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Beatriz Gonzalez

April 6, 2019 By dillon Leave a Comment

LA CONDICIÓN DE LA MUJER SEGÚN

BEATRIZ GONZÁLEZ

DELEDDA CROS

 

El Museo de Historia, Antropología y Arte de la Universidad de Puerto Rico está presentando como parte de las actividades previas a la Trienal Poligráfica de San Juan, América Latina y el Caribe, una muestra del trabajo gráfico de la artista colombiana Beatriz González.

Su contribución al arte contemporáneo latinoamericano se ha ido consolidando a partir de la década del 70 gracias a una inteligencia visual que ha sabido integrar temas y motivos regionales con tratamientos sumamente eficaces y de gran complejidad simbólica.

Aunque su lenguaje formal ha adoptado elementos del pop norteamericano, sus grabados no reflejan las imágenes que corresponden a una iconografía de consumo y tampoco proponen una visión conformista y complaciente de la realidad social.

Su obra se ha mantenido vinculada a otros problemas y a unos referentes regionales que en nada tienen que ver con modelos derivados de una sociedad tecnológica y que le han permitido incidir críticamente en una diversidad de prácticas que se nutren de los acontecimientos políticos, la crónica roja urbana, los retratos de familia, la historia de los próceres o los comportamientos absurdos y desquiciados de la plutocracia colombiana.

Los grabados de Beatriz González utilizan el tratamiento artesanal como una estrategia que se opone a la manifestación industrializada de la serialidad. Es decir, que la impresión en serie no puede conducir a la producción de un número ilimitado de copias que carezcan de particularidades y calidades plásticas que se distingan a cada uno de los elementos de una misma tirada. En éste proceso de particularización de la copia, Beatriz González incorpora el recurso del accidente y del error como otra forma de fijar los rasgos diferenciales de la copia.

El enfoque de su trabajo gráfico mantiene un tono irónico y distanciado que pone en evidencia la falsedad de ciertos sectores de la sociedad colombiana a través de la utilización de lo cursi o de lo grotesco como una manera de expresar desde su propio lenguaje plástico una visión crítica del entorno social.

Esta forma irónica de acercarse a la realidad social colombiana podemos apreciarla en la obra titulada “Decoración de Interiores” donde la artista utiliza una fotografía que aparece el presidente Julio César Turbay Ayala en una fiesta privada. La imagen de Turbay Ayala la transfiere a una serigrafía impresa sobre tela y esta a su vez se cose sobre una cortina de baño que transforma el acto del presidente en una figura desprovista del peso institucional al ser reducido aparte de su diseño con una función doméstica decorativa.

“Lo más valioso del trabajo de Beatriz González”, según afirma la critica Marta Traba, “es que consigna hacer de su obra una unidad de sentido que sin moverse de lo regional, es capaz de transmitir lo regional como una vivencia donde se expresan concepciones humanas y estéticas extremadamente amplias y complejas”.

DELEDDA CROS

BEATRIZ GONZÁLEZ

 

Pintora, historiadora y crítica de arte santandereana (Bucaramanga, 1938). Beatriz González Aranda estudió Bellas Artes con Juan Antonio Roda en la Universidad de los Andes e hizo un curso de grabado en la Academia Van Beeldende Kunsten de Rotterdam. Como historiadora ha publicado: Ramón Torres Méndez, entre lo pintoresco y la picaresca (1985), Roberto Páramo, pintor de la sabana (1986), José Gabriel Tatis, un pintor comprometido (1987), Fídolo Alfonso González Camargo (1987) y “Las artes plásticas en el siglo XIX”, en la Gran Enciclopedia de Colombia (1993). Beatriz González tiene una amplia producción que se remonta a los primeros años sesenta. En 1964 se presentó por primera vez en Bogotá con una exposición sobre La encajera del pintor holandés del siglo XVII Jan Vermeer. Inspirada en este cuadro, Beatriz González realizó una serie de variaciones de indiscutible buen gusto. Su obra se caracterizó por los colores vivos y planos y las composiciones armónicas. Posteriormente vinieron, en 1965, las variaciones sobre La niña-montaje, en las que reafirmó su refinamiento cromático.

Este mismo año realizó las dos versiones de Los suicidas del Sisga (segundo premio especial en Pintura del XVII Salón de Artistas Nacionales, 1965), trabajadas a partir de una fotografía de prensa, con las que se inicia su obra más característica, siempre relacionada con el país y lo colombiano y plenamente consciente de que sólo desde lo provinciano se puede alcanzar lo universal: «Yo creo que el arte es universal y que eso de la pintura colombiana son tonterías. Creo que lo que más daño le ha hecho al arte colombiano fue tratar de ser colombianista. Uno debe tratar de ser universal, lo demás viene por añadidura». A Los suicidas del Sisga [ver tomo 6, p. 131] siguieron, según inventario de Marta Traba, los próceres de la historia extensa de Colombia, los retratos de familias “decentes” que se publicaban en los periódicos, los episodios de las páginas sociales y la crónica roja, las escenas ingenuas pintadas en los buses, las estampas populares y los cromos de venta en el pasaje Rivas y en la populosa carrera décima de Bogotá, recorrida por el servicio doméstico atraído a la capital. En toda su obra, Beatriz González alude no sólo a una manera de ser, a una idiosincrasia peculiar, sino también al gusto «de la gente», que la artista trata como socióloga, aunque sin dejar de incluir una dosis de ironía: «Mi pintura no es la búsqueda de un fin por intermedio de temas irónicos, sino una pintura con temperatura. No hago objetos cursis con la misma especie de morbosidad que mueve a ciertas personas a coleccionar objetos del llamado mal gusto. No creo que la sociedad en que trabajo sea cursi sino desmedida, en todas las proporciones y sentidos […]». «A mí lo que me interesa es el gusto. Me interesa el porqué una persona coloca estas cosas y no otras en su casa. Si hubiera sino una artista conceptual, desde el 70 habría puesto una tarjeta diciendo: vayan y vean la casa de zutano. Y otra: vayan y vean la casa de fulano. Pero como soy una artista a la antigua, necesito pintar y pinto. Yo me pregunto porqué diablos me llamó la atención la foto de los suicidas en el periódico. ¿Fue el gris de la cara, igual a unos trabajos que estaba realizando, o fue la cosa popular de dos personas que entran en un pacto suicida y que unen sus manos para una foto que envían a sus familiares? Pero no, porque el tema lo leí después. Era la foto, el sombrero que él llevaba, en fin […] En mí hay una predisposición a mirar el gusto de la gente».

Paralelamente a estas obras realizadas a partir de fotografías de prensa y cromos populares, Beatriz González ha trabajado numerosas versiones de obras de grandes maestros. Desde La encajera de Vermeer hasta el Guernica de Pablo Picasso, titulado Mural para fábrica socialista, la artista ha hecho variaciones de Leonardo da Vinci, Rafael, Sandro Botticelli, Jean-AugustDominique Ingres, Jean-François Millet, Paul Cézanne, Paul Gauguin, Edgar Degas, Pierre-August Renoir, Georges Braque, etc. Dos razones han llevado a Beatriz González a trabajar con obras famosas de la historia de la pintura: su inhabilidad para componer y su admiración por las obras artísticas. La pintora confiesa tener una visión prejuiciada de la historia del arte. A toda hora, en todas partes, asocia experiencias visuales con cuadros famosos. A partir de un objeto cualquiera, a partir de la textura de una madera o de la forma de un mueble, surge la asociación estética. Así, por ejemplo, de unos toalleros en forma de concha surgió la imagen de la obra de Boticelli El nacimiento de Venus; de una lámina de madeflex estriado, un bodegón de Braque; de un peinador con espejo circular un tondo de Rafael. Otras veces, el procedimiento es a la inversa: a partir de un cuadro surge la idea del objeto donde debería estar su composición. Así surgieron los telones inspirados en Edouard Manet, Claude Monet y Paul Gauguin.

Como la artista trabaja sobre superficies de diversos materiales y texturas (láminas de metal, maderas varias, toallas, hules, cubrelechos, etc.) debe inventar constantemente nuevas facturas. Con óleos, esmaltes o acrílicos, Beatriz González no sólo domina cada una de las técnicas, sino que trabaja con una gama muy variada de colores. Desde sus óleos sobre lienzo de comienzos de su carrera, hasta los telones pintados en acrílico y el Guernica (1981), realizado en esmalte sintético sobre tablex, pasando por sus numerosos esmaltes sobre lata (muchos instalados en muebles como “marcos”), Beatriz González se ha dado el lujo de dominar los medios y procedimientos y, sobre todo, de transvasar con talento las pinturas en que se inspira. Porque si es cierto que Beatriz González copia la composición de las obras del pasado, no hay duda de que siempre inventa una nueva relación cromática y muchas veces también un nuevo procedimiento. Desde comienzos de los ochenta, su producción se ha centrado, siempre con el apoyo de las fotografías de prensa, en la realidad colombiana. Desde sus numerosos trabajos relacionados con la figura del presidente Julio César Turbay (dibujos al grafito, la serigrafía Decoración de interiores) hasta sus dramáticas versiones de la muerte del narcotraficante Gonzalo Rodríguez Gacha (Retratos mudos), pasando por Las Ibáñez, las viñetas de la tragedia (Un uxoricidio) y la comedia (Turbay condecorando a un personaje), los temas relacionados con los presidentes de la República (Plumario colombiano, Los papagayos, Sr. Presidente qué honor estar con Ud. en este momento histórico, alusivo a los acontecimientos relacionados con la toma del Palacio de Justicia en 1985), el ciclista Martín Emilio Rodríguez “Cochise”, el ciclista Lucho Herrera y su apoteosis con el presidente Virgilio Barco, el futbolista René Higuita, los soldados vestidos en traje de campaña, los hombres asesinados etc., hay ahora un exclusivo y profundo interés por todo lo nacional, tanto desde el punto de vista histórico como desde el de la actualidad. Pero el cambio no es solamente temático, también es formal y de contenido. El manejo de los elementos formales (planos, colores, composiciones) es ahora más complejo y descarnado y la intención de decir, a través de aquellos elementos, cuán caótica y dramática es la situación, es más escueta y aladina. La artista no hace concesiones a nada, su tono se ha vuelto severo. Esto no significa que sus cuadros hayan perdido la calidad artística que los ha caracterizado: muy lejos de cualquier noción de belleza, sus representaciones siguen atrayendo por las convincentes relaciones de las formas y de éstas con sus contenidos. Como acertadamente lo ha señalado Luis Caballero, el color de sus cuadros sigue siendo refinado, aun en las armonías más absurdas, y la línea de sus dibujos sigue siendo acertada dentro de las torpezas más sofisticadas. Con ocasión del Quinto Centenario del descubrimiento de América en 1992, Beatriz González realizó una serie de serigrafías con el tema de un indígena en una barca. Aparte de sus pinturas y dibujos, González tiene una extensa producción de grabados [Ver tomo 6, Arte, pp. 130 y 131].

 

BEATRIZ GONÁLEZ

Bucaramanga, Colombia 1938

1959-62 Estudió en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de los Andes (Bogotá), donde obtuvo la maestría.

1990
EXPOSICIONES RECIENTES

Retrospectivas
Beatriz González una década

1980-1990 Museo de Arte Universidad Nacional, Bogotá, Colombia
Colectivas
XXXIII Salón Anual de Artistas Colombianos, Corferias, Bogotá, Colombia
Arrtistas Santandereanos en la década de 1960, Banco de la Republica y Museo de Arte Moderno de Bucaramanga, Colombia, Octubre

1991
Colectivas
Dibujantes Latinoamericanos de hoy, Museo de San Diego, California, Estados Unidos
Painting, Misión Permanente de Colombia Ante las Naciones Unidas, Nueva York, Estados Unidos
Reencuentro, Juan Antonio Roda, Beatriz González, Luis Caballero y Lorenzo Jaramillo, Galería Garcés Velásquez.

1992
Individuales
1/500 Galería Garcés Velásquez, Bogotá, Colombia

Colectivas

America, la novia del sol, Museo Real de Bellas Artes de Amberes, Bélgica
Ante América, Biblioteca Luis Angel Arango, Banco de la República, Bogotá, Colombia
XXXIV Salón Anual de Artistas Colombianos, Corferias, Bogotá, Colombia

1993
Colectivas

The Feeling of Space Colombian Sculpture I, Colombian Center, Nueva York, Estados Unidos.
Por Humor al Arte, Biblioteca Luis Angel Arango, Banco de la República, Bogotá, Colombia

1994
Retrospectivas

Beatriz González, restrospectiva,Museo de Bellas Artes, Caracas, Venezuela.
El Color de la Muerte, Sala de Arte Suramericana, Medellín, Colombia

Colectivas
XXXV Salón Anual de Artistas Colombianos, Corferias, Bogotá, Colombia

1995

Retrospectivas

El Color de la muerte, Museo de Arte Moderno La Tertulia, Cali, Colombia

Colectivas

Mujeres artistas en latinoamérica, itinerante por el Museo de Arte de Milwakee, Wisconsi, Estados Unidos, 3 de marzo/28 de mayo; el Museo de Arte de Phoenix, Arizona, Estados Unidos, 7 de junio/1 de octubre; el Museo de Arte y el Museo de las Américas, Denver, Colorado, Estados Unidos.
Bienal de Kwangju 1995 , Kwangju Corea, 20 de septiembre/20 noviembre
Arte, políitica, religión Artistas Contemporáneos Colombianos, Warwich Arts Center, Coventry, Inglaterra.
XI Muestra de Grabado Ciudad de Curitiba, Curitiba, Brasil, 21 de octubre 29/diciembre

1996
Retrospectivas

30 años en la obra gráfica de Beatriz González, itinerante por las sucursales del Banco de la República, Colombia

Colectivas

Mujeres Artistas en Latinoamérica, National Museum of Women in the Arts, Washington D.C. Estados Unidos.
Centro para las Artes, Miami, Estados Unidos
América Latina 96, Museo Nacional de Bellas Artes, Buenos Aires, Argentina.
Arte, política religión, Artistas Contemporáneos Colombianos, Barbican Centre, Londres, Inglaterra, Galería Teorema, Bruselas, Bélgica, Centro Cultural Melina Mercury, Atenas, Grecia, Universidad de Essex, Inglaterra.
Premios Nacionales Uniandinos, Galería Espacio Alterno, Universidad de los Andes, Bogotá, Colombia.
Autorretrato Colombiano del Siglo XX, Centro Colombo Americano, Bogotá, Colombia
1997
Individuales

Beatriz González, Las Delicias, Galería Garcés Velásquez, Bogotá, Colombia

Colectivas

Arco 97, Galería Garcés Velásquez, Madrid, España
Re aligning Vision , Alternative Currents in South American drawing, el Museo del Barrio, Nueva York, Estados Unidos, Arkansas Art Center , Little Rock, Arkansas Estados Unidos

 

 

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Enrique Grau

April 6, 2019 By dillon Leave a Comment

LA REFINADA PRESENCIA ESCÉNICA DE

ENRIQUE GRAU

FERNANDO UREÑA RIB

Hoy día se ha experimentado tanto que lo escandaloso, creo yo, es volver a la academia. Pero en realidad esta apertura tan enorme hace que el artista tenga unos campos mucho más grandes, y ya que perdió la capacidad de impresionar a través del escándalo, debe impresionar por la capacidad de su talento. Enrique Grau  (1920-2004) De una entrevista con Enrique Córdoba

Junto a Fernando Botero, Obregon y David Manzur,  Enrique Grau forma parte de ese manantial abundante de imágenes desde donde fluye y se nutre la pintura colombiana de hoy. 

De un dibujo refinado y preciso y de una aguda percepción sicológica, la pintura de Enrique Grau se sostiene sobre bases muy sólidas. Y entre ellas cabe mencionar su comprensión de la anatomía, de las sutilezas del claroscuro, su vitalidad luminosa y su hábil manejo del contraste cromático. Así lo europeo se funde con lo americano y el sabor local permea las imágenes con donosura y gracia, pero también con destreza y fuerza.

En Enrique Grau, el arte de pintar cobra sentido, al traspasar los exigentes requerimientos de la academia y llegar mucho más lejos hasta del manejo de la anatomía, y la expresión plástica, para adentrarnos en escenas de gran verismo que no están exentas ni de humor ni de poesía. 

Pero las escenas de Grau ocurren como en un teatro sagrado, de manera ritual, como si se tratara de una dantesca divina comedia o de un dramático cuadro de Balzac o de Moliere, donde es posible descubrir los perfiles inacabados e inquietantes de la conspicua existencia humana.

Fernando Ureña Rib

MUERE ENRIQUE GRAU, UNO DE LOS PRODIGIOS DEL ARTE COLOMBIANO DEL SIGLO XX

 

Ha dejado profunda pena en el ámbito cultural y artístico latinoamericano la noticia de la muerte del maestro colombiano Enrique Grau.

“Enrique Grau fue un artista expresionista, figurativo, tenía un contacto directo con la cosa cotidiana del ser humano, tenía una mezcla entre humor y trascendencia en la obra”, dijo el pintor colombiano David Manzur, uno de sus amigos más cercanos.

Sus pinturas, definidas por algunos como naturalistas, se caracterizaban por la mezcla sensual de figuras humanas de raza blanca, indígena y negra.

El artista incursionó en técnicas y medios tan diversos como el dibujo, la escultura, el grabado, el collage, la serigrafía, la escenografía y el vestuario teatral, los murales y el cine.
Un museo para Grau

El gobierno colombiano lamentó la muerte del artista y prometió la creación de un museo que recoja sus obras en el claustro de la Merced en Cartagena.

La ministra de Cultura, María Consuelo Araújo, dijo a una emisora local que “vamos a recordarlo disfrutando cada instante de la vida, como lo hacía él”.  En su última exposición en Bogotá, Grau exploró el dolor del conflicto armado colombiano en una serie llamada “Gozosos y Dolorosos”. Grau nació en Panamá en 1920, pero vivió la mayor parte de su vida en la ciudad costera de Cartagena.
El artista donó a esta ciudad varias colecciones de arte precolombino y popular.
Su cuerpo será trasladado a Cartagena y enterrado en el cementerio del tradicional barrio de Manga, según sus deseos.

Iguanas de las Galápagos es el nombre de la muestra del artista colombiano Enrique Grau, que comprende 18 dibujos a carboncillo y pastel sobre papel. La exposición, que se mantendrá hasta el próximo domingo,  se efectúa en la planta alta de la Urna Norte del renovado Mercado Sur. Puede visitarse a partir de las 10h00. La entrada es gratuita.

Enrique Grau (1920-2004)

El maestro Enrique Grau, nacido en Cartagena, ha hecho historia en el mundo de la pintura y el bronce. El siempre fue consciente de su proceso como artista y ha estado atento a su propia evolución. Hoy, es uno de los grandes de la pintura latinoamericana y después del maestro Fernando Botero, el mejor de Colombia.

Está radicado en Nueva York, en los últimos 8 años ha estado yendo y viniendo. En esa ciudad fue su encuentro con la escultura y el bronce.
Vive en el Village, su taller queda a diez cuadras de su casa, cerca del Parque Washington.

Su historia en Nueva York no es de ahora, comenzó a los 20 años. Entre 1940 y 1943 asistió a la Escuela Art Students League, que era por entonces un excelente centro teórico y práctico de la pintura y el arte.

Enrique Grau -entre 1955 y 1956- asistió a la Academia San Marcos de Florencia; allí sacó el gusto por destacar partes de la anatomía humana. El ha plasmado distintas alternativas, desde el expresionismo y lo abstracto, hasta el realismo rotundo, alternando siempre con su brillante humor.

El maestro Grau regresó a Cartagena con el conocimiento adquirido en los Estados Unidos y se lanzó a una nueva visión pictórica, más libre y más audaz. Y empezó a formar su propio lenguaje: Figuras humanas, cultura magdalenense, trajes viejos, sombreros, cometas, teléfonos, monteras. Seres humanos, niños y niñas cabezonas, máscaras, manos de cera; un amplio repertorio de imágenes
mezclados con una luminosidad muy tropical.

Enrique Grau fue profesor de Bellas Artes en Bogotá, participó en 1943 en la “Exposición de Artistas de las Naciones Unidas”, en Nueva York; en la “Exposición de Artistas Latinoamericanos del Instituto Americano de Decoradores”; también en Nueva York; en el “Arts and Memorial Grafts of Latin America”; en el “Books Memorial Gallery de Memphis”; en la “Unión Panamericana”, de Washington; en la “Galería Roland”, de Nueva York; en varios salones de Artistas Nacionales de Colombia; en la “Exposición de Arte en América” del Instituto Americano de Washington; en varias exposiciones colectivas en los Estados Unidos, Colombia y en otros países de América y Europa.

El maestro Grau, se mantuvo dentro del figurativismo; utiliza numerosos elementos simbólicos a veces con minuciosidad decorativa. También ha pintado diferentes murales y ha realizado diversas escenografías para cine, e ilustrado y escrito libros

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Vincente Pimentel

April 6, 2019 By dillon Leave a Comment

EN PARÍS, UN DOMINICANO TRIUNFANTE,

VICENTE PIMENTEL

Fernando Ureña Rib

 

 

VICENTE PIMENTEL, TRIUNFANTE

Vicente Pimentel es un pintor de gran madurez  en pleno ejercicio de su libertad creadora. En sus orígenes Vicente Pimentel, alumno aventajado del maestro Jaime Colson, se discurría entre los vetustos salones de la Escuela Nacional de Bellas Artes en Santo Domingo y una pequeña buhardilla que le servía de taller en la calle Álvaro Garabito, del barrio de San Carlos, donde la mugre y la desesperanza se apoderaba de los hombres, de los muros y de todos los rincones. Los olores y los ruidos de la ciudad penetraban entonces hasta el papel que le servía de soporte a su gran habilidad de dibujante.

Pero sus metas y objetivos se centraban ( como una vez había ocurrido con Jaime Colson) en París, ciudad que él veía como la tierra de promisión, por la riqueza y refinamiento de su vida cultural. Agobiado y harto de los fastidios de la vida tropical, un buen día, Vicente Pimentel recogió sus bártulos y se fue a París.

Imperceptiblemente, en la sofisticada vida Parisina, de alguna manera, regresan a sus lienzos los olores, los ruidos y la mugre de su pequeño taller en la Álvaro Garabito. Y esa visión tamizada por el recuerdo y exaltada por la imaginación se vuelca de manera involuntaria y poderosa en su expresión pictórica.  Los parisinos descubren a través de las pinturas de gran formato de Vicente Pimentel ese otro mundo donde es posible percibir la borra del café sobre los muros, el barrunto de la miel o del aceite, la noble rudeza de los pisos de tierra y la lenta podredumbre que se apodera de las cloacas y de las gentes, la dulce parcimonia del ocio, el calor sofocante del mediodía, el sopor de la cerveza derramada.

Vicente Pimentel, triunfa en París con un arte que sorprende por la valía de un conjunto de elementos en que se aprietan, sin molestarse, todos los vestigios de su experiencia humana.

 

Fernando Ureña Rib

 

VICENTE PIMENTEL (1947-)

Estudió en la Escuela Nacional de Bellas Artes, ampliando sus conocimientos en Marsella, y en París, Francia. Ha obtenido premios importantes en concursos y bienales celebrados en la República Dominicana, además del premio “Ville de Vírtry”, obtenido en 1982 en Francia. Ha expuesto individualmente en París, Estocolmo y Santo Domingo y en forma colectiva en Madrid, París, Estocolmo, Islas Canarias, Londres, La Habana, Rijeka (Yugoslavia), Niza, Copenhague.

En la pintura de Pimentel predominan las formas abstractas flotando en el espacio, con alusiones neofigurativas, en presencia perdurable y fugacidad irreflexivo. Visualiza un futuro cargado de interrogantes, saturado por la tecnología y la descomposición física y espiritual.

Pimentel es un artista acucioso, conceptual y responsable, con un sitial asegurado en el contexto delas artes plásticas parisinas, donde tiene establecido su taller desde hace varios años. Trabaja con los mitos modernos, donde ofrece una visión panorámica del pensamiento dialéctico y de los valores más característicos del hombre, desde la perspectiva de un realismo vivo, coherente y conceptual, pleno de pinceladas firmes, amplias y jugosas. Integra a su arte un universo de formas, pianos y estructuras asimétricas, asegurando la construcción armónica de los cuerpos, figuras y objetos, muchas veces desprovistos de atmósfera, impregnados de tensiones y motivaciones, hasta alcanzar un rigor conceptual que define la pureza de su obra artística.

FUENTE

www.republicadominicana.inter.net.do

 

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Carlos Hinojosa

April 6, 2019 By dillon Leave a Comment

PLASTICIDAD INTENSA EN

CARLOS HINOJOSA

FERNANDO UREÑA RIB

 

Carlos Hinojosa es un pintor dominicano que demuestra en su obra una honda y poderosa expresión plástica. Educado en la Escuela Nacional de Bellas Artes, al amparo de maestros como Domingo Liz y Gaspar Mario Cruz, Hinojosa advierte la angustia que circunda a los desamparados y la plasma con tremenda fuerza expresiva, casi con ira desbordada, con coraje y sin embargo, el trabajo demuestra también una búsqueda insoslayable de alegría y esperanza. No se trata pues, simplemente, de un expresionismo abstracto, a la manera del famoso movimiento universal. La suya es una visión propia, sentida en la propia carne y sangre y con la propia carne y sangre descrita, expuesta al mundo.

Fernando Ureña Rib

Carlos Hinojosa fue galardonado con un premio de pintura en XXII Bienal de Artes Visuales de Santo Domingo

 
 

CARLOS HINOJOSA

Nació en 1962, cotuí, República Dominicana.  Estudió en la Escuela Nacional de Bellas Artes, bajo la la guía de Domingo Liz y Gaspar Mario Cruz.


Premios y reconocimientos:

2001: Primer Premio de Pintura en la XXIII Bienal Nacional de Artes Visuales, Santo Domingo, Rep. Dominicana.
2000: Primer Premio de Pintura Concurso de Artes Plásticas Eduardo León Jimenes, Santiago de los Caballeros, Rep. Dominicana (Evento de artes plásticas más significativos del sector privado)
1999: Premio de Pintura de la XXII Bienal Nacional de Artes Plásticas, Santo Domingo, Rep. Dominicana.
1998: Tercer premio de pintura Concurso de Artes Plásticas Eduardo León Jimines, Santiago de los Caballeros, Rep. Dominicana.
1992: Mención Concurso de Artes plásticas Eduardo León Jimenes, Santiago de lso Caballeros, Rep. Dominicana.

1991: Primer Premio de Pintura de la XVIII Bienal Nacional de Artes Visuales, Santo Domingo, Rep. Dominicana.
1988: Tercer Premio de Pintura Concurso de Artes plásticas Eduardo León Jimenes, Santiago de lso Caballeros, Rep. Dominicana.
1987: Primer Premio de Pintura Escuela Nacional de Bellas Artes, Santo Domingo, Rep. Dominicana. Ilustración poemarias ¨Tiempos Negros¨, prologado por el Dr. Joaquin Balaguer, destacado intelectual y pasado presidente de la Rep. Dominicana en cinco periodos diferentes (fallecido).
1986: Primer Premio Paisajes Concurso Escuela Nacional de Bellas Artes, Santo Domingo, Rep. Dominicana
1986: Tercer Premio de Dibujo Concurso de la FAO en el Museo de Artes Moderno, Santo Domingo, Rep. Dominicana.
1985: Primer Premio Artes Aplicadas de la Escuela Nacional de Bellas Artes, Rep. Dominicana.

Obras en exhibición permanente:

Museo de Arte Moderno Santo Domingo, R.D.
Centro León, Santiago de los Caballeros, R.D.
Museo del Dibujo Contemporáneo (Mudic), Santo Domingo, R.D.
Museo de Arte Contemporáneo MAC, San Juan, Puerto Rico.
Colección Dirección General de Aduanas.
Banco Central de la República Dominicana.
Colección CODETEL.

Exposiciones Individuales:

1988: Dibujo en Papel, Museo Rayo, Roldanillo, Colombia.
1990: Boinayel Galeria de Arte e Instituto de Cultura Puertoriqueña, San Juan, Puerto Rico
1991: Galeria de Arte Leonora Vega, San Juan, Puerto Rico
1992: Voluntariado del Museo de las Casas Reales, Ciudad Colonial, Santo Doming0o

 

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Horacio Quiroga

April 6, 2019 By dillon Leave a Comment

LA NARRATIVA DE

HORACIO QUIROGA

FERNANDO UREÑA RIB

 

Los sentimientos trágicos, y los de absurdo, de locura y de muerte que habitan las narraciones del gran escritor uruguayo Horacio Quiroga, van más allá de la escritura misma y alcanzan su propia vida, de la que él mismo se privara al ingerir cianuro luego de un pronóstico médico que revestía gravedad.

Si efectivamente existe un lado oscuro en el ser humano, Horacio Quiroga lo sondea con terrible e iluminada agudeza. A veces el relato se da en la niñez, o en las fábulas, con todas las socarronas maldades de una novatada pertinaz.

Incisiva y audaz, la escritura de Quiroga se adelanta a su tiempo  y retrata la grave condición social, la lucha permanente y fútil del hombre contra la fatalidad. Adversidad que uno ve venir y que se precipita sobre los personajes de manera súbita e inapelable.

Un lenguaje subyugante, una sensación de desamparo y de que sólo es posible el alivio al abrigo de la muerte, mantienen la tensión de sus relatos en el vórtice mismo de la acción, anticipándola y subvirtiéndola. Porque nada es jamás como lo suponemos. La escritura de Quiroga prevalece como una de las más agudas y atormentadas del hemisferio occidental.

 

FERNANDO UREÑA RIB

 


El paso del YabebiríUNA FÁBUA DE HORACIO QUIROGA

En el río Yabebirí, que está en Misiones, hay muchas rayas, porque «Yabebirí» quiere decir precisamente «Río-de-las-rayas». Hay tantas, que a veces es peligroso meter un solo pie en el agua. Yo conocí un hombre a quien lo picó una raya en el talón y que tuvo que caminar rengueando media legua para llegar a su casa: el hombre iba llorando y cayéndose de dolor. Es uno de los dolores más fuertes que se puede sentir.

Como en el Yabebirí hay también muchos otros peces, algunos hombres van a cazarlos con bombas de dinamita. Tiran una bomba al río, matando millones de peces. Todos los peces que están cerca mueren, aunque sean grandes como una casa. Y mueren también todos los chiquitos, que no sirven para nada.

Ahora bien: una vez un hombre fue a vivir allá, y no quiso que tiraran bombas de dinamita, porque tenía lastima de los pececitos. Él no se oponía a que pescaran en el río para comer; pero no quería que mataran inútilmente a millones de pececitos. Los hombres que tiraban bombas se enojaron al principio, pero como el hombre tenía un carácter serio, aunque era muy bueno, los otros se fueron a cazar a otra parte, y todos los peces quedaron muy contentos. Tan contentos y agradecidos estaban a su amigo que había salvado a los pececitos, que lo conocían apenas se acercaba a la orilla Y cuando él andaba por la costa fumando, las rayas lo seguían arrastrándose por el barro, muy contentas de acompañar a su amigo. Él no sabía nada, y vivía feliz en aquel lugar.

Y sucedió que una vez, una tarde, un zorro llegó corriendo hasta el Yabebirí, y metió las patas en el agua, gritando:

—¡Eh, rayas! ¡Ligero! Ahí viene el amigo de ustedes, herido.

Las rayas, que lo oyeron, corrieron ansiosas a la orilla. Y le preguntaron al zorro:

—¿Qué pasa? ¿Dónde está el hombre?

—¡Ahí viene! —gritó el zorro de nuevo—. ¡Ha peleado con un tigre! ¡El tigre viene corriendo! ¡Seguramente va a cruzar a la isla! ¡Denle paso, porque es un hombre bueno!

—¡Ya lo creo! ¡Ya lo creo que le vamos a dar paso! Contestaron las rayas—. ¡Pero lo que es el tigre, ése no va a pasar!

—¡Cuidado con él! —gritó aún el zorro— ¡No se olviden de que es el tigre!.

Y pegando un brinco, el zorro entró de nuevo en el monte.

Apenas acababa de hacer esto, cuando el hombre apartó las ramas y apareció todo ensangrentado y la camisa rota. La sangre le caía por la cara y el pecho hasta el pantalón, y desde las arrugas del pantalón, la sangre caía a la arena. Avanzó tambaleando hacia la orilla, porque estaba muy herido, y entró en el río. Pero apenas puso un pie en el agua, las rayas que estaban amontonadas se apartaron de su paso, y el hombre llegó con el agua al pecho hasta la isla, sin que una raya lo picara. Y conforme llegó, cayó desmayado en la misma arena, por la gran cantidad de sangre que había perdido.

Las rayas no habían aún tenido tiempo de compadecer del todo a su amigo moribundo, cuando un terrible rugido les hizo dar un brinco en el agua.

—¡El tigre! ¡El tigre! —gritaron todas, lanzándose como una flecha a la orilla.

En efecto, el tigre que había peleado con el hombre y que lo venía persiguiendo había llegado a la costa del Yabebirí. El animal estaba también muy herido, y la sangre le corría por todo el cuerpo. Vio al hombre caído como muerto en la isla, y lanzando un rugido de rabia, se echó al agua, para acabar de matarlo.

Pero apenas hubo metido una pata en el agua, sintió como si lo hubieran clavado ocho o diez terribles clavos en las patas, y dio un salto atrás: eran las rayas, que defendían el paso del río, y le habían clavado con toda su fuerza el aguijón de la cola.

El tigre quedó roncando de dolor, con la pata en el aire; y al ver toda el agua de la orilla turbia como si removieran el barro del fondo, comprendió que eran las rayas que no lo querían dejar pasar. Y entonces gritó enfurecido:

—¡Ah, ya sé lo que es! ¡Son ustedes, malditas rayas! ¡Salgan del camino!

—¡No salimos! —respondieron las rayas.

—¡Salgan!

—¡No salimos! ¡Él es un hombre bueno! ¡No hay derecho para matarlo!

—¡Él me ha herido a mí!

—¡Los dos se han herido! ¡Esos son asuntos de ustedes en el monte! ¡Aquí está bajo nuestra protección!… ¡No se pasa!

—¡Paso! —rugió por última vez el tigre.

—¡NI NUNCA! —respondieron las rayas.

(Ellas dijeron “ni nunca” porque así dicen los que hablan guaraní como en Misiones.)

—¡Vamos a ver! —rugió aún el tigre. Y retrocedió para tomar impulso y dar un enorme salto.

El tigre sabía que las rayas están casi siempre en la orilla; y pensaba que si lograba dar un salto muy grande acaso no hallara más rayas en el medio del río, y podría así comer al hombre moribundo.

Pero las rayas lo habían adivinado y corrieron todas al medio del río, pasándose la voz:

—¡Fuera de la orilla! —gritaban bajo el agua—. ¡Adentro! ¡A la canal! ¡A la canal!

Y en un segundo el ejército de rayas se precipitó río adentro, a defender el paso, a tiempo que el tigre daba su enorme salto y caía en medio del agua. Cayó loco de alegría, porque en el primer momento no sintió ninguna picadura, y creyó que las rayas habían quedado todas en la orilla, engañadas…

Pero apenas dio un paso, una verdadera lluvia de aguijonazos, como puñaladas de dolor, lo detuvieron en seco: eran otra vez las rayas, que le acribillaban las patas a picaduras.

El tigre quiso continuar, sin embargo; pero el dolor era tan atroz, que lanzó un alarido y retrocedió corriendo como loco a la orilla. Y se echó en la arena de costado, porque no podía más de sufrimiento; y la barriga subía y bajaba como si estuviera cansadísimo.

Lo que pasaba es que el tigre estaba envenenado con el veneno de las rayas.

Pero aunque habían vencido al tigre, las rayas no estaban tranquilas porque tenían miedo de que viniera la tigra y otros tigres, y otros muchos más… Y ellas no podrían defender más el paso.

En efecto, el monte bramó de nuevo, y apareció la tigra, que se puso loca de furor al ver al tigre tirado de costado en la arena. Ella vio también el agua turbia por el movimiento de las rayas, y se acercó al río. Y tocando casi el agua con la boca, gritó:

—¡Rayas! ¡Quiero paso!

—¡No hay paso! —respondieron las rayas.

—¡No va a quedar una sola raya con cola, si no dan paso! rugió la tigra.

—¡Aunque quedemos sin cola, no se pasa! —respondieron ellas.

—¡Por última vez, paso!

—¡NI NUNCA! —gritaron las rayas.

La tigra, enfurecida, había metido sin querer una pata en el agua, y una raya, acercándose despacio, acababa de clavarle todo el aguijón entre los dedos. Al rugido de dolor del animal, las rayas respondieron, sonriéndose:

—¡Parece que todavía tenemos cola! Pero la tigra había tenido una idea, y con esa idea entre las cejas, se alejaba de allí, costeando el río aguas arriba, y sin decir una palabra.

Mas las rayas comprendieron también esta vez cuál era el plan de su enemigo. El plan de su enemigo era éste: pasar el río por otra parte, donde las rayas no sabían que había que defender el paso. Y una inmensa ansiedad se apoderó entonces de las rayas.

—¡Va a pasar el río aguas más arriba! —gritaron—. ¡No queremos que mate al hombre! ¡Tenemos que defender a nuestro amigo!

Y se revolvían desesperadas entre el barro, hasta enturbiar el río.

—¡Pero qué hacemos! —decían—. Nosotras no sabemos nadar ligero… ¡La tigra va a pasar antes que las rayas de allá sepan que hay que defender el paso a toda costa!

Y no sabían qué hacer. Hasta que una rayita muy inteligente dijo de pronto:

—¡Ya está! ¡Qué vaya los dorados! ¡Los dorados son amigos nuestros! ¡Ellos nadan más ligero que nadie!

—¡Eso es! —gritaron todas—. ¡Que vayan los dorados!

Y en un instante la voz pasó y en otro instante se vieron ocho o diez filas de dorados, un verdadero ejército de dorados que nadaban a toda velocidad aguas arriba, y que iban dejando surcos en el agua, como los torpedos.

A pesar de todo, apenas tuvieron tiempo de dar la orden de cerrar el paso a los tigres; la tigra ya había nadado, y estaba ya por llegar a la isla.

Pero las rayas habían corrido ya a la orilla, y en cuanto la tigra hizo pie, las rayas se abalanzaron contra sus patas, deshaciéndoselas a aguijonazos. El animal, enfurecido y loco de dolor, rugía, saltaba en el agua, hacia volar nubes de agua a manotones. Pero las rayas continuaban precipitándose contra sus patas, cerrándole el paso de tal modo, que la tigra dio vuelta, nadó de nuevo y fue a echarse a su vez a la orilla, con las cuatro patas monstruosamente hinchadas; por allí tampoco sé podía ir a comer al hombre.

Mas las rayas estaban también muy cansadas. Y lo que es peor, el tigre y la tigra habían acabado por levantarse y entraban en el monte.

¿Qué iban a hacer? Esto tenía muy inquietas a las rayas, y tuvieron una larga conferencia. Al fin dijeron:

—¡Ya sabemos lo que es! Van a ir a buscar a los otros tigres y van a venir todos. ¡Van a venir todos los tigres y van a pasar!

—¡NI NUNCA! —gritaron las rayas más jóvenes y que no tenían tanta experiencia.

—¡Sí, pasarán, compañeritas! —respondieron tristemente las más viejas—. Si son muchos acabarán por pasar… Vamos a consultar a nuestro amigo.

Y fueron todas a ver al hombre, pues no habían tenido tiempo aún de hacerlo, por defender el paso del río.

El hombre estaba siempre tendido, porque había perdido mucha sangre, pero podía hablar y moverse un poquito. En un instante las rayas le contaron lo que había pasado, y cómo habían defendido el paso a los tigres que lo querían comer. El hombre herido se enterneció mucho con la amistad de las rayas que le habían salvado la vida y dio la mano con verdadero cariño a las rayas que estaban más cerca de él. Y dijo entonces:

—¡No hay remedio! Si los tigres son muchos, y quieren pasar, pasarán…

—¡No pasarán! —dijeron las rayas chicas—. ¡Usted es nuestro amigo y no van a pasar!

—¡Sí, pasarán, compañeritas! —dijo el hombre. Y añadió, hablando en voz baja—: El único modo sería mandar a alguien a casa a buscar el winchester con muchas balas… pero yo no tengo ningún amigo en el río, fuera de los peces… y ninguno de ustedes sabe andar por la tierra.

—¿Qué hacemos entonces? —dijeron las rayas ansiosas.

—A ver, a ver… —dijo entonces el hombre, pasándose la mano por la frente, como si recordara algo—. Yo tuve un amigo… un carpinchito que se crió en casa y que jugaba con mis hijos… Un día volvió otra vez al monte y creo que vivía aquí, en el Yabebirí… pero no sé dónde estará…

Las rayas dieron entonces un grito de alegría: —¡Ya sabemos! ¡Nosotras lo conocemos! ¡Tiene su guarida en la punta de la isla! ¡Él nos habló una vez de usted! ¡Lo vamos a mandar buscar en seguida! Y dicho y hecho: un dorado muy grande voló río abajo a buscar al carpinchito; mientras el hombre disolvía una gota de sangre seca en la palma de la mano, para hacer tinta, y con una espina de pescado, que era la pluma, escribió en una hoja seca, que era el papel. Y escribió esta carta: Mándenme con el carpinchito el winchester y una caja entera de veinticinco balas.

Apenas acabó el hombre de escribir, el monte entero tembló con un sordo rugido; eran todos los tigres que se acercaban a entablar la lucha. Las rayas llevaban la carta con la cabeza afuera del agua para que no se mojara, y se la dieron al carpinchito, el cual salió corriendo por entre el pajonal a llevarla a la casa del hombre.

Y ya era tiempo, porque los rugidos, aunque lejanos aún, se acercaban velozmente. Las rayas reunieron entonces a los dorados que estaban esperando órdenes, y les gritaron:

—¡Ligero, compañeros! ¡Recorran todo el río y den la voz de alarma! ¡Que todas las rayas estén prontas en todo el río! ¡Que se encuentren todas alrededor de la isla! ¡Veremos si van a pasar!

Y el ejército de dorados voló en seguida, río arriba y río abajo, haciendo rayas en el agua con la velocidad que llevaban.

No quedó raya en todo el Yabebirí que no recibiera orden de concentrarse en las orillas del río, alrededor de la isla. De todas partes, de entre las piedras, de entre el barro, de la boca de los arroyitos, de todo el Yabebirí entero, las rayas acudían a defender el paso contra los tigres. Y por delante de la isla, los dorados cruzaban y recruzaban a toda velocidad.

Ya era tiempo, otra vez; un inmenso rugido hizo temblar el agua misma de la orilla, y los tigres desembocaron en la costa.

Eran muchos; parecía que todos los tigres de Misiones estuvieran allí. Pero el Yabebirí entero hervía también de rayas, que se lanzaron a la orilla, dispuestas a defender a todo trance el paso.

—¡Paso a los tigres!

—¡No hay paso! —respondieron las rayas.

—¡Paso, de nuevo!

—¡No se pasa!

—¡No va a quedar raya, ni hijo de raya, ni nieto de raya. si no dan paso!

—¡Es posible! —respondieron las rayas—. ¡Pero ni los tigres, ni los hijos de tigres, ni los nietos de tigres, ni todos los tigres del mundo van a pasar por aquí!

Así respondieron las rayas. Entonces los tigres rugieron por última vez:

—¡Paso pedimos!

—¡NI NUNCA!

Y la batalla comenzó entonces. Con un enorme salto los tigres se lanzaron al agua. Y cayeron todos sobre un verdadero piso de rayas. Las rayas les acribillaron las patas a aguijonazos, y a cada herida los tigres lanzaban un rugido de dolor. Pero ellos se defendían a zarpazos manoteando como locos en el agua. Y las rayas volaban por el aire con el vientre abierto por las uñas de los tigres.

El Yabebirí parecía un río de sangre. Las rayas morían a centenares… pero los tigres recibían también terribles heridas, y se retiraban a tenderse y rugir en la playa, horriblemente hinchados. Las rayas, pisoteadas, deshechas por las patas de los tigres, no desistían; acudían sin cesar a defender el paso. Algunas volaban por el aire, volvían a caer al río, y se precipitaban de nuevo contra los tigres.

Media hora duró esta lucha terrible. AI cabo de esa media hora, todos los tigres estaban otra vez en la playa, sentados de fatiga y rugiendo de dolor; ni uno solo había pasado.

Pero las rayas estaban también deshechas de cansancio. Muchas, muchísimas habían muerto. Y las que quedaban vivas dijeron:

—No podremos resistir dos ataques como éste. ¡Que los dorados vayan a buscar refuerzos! ¡Que vengan en seguida todas las rayas que haya en el Yabebirí!

Y los dorados volaron otra vez río arriba y río abajo, e iban tan ligeros que dejaban surcos en el agua, como los torpedos.

Las rayas fueron entonces a ver al hombre.

—¡No podremos resistir más! —le dijeron tristemente las rayas.

Y aun algunas rayas lloraban, porque veían que no podrían salvar a su amigo.

—¡Váyanse, rayas! —respondió el hombre herido—. ¡Déjenme solo! ¡Ustedes han hecho ya demasiado por mí! ¡Dejen que los tigres pasen!

—¡NI NUNCA! —gritaron las rayas en un solo clamor—. ¡Mientras haya una sola raya viva en el Yabebirí, que es nuestro río, defenderemos al hombre bueno que nos defendió antes a nosotras!

El hombre herido exclamó entonces, contento:

—¡Rayas! ¡Yo estoy casi por morir, y apenas puedo hablar; pero yo les aseguro que en cuanto llegue el winchester, vamos a tener farra para largo rato; esto yo se lo aseguro a ustedes!

—¡Sí, ya lo sabemos! —contestaron las rayas entusiasmadas. Pero no pudieron concluir de hablar, porque la batalla recomenzaba. En efecto: los tigres, que ya habían descansado se pusieron bruscamente en pie, y agachándose como quien va saltar, rugieron:

—¡Por última vez, y de una vez por todas: paso!

—¡Ni NUNCA! —respondieron las rayas lanzándose a la orilla. Pero los tigres habían saltado a su vez al agua y recomenzó la terrible lucha. Todo el Yabebirí, ahora de orilla a orilla, estaba rojo de sangre, y la sangre hacía espuma en la arena de la playa. Las rayas volaban deshechas por el aire y los tigres rugían de dolor; pero nadie retrocedía un paso.

Y los tigres no sólo no retrocedían, sino que avanzaban. En balde el ejército de dorados pasaba a toda velocidad río arriba y río abajo, llamando a las rayas: las rayas se habían concluido; todas estaban luchando frente a la isla y la mitad había muerto ya. Y las que quedaban estaban todas heridas y sin fuerzas.

Comprendieron entonces que no podrían sostenerse un minuto más, y que los tigres pasarán; y las pobres rayas, que preferían morir antes que entregar a su amigo, se lanzaron por última vez contra los tigres. Pero ya todo era inútil. Cinco tigres nadaban ya hacia la costa de la isla. Las rayas, desesperadas, gritaron:

—¡A la isla! ¡Vamos todas a la otra orilla!

Pero también esto era tarde: dos tigres más se habían echado a nado, y en un instante todos los tigres estuvieron en medio del río, y no se veía más que sus cabezas.

Pero también en ese momento un animalito, un pobre animalito colorado y peludo cruzaba nadando a toda fuerza el Yabebirí: era el carpinchito, que llegaba a la isla llevando el winchester y las balas en la cabeza para que no se mojaran.

El hombre dio un gran grito de alegría, porque le quedaba tiempo para entrar en defensa de las rayas. Le pidió al carpinchito que lo empujara con la cabeza para colocarse de costado, porque él solo no podía; y ya en esta posición cargó el winchester con la rapidez del rayo.

Y en el preciso momento en que las rayas, desgarradas, aplastadas, ensangrentadas, veían con desesperación que habían perdido la batalla y que los tigres iban a devorar a su pobre amigo herido, en ese momento oyeron un estampido, y vieron que el tigre que iba delante y pisaba ya la arena, daba un gran salto y caía muerto, con la frente agujereada de un tiro.

—¡Bravo, bravo! —clamaron las rayas, locas de contento. ¡El hombre tiene el winchester! ¡Ya estamos salvadas!

Y enturbiaban toda el agua verdaderamente locas de alegría. Pero el hombre proseguía tranquilo tirando, y cada tiro era un nuevo tigre muerto. Y a cada tigre que caía muerto lanzando un rugido, las rayas respondían con grandes sacudidas de la cola.

Uno tras otro, como si el rayo cayera entre sus cabezas, los tigres fueron muriendo a tiros. Aquello duró solamente dos minutos. Uno tras otro se fueron al fondo del río, y allí las palometas los comieron. Algunos boyaron después, y entonces los dorados los acompañaron hasta el Paraná, comiéndolos, y haciendo saltar el agua de contento.

En poco tiempo las rayas, que tienen muchos hijos, volvieron a ser tan numerosas como antes. El hombre se curó, y quedó tan agradecido a las rayas que le habían salvado la vida, que se fue a vivir a la isla. Y allí, en las noches de verano le gustaba tender se en la playa y fumar a la luz de la luna, mientras las rayas, hablando despacito, se lo mostraban a los peces, que no le conocían, contándoles la gran batalla que, aliadas a ese hombre, habían tenido una vez contra los tigres.
HORACIO QUIROGA

 

FICHA DEL MUSEO

 

 

 

 


HORACIO QUIROGA

Horacio Quiroga nace el 31 de diciembre de 1878 en Salto, Uruguay.
En 1897 hace sus primeras colaboraciones en medios periodísticos. En 1900 viaja a París.

En 1902 mata accidentalmente, con una pistola, a su amigo Federico Ferrando. Se muda a Buenos Aires, Argentina.

En 1903 trabaja como profesor de castellano y acompaña, como fotógrafo, a Leopoldo Lugones en una expedición a la provincia de Misiones. En 1906 publica su relato Los perseguidos, un adelanto de lo que después se conocería como literatura psicológica.

En 1909 se casa con Ana María Cirés y se van a vivir a San Ignacio. En 1911 es nombrado juez de Paz. En 1915 se suicida su mujer. Regresa a Buenos Aires en 1916.

En 1917 publica Cuentos de amor de locura y de muerte y en 1919, Cuentos de la selva, libro escrito para sus hijos.

En 1927 se casa con María Bravo. En 1932 se traslada a Misiones. En 1936 su mujer lo deja y vuelve a Buenos Aires.

El 19 de febrero de 1937, aparece muerto por ingestión de cianuro poco después de enterarse que sufre de cáncer gástrico.

 

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