PEDRO MIR
HACIA UNA ESTÉTICA DEL SIGLO XXI
FERNANDO UREÑA RIB
Si acaso en el espíritu de Pedro Mir no hubo algo de profeta, no hay duda que le habitó una visión diáfana sobre lo que habría de ser la estética del siglo XXI. La mente adelantada del poeta dedicó largos años a estudiar, prever y definir con infinito cuidado esa estética. Para comprenderla habríamos de partir de la premisa de que cada siglo construye su propio sentido de la estética. Es sabido que mientras el arte del siglo de oro va en pos de un ideal de belleza, la estética humanista del Renacimiento manifiesta ese afán del hombre por comprenderse a sí mismo. Las variables de los siglos románticos, (dieciochesco y decimonónico) presentaron el arte como una expresión de los sentimientos.
Por supuesto, si confundimos estética y estilo entramos en un juego peligroso. El estilo establece las normas (la ley de la proporción estricta de Nietzsche, por ejemplo) y Don Pedro nunca intentó hacer tal cosa. Al contrario, para él (liberal y avanzado) cada obra de arte posee su propia ley, su normativa. Las leyes que rigen una obra de arte solo aplican a ella. “Ninguna es igual a otra. Cada una posee un número infinito de cualidades propias, inalcanzables para las facultades de nuestros sentidos”. A diferencia del estilo, la estética es una ciencia que se ocupa en responder la vieja y aparentemente sencilla pregunta de “¿Qué es el arte y para qué sirve?”.
Indagando esos menesteres los filósofos descubrieron, asombrados, que el arte es una actividad exclusivamente humana (Martín Heidegger) y los más religiosos ( como Kirkegaard) añadieron que el arte es una actividad humana que nos acerca o nos asemeja a Dios, porque nos hace creadores. Sartre descubre la innegable relación entre arte y existencia, sin embargo la estética existencialista ocurre solo en los niveles del pensamiento. Le hacía falta carne, materia. Martín Heidegger vuelve a la carga y nos hace ver los nexos entre la esencia del arte y la búsqueda de la verdad y a su vez entre la búsqueda de la verdad y la de la libertad.
— La búsqueda de la verdad es esencial para la ciencia, no para el arte. — Me decía Pedro Miraferrado al mouse de su computadora. — Ellos no entendieron el problema. El arte no es la búsqueda de la belleza, ni es la expresión de los sentimientos, ni es la manifestación del profundo anhelo del hombre de hallar el bien. Aunque quizás incluya esos elementos accesorios.
No había fin a nuestras polémicas. Me recibía a las diez, en su casa de Gázcue o en su apartamento del reparto Evaristo Morales. Mientras Doña Carmina nos servía café en unas tazas minúsculas, don Pedro revisaba magistralmente la conspicua historia de las ideas sobre el arte. Nuestras discusiones sobre este asunto se extendieron por un período de siete años. Es imposible transcribir en la brevedad de ésta página la riqueza y profundidad y visión del pensamiento dePedro Mir. Tampoco es posible acercarnos aquí a su comprensión de la historia y de la filosofía. Sus libros de estética recogen una versión clara y resumida de ese pensamiento.
La del siglo XX podría denominarse la estética del concepto. Casi se nos convence de que cualquier cosa, cualquier objeto puede ser una obra de arte si hay un concepto o idea que la sustente. Es en esa línea de pensamiento que se mueve Marcel Duchamps al plantar aquellos orinales en el museo,hacia 1910. La vanguardia era eso: La muerte del arte (Hegel) o su inutilidad (Joseph Beuys.) Luego, parafraseando a León Tolstoy se llegó apresuradamente a la conclusión de que todo hombre, cualquier ser humano, es un artista.
A mí me resultaban más afines las ideas estéticas de los siglos anteriores. Las de Nietzsche, por ejemplo, modeladas sobre los principios de la tragedia griega y con aquella polaridad de un principio destructor o dionisíacos (Thánatos según Freud) y otro apolíneo (Eros) que moldea el caos dionisíaco. O las de Benedetto Croce, al iniciarse el siglo XX, que explicaron el arte como una actividad propia de los sentidos, de la intuición.
Los estructuralistas sustentaron en los años sesenta que el arte es el concepto, que el arte es lenguaje o que es parte del lenguaje. Pedro Mir se exaltaba. El no pensaba de esa manera. Distingue y disecciona minuciosamente el arte del lenguaje. Esas formas de la comunicación humana, junto al símbolo, poseen características que de manera original y nueva son diferenciadas por él. Antes de Pedro Mir la noción de arte, como una forma distinta de la comunicación humana no había sido plenamente entendida.
Nos quedó mucho por decir sobre temas tan fascinantes. Quizás nuestra discusión más ardua y más reciente tenga que ver con las relaciones y la distinción entre forma e imagen. El 3 de junio, poco antes de entrar en su lecho de muerte, don Pedro me escribió una carta de ocho páginas que tituló: “La imagen, esa desconocida.” Ese y muchos otros textos, notas y cartas inéditas de Pedro Mir conformarán una publicación que dejará constancia de nuestras tertulias y del pensamiento visionario de ese poeta dominicano y universal. Porque la estética de Pedro Mir rompe con las ideas predominantes en el siglo XX y se apodera del futuro. De un siglo que avanzará de manera insospechada en el campo de las comunicaciones. Sus ideas pertenecen al siglo XXI.
PEDRO MIR Y FERNANDO UREÑA RIB