 5, 2019 By dillon Leave a Comment

JOSÉ ANTONIO MOLINA

LO AUTÓCTONO Y LO POPULAR ALCANZAN ALTAS CIMAS

FERNANDO UREÑA RIB

 

DIÁLOGOS INTENSOS EN LA FANTASÍA MERENGUE DE JOSÉ ANTONIO MOLINA

La música es una de las tantas formas de la narrativa. Y viceversa. Porque la buena narrativa lleva intrínseca una musicalidad intangible, evocadora y  poética. Y esto es esencialmente lo que acontece durante todo el trayecto que recorre la Fantasía Merengue, composición de José Antonio Molina presentada y dirigida por él en el grandioso marco del Festival Musical de Santo Domingo 2007.

A partir de una línea melódica, el compositor y director desarrolla una historia compleja y vasta. Pero es posible entender que se trata de una historia de amor. Con sus encuentros, sus alegrías, sus desencuentros y sus nostalgias. Podemos imaginar la historia a partir de las primeras tonadas del corno inglés (instrumento por el cual el compositor parece sentir una consistente predilección) y seguirla a través de sus sutiles regodeos, de sus arabescos, de sus eufóricos crecendos y de sus dulces polivalencias.

Diríamos que se trata de una composición binaria. Porque dentro de la riqueza cromática de la composición y aún en los períodos de mayor exaltación hay un romance. Sentimos la concepción oriental del yin y el yan, de que hay una pareja detrás de todo, con sus danzas y sus cantos, con sus diálogos melódicos, con sus sobresaltos y altercaciones, con sus dramas,  distancias y finalmente con las alegrías del reencuentro.

Es admirable cómo José Antonio Molina eleva y sublimiza el ritmo más auténtico de los dominicanos, y lo lleva a alcanzar alturas inimaginables. Pero lo que es más motivador, para toda la audiencia, es su utilización del juego de los ritmos y de los compases. El ritmo del pambiche es reconstruido y ejecutado con una serie de vertientes nuevas, con una instrumentación casi ritual que concluye de forma desbordante y que arrastra a la concurrencia en su vaivén colorido y dinámico.

Añadamos a todo esto la enorme capacidad de José Antonio Molina como director orquestal. Al amparo de su batuta, la orquesta misma vibra y se crean otras dinámicas interiores de particular energía. Molina logra que la orquesta vuele bajo el hechizo de los ritmos audaces, de los contrapuntos, de la magnificencia de sus formas gestuales. Fantasía Merengue es una historia que merece ser recordada. Y cuando decimos recordar, nos referimos a ese concepto inglés de la palabra que connota el registro grabado, para el deleite de presentes y futuras generaciones de amantes del buen arte.

FERNANDO UREÑA RIB

José Antonio Molina, un diestro y laureado director de música clásica ha puesto sus conocimientos al servicio de la música popular latinoamericana y ciertamente, sus arreglos orquestales y su dirección musical demuestran que el arte es la forma. Que todo depende de la manera en que la obra musical sea presentada y reformulada para que alcance niveles insospechados de calidad y trascendencia. Ya lo hizo Johann Sebastian Bach (1685-1750) con las canciones populares de su natal Turingia, de Weimar y de Leipzig. Y Las lieder o canciones de Schubert son otro ejemplo de renovación y elevación de lo tradicional y de lo popular.

Desde hace tiempo José Antonio Molina trabaja con el productor Emilio Estefan en mejorar el mundo de la música popular latinoamericana. El resultado es apreciable. La base rítmica, las sutiles trasparencias de un instrumento que se va sobreponiendo a otro, la sabia fusión de elementos clásicos y populares, la hábil progresión de un tema, hacen de José Antonio Molina uno de los más requeridos arreglistas de toda Ibero América.

Porque el arte en general, y en particular el de la música, trata de las emociones. Esas que nunca cambian, que están ahí como ese testimonio tangible de la experiencia y de la existencia humana. Testimonio del amor, del dolor y la alegría, de la insaciable búsqueda de la felicidad. José Antonio conoce bien ese aspecto esencial de la música y al dirigir impregna vibraciones íntimas a una técnica depurada y afinada de dirección musical. Él crea tensiones, las lleva a un clímax y luego las disuelve musicalmente como si las notas se desgranaran sobre el espacio intangible de la música que nos habita ya, como parte de nuestra propia cultura auditiva.

Ahora, se ha encomendado a José Antonio Molina la banda sonora de la película La Fiesta del Chivo, basada en un libro de Mario Vargas Llosa sobre el asesinato de Trujillo. Se dice que fue uno de los méritos de Trujillo el llevar el merengue dominicano a los grandes salones de la sociedad de la época. El padre de José Antonio (Papa Molina) es un veterano director y compositor de la música antillana y su madre, la bailarina folclórica Josefina Miniño, trabaja hasta este día en la reformulación de las coreografías propias del folclor dominicano. De modo que no pudo haber mejor elección para estas tareas musicales.

Es por esto que José Antonio Molina ha sido condecorado con la Orden al Mérito de Duarte, Sánchez y Mella, en el Grado Gran Cruz Placa de Plata.

FERNANDO UREÑA RIB

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José Carreras y Molina, dúo único

CONCIERTO.- Habrán sorpresas en este recital y entre las piezas reconocidas están Andrea Chenier y Tosca uh / santo domingo

La presentación, el próximo domingo nueve, del tenor José Carreras en la sala principal del Teatro Nacional ha despertado grandes expectativas entre los seguidores de los eventos clásicos, pues además de ser la primera vez que el afamado artista pise suelo quisqueyano, en esta oportunidad será dirigido por un dominicano: el maestro José Antonio Molina, quien estará al frente de la Orquesta Sinfónica Nacional (OSN).

Promete ser una noche especial, con los auspicios de BANINTER. Uno de los puntos que más ha despertado interés es que el maestro Molina ha dirigido al tenor José Carreras, junto a Luciano Pavarotti y Plácido Domingo, pero esta será la primera oportunidad, en la que ambos artistas estarán solos en escena.

De esta manera, el público que asista a la sala Eduardo Brito disfrutará del repertorio del afamado tenor, el cual incluye más de sesenta obras entre las cuales se destacan: Andrea Chenier, La Bohéme, Tosca, Werther, Don Carlo, Carmen, La Forza del destino, I Pagliaci, Lelisir D’Amore y Un Ballo In Maschera.

Molina, además de dirigir a los tres tenores, participó en la grabación del tema musical ‘El último Adiós’, en el que intervino el cantautor dominicano Juan Luis Guerra; fue el responsable de los arreglos musicales y de la dirección de la orquesta compuesta por 80 músicos sinfónicos. Ha estado dirigiendo artistas de renombre internacional, como Cristian Castro, Liza Minelli y Eric Clapton.

EL TENOR


Carreras ha colaborado con los más prestigiosos directores de orquesta, tales como: Herbert von Karajan (con quien mantuvo una relación artística y personal de más de doce años, que incluyó actuaciones en Salzburgo, Berlín y Viena). Desde 1988, y junto a sus actividades profesionales, preside con extrema dedicación y entusiasmo la Fundación Internacional José Carreras para la Lucha contra la Leucemia, establecida en Barcelona y con sedes en los Estados Unidos, Suiza y Alemania. Esta Fundación es actualmente, sin duda, una de sus más importantes prioridades.

EL REGRESO DEL HIJO PRÓDIGO.

Entrevista con el director José Antonio Molina

Antonio Gómez Sotolongo


José Antonio Molina (Santo Domingo 1960), quien comparte desde hace algunos años los escenarios del mundo con estrellas muy cotizadas en el mercado de la música, debutó como pianista concertista con la Orquesta Sinfónica Nacional de la República Dominicana hace casi dos décadas, y entonces causó muy grata impresión en los medios. Después, cuando eligió la dirección orquestal como profesión, estuvo ante esa misma orquesta en varias oportunidades también con gran éxito de público y sobre todo recibió el aplauso de los músicos de esa institución; sin embargo, hacía más de cinco años no se presentaba en un concierto sinfónico en su patria. Durante todos esos años no participó como director invitado ni en las temporadas de abono que cada año ofrece la institución, ni en el Festival Musical de Santo Domingo que desde 1997 se realiza cada bienio. Finalmente, el pasado 12 de noviembre de 2002, volvió a conducir, en la Sala Eduardo Brito, un concierto en el que actuó como solista el tenor español José Carreras.

‘Esencialmente lo que sucede -comenta Molina-, es que mi carrera tomó un rumbo que yo mismo no esperaba, y sencillamente no he podido estar aquí durante todos esos años. Mis compromisos en el exterior son muchos, y creo que eso también es bueno para mi país, porque en la medida en que yo crezca profesionalmente ante los públicos del mundo así verán en el mundo a los dominicanos y sobre todo a la clase artística de este país. Yo creo que como músico estoy ascendiendo cada día y eso me pone en capacidad de rendir mucho más cuando venga a dirigir aquí, donde me encanta estar y trabajar. En uno de los ensayos comentaba que esta es la única orquesta del mundo en la que yo puedo llamar a casi todos los profesores por sus nombres y apellidos. Esta es la orquesta que me vio nacer como director hace quince años. Entonces, debuté con un programa que estuvo integrado por la Sinfonía Patética de Chaicovsqui; La urraca ladrona de Rossini; y la Sinfonía Española de Lalo, con Caonex Peguero como solista. Por esto convergen en mí muchas emociones cuando me paro delante de esta orquesta; pero, yo tengo pautados conciertos para el 2004, 2006, en diferentes escenarios internacionales o sea, que me estoy moviendo en un ámbito en el que todo se programa con mucha anticipación, y es por eso que no he podido conciliar fechas aquí con la frecuencia que yo hubiera querido.

Con el relumbrón que adquirió la carrera del señor Molina en la música popular, aparentemente su labor como compositor e intérprete de música culta o académica quedó velada, por eso apunta al respecto: ‘El año pasado tuve grandes satisfacciones con mi música de concierto. Hice un programa integrado por obras sinfónicas dominicanas en la sala principal del Kennedy Center, con la Washington Symphony Orchestra y allí dirigí Tres imágenes folklóricas, de mi padre (Ramón Antonio ‘Papa’ Molina); Fantasía criolla, de Bienvenido Bustamante; A la caída de la tarde, de José Dolores Cerón; y dos obras mías: La Obertura Yaya, y la Fantasía Merengue -obras que en mi catálogo son caballos de fuerza y que ya se conocen aquí en Santo Domingo-, y tuve una crítica del Washington Post magnífica. Por otro lado, Leonard Slatkin, quien es en la actualidad uno de los directores norteamericanos más importantes, me dirigió la Obertura Yaya.”

“Todo esto me estimula y me empuja a seguir componiendo. Ahora estoy escribiendo sobre todo música de cámara, estoy haciendo piezas cortas para cuarteto de cuerdas y otros formatos pequeños utilizando motivos latinoamericanos y sobre todo dominicanos. La programación en las diferentes salas del mundo está ávida de piezas cortas, excitantes y diferentes, con un sonido propio, y yo creo que en ese sentido el sonido de nosotros como caribeños será siempre importante y va a tener siempre un espacio en esas salas. Por eso insisto en eso. Estoy además trabajando en un concierto de piano y en una cantata, y por supuesto envuelto también de manera cotidiana en muchas producciones de discos. Para mencionarte alguno de ellos te diré que hice un disco con música navideña para la Sony, con Jhon Secada, un trabajo que para mí es uno de los más importantes que he hecho en el campo discográfico y así lo valoró también la crítica que le hizo el New York Times en diciembre pasado… En fin, estoy siempre muy ocupado escribiendo música.”

Con ese concierto en Santo Domingo junto a José Carreras pudiera parecer que el Maestro Molina tuvo en sus manos una oportunidad de oro para dar a conocer algunas de sus obras, una oportunidad excepcional para mostrar algo de su catálogo pero no hubo nada de eso en el programa.

‘Yo sé cómo me quiere la gente en mi país -dice Molina-, y el trato especial que me da la orquesta, pero esa noche el protagonista fue el Maestro Carreras. Yo creo que él fue lo suficientemente generoso como para dejarme hacer cuatro piezas con orquesta sola, y creo que nada de lo que tengo en mi catálogo se ajustaba a ese programa. Esa noche, el Maestro Carreras cantó de Pascuale Costa, Era de Maggio; de Fermín Álvarez, Pregaria; de Verdi, Il Poveretto y L’Esule; de Cilea, el aria ‘Lamento de Federico’ de la ópera L’Arlesiana; de Tosti, A Vucchella; de Gastaldon, Musica Proibita; de Falvo, Guapparia; de Rendino, Vurria; de Granados, Andaluza; y de Sorozábal, No puede ser; y yo hice las oberturas de las óperas La forza del destino, de Verdi y Candide, de Berstein; el Intermezzo de Cavalleria, de Mascagni; y la danza ‘Bacchanale’, de la ópera Sansón y Dalila, de Saint Saëns que son obras todas que se complementan y no quería desequilibrar el programa por introducir una obra mía en él.”

También saltó a la vista durante la velada del 12 de noviembre los movimientos que el Maestro Molina exhibió ante la orquesta, movimientos poco académicos, lo cual no le sucedía en los primeros años de su carrera como director. Es decir, las manos abiertas, los brazos muy extendidos y amplios movimientos del torso, práctica esta que pudiera alarmar a los puristas de la técnica de dirección orquestal; pero, José Antonio considera que ‘en la medida en que uno va desarrollándose artísticamente en la carrera disminuye la atención por lo técnico… siempre que la orquesta responda, claro está. Yo estoy imbuido en un mundo que es música, lo que me trasmite la música es lo que hago. Mis gestos son la prolongación de mi voluntad musical. Lo mismo si me inspira un gesto grande, ampuloso, o si quiero soltar las dos manos y que la orquesta suene sola, sin que me necesite, porque lo pide la música… así funciona. Creo que esto es el resultado de un crecimiento artístico. Yo antes me creía que si no estaban claros mis movimientos todo estaba mal. Ahora estoy en una dimensión diferente, estoy más preocupado por dirigir la música que por hacer que los músicos toquen juntos. ”

‘¡Y eso de si quisiera venir con más frecuencia a dirigir! Pues ¡Cómo no! ¡Claro que sí! Siempre será grato. Yo quisiera, como ya dije, programarlo de una manera especial para poder hacerlo, pero es un gustazo. Cada vez que yo estoy en un escenario, en cualquier país del mundo, me encanta que esos triunfos los gocen también mis compatriotas. Este año, cuando hice el concierto Pavarotti y sus amigos, en el que participaron Bocelli, Sting y un numeroso grupo de luminarias, hubo prensa dominicana y ellos testimoniaron aquel acontecimiento. Esta es la sexta vez que participo en ese espectáculo, pero este fue muy especial por eso, porque hubo prensa de mi país y me encanta que mis triunfos se gocen también aquí, que mis compatriotas sientan que no trabajo solamente en función de lucir personalmente, sino en función además de un país, de una tierra a la cual me siento orgullosísimo de pertenecer.”

” El hecho de que yo, durante los últimos meses, haya dirigido a Andrea Bocelli, a Pavarotti y a José Carreras, tres de los tenores más importantes del mundo, no es un logro mío solamente, yo creo que eso trasciende, y quiero que esto se lo adjudiquen también los jóvenes de mi país. Quien alguna vez soñó grande, y soñó en cosas imposibles debe pensar que se pueden lograr, que esos sueños se pueden hacer realidad a través del trabajo. Yo quiero que estos logros en mi carrera sean un estímulo para los jóvenes dominicanos y que piensen que si José Molina pudo, ellos también pueden. Hace veinte años, ni siquiera en el más remoto de mis sueños me vi dirigiendo a José Carreras, y mucho menos en mi tierra. Dios me lo ha puesto ahí, y pienso que ha sido una combinación de generosidad del todo poderoso, y también de mucho trabajo, y mucha firmeza en lo que yo he querido hacer. Que se apliquen eso los niños que quieran estudiar música, porque si yo pude hacerlo, aquí hay muchos dominicanos que también pueden. Y para terminar quiero enfatizar que, claro que sí, cualquier invitación que se me haga para trabajar en mi país será siempre muy especial para mí, y con gusto, si lo coordinamos con tiempo, la voy a priorizar, así que ojalá poder volver pronto.”

El concierto de José Carreras en la Sala Eduardo Brito fue a casa llena y el público ovacionó a la estrella, aplaudió a quien fuera uno de los grandes tenores del siglo XX. Casi mil personas, puestas de pie, homenajearon los méritos artísticos, las glorias pasadas de un artista y le conminaron a regalar cinco canciones más: Core ‘ngrato, de Cardillo; Vierno, de Acampora; Aranjuez con tu amor, sobre un tema de Rodrigo; Granada, de Agustín Lara; y Torna Surriento, de Curtis. Casi mil personas, puestas de pie, también aplaudieron al impetuoso José Molina, al artista que trabajó con fuerza y certeza, y a una orquesta que rindió una de sus mejores faenas en lo que va de año.

FICHA DEL MUSEOJOSÉ ANTONIO MOLINA

 

José Antonio Molina nació en Santo Domingo en 1960. Estudió piano en el Conservatorio Nacional de Música. En 1980 se trasladó a Nueva York, donde hizo licenciatura y maestría en el Manhattan School of Music, al tiempo que estudiaba dirección orquestal y composición en la Julliard School of Music.

Debutó como Director de Orquesta al frente de la Orquesta Sinfónica de Maracaibo en Venezuela. Se ha presentado como Director invitado en Puerto Rico, El Salvador, México, Cuba, España, Inglaterra Francia, Italia y China.

En 1990 fue uno de los tres finalistas de la competencia más importante para directores de orquesta en Estados Unidos, la Exxon Endowment for Conductors, siendo seleccionado entre más de cien directores de todo el mundod.

Es el primer dominicano nombrado director titular de una orquesta en Estados Unidos, la Greater Palm Beach Symphony Orchestra. En ese mismo año debutó en Kravis Center, la sala de concierto más importante de esa ciudad, dirigiendo un concierto con la mezzo soprano Marilyn Horne, junto a la Orquesta de la Opera de Palm Beach.

En 1995 dirigió a Gloria Estefan en el Vaticano con motivo del 50 aniversario de la ordenación como sacerdote del Papa Juan Pablo II. Desde 1996 Molina ha sido director y principal arreglista del concierto Pavarotti and Friends compartiendo el escenario con Elton John, Stevie Wonder, Liza Minneli, Celine Dion, Eric Clapton, Natalie Cole, Sheryl Crow, Vanessa Williams, Joan Osborn, Tom Jones, Barry White, Mariah Carey, Ricky Martin, Georges Michels, Andrea Bocelli, José Carreras, Placido Domingo y Sting, entre otros.

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