• Skip to primary navigation
  • Skip to main content
  • Skip to primary sidebar

Latin Art Museum

  • Artists
  • Art Of Auto
  • Art of Beauty
  • Art Of Health
  • Art of Marketing
  • News

Content/Sidebar

Mariano Hernandez

April 18, 2019 By dillon Leave a Comment

MARIANO HERNÁNDEZ

NOS ENTREGA BELLAS Y FASCINANTES IMÁGENES DE CARNAVAL

IGNACIO NOVA

Fotos de Margarita de Villa Mella.

Ignacio Nova – 1/12/2008

SANTO DOMINGO.- El Banco Popular Dominicano, en la persona de su presidente, el señor Manuel Alejandro Grullón, entregó a sus relacionados comerciales el libro “Carnaval popular dominicano” de la autoría de los apreciados Mariano Hernández y Dagoberto Tejeda, fotógrafo y sociólogo, respectivamente, y se anuncia su presentación pública para el próximo mes de febrero.

Es una publicación de 258 páginas, bellamente ilustrada con fotografías de Mariano Hernández que exaltan su amor por la sorpresa, la imaginación, el movimiento y el colorido de las imágenes carnavalescas. El texto de Dagoberto Tejeda es un documento referencial, complementario de la bibliografía existente sobre este tema motivador; redactado de forma directa y llana; animado por el compromiso y el respeto a las manifestaciones populares que ha caracterizado a este investigador y promotor cultural a lo largo de su vida.

La vía de las máscaras


Claude Lévi-Strauss, de quien hablamos la semana pasada porque este año celebra su centenario, dijo que el estudio de las máscaras —tan presentes en todo carnaval— le planteaba “un problema que no conseguía resolver” (“La vía de las máscaras”, Siglo XXI Editores, Primera edición en español, 1981, pág. 16). Y que la factura de ciertas máscaras lo torturaban “por su factura”: su estilo, su forma extraña… De modo que su “justificación plástica” se le escapaba; es decir no podía explicarlas desde el punto de vista euro céntrico, del desconocimiento de las culturas que las produjeron.

Y aunque “profundamente escarbadas por el cincel del escultor y dotadas de piezas añadidas, a despecho de aquellas partes salientes, [las máscaras] ofrecían una apariencia maciza: hechas para ser llevadas delante de la cara, sin que el revés, apenas cóncavo, se ajustase de veras a esta”.

Por eso se preguntaba: “¿Por qué esta forma inhabitual y tan mal adaptada a su función?” Finalmente comprendió que “ni más ni menos que los mitos, las máscaras no se pueden interpretar en sí mismas y por sí mismas, como objetos separados” de su sistema cultural y de su origen. Lo mismo vale para explicar el carnaval.

Y es lo que hace en “Carnaval popular dominicano” Dagoberto Tejeda: explicar la fenomenología carnavalesca como praxis social nacida de las mezclas raciales y la creatividad; promotora de liberaciones y subversión, como factor valioso de catársis del pueblo marginado. En el libro Mariano Hernández nos entrega bellas y fascinantes imágenes del carnaval dominicano dignas de un gran destino.

El origen del sentido liberador del carnaval Dagoberto lo explica así: “De esta manera, la necesidad de una catarsis social de equilibrio existencial se produjo a través del carnaval y de otras manifestaciones carnavalescas como las mascaradas y las mojigangas, que tenían la virtud de crear la magia episódica de la democratización y de la igualdad, en el espacio de libertad que al mismo tiempo es contestatario y subversivo, teniendo como escenario áreas públicas, las calles y las Plazas de Armas”. ¡No puede ser mejor la síntesis de su criterio!

El carnaval, ¿acto subversivo?


Sin embargo, en vez de un carácter subversivo, que el autor acusa como propio del hecho carnavalesco a lo largo de nuestra historia, prefiero ver en estas manifestaciones una especie de ejercicio de la “opinión pública” popular, un acto comunicacional-estético popular; el ejercicio del criterio y de las convicciones individuales y colectivas a través de praxis específicas: la estético, la lúdica y la festiva.

Es fácil argumentarlo gracias a las fotografías de Mariano Hernández. La presencia satírica o laudatoria de mascaradas alusivas a gobernantes no es, per sé, crítica sino divertimento; exhibición de habilidad o celebración de atributos personales. La representación se corporiza en un acto comunicacional de ejercicio igualitario, en lo que sí estamos de acuerdo con Tejeda. El carnaval es ejercicio y fantasía de una igualdad real, imaginaria o aspirada.

Este carácter es propio de todo carnaval en tanto sumatoria de comparsa y mascaradas. En “Sueño de una noche de verano”, “Romeo y Julieta” y “Hamlet” —por sólo apelar a algunos casos en los que Shakespeare trae manifestaciones carnavalescas a la escena— los personajes asisten a un encubrimiento que es revelación, que les permite obviar las normas sociales, no en un acto subversivo sino en el espacio de tolerancia que la sociedad ha creado para tales fines.

El espacio de la tolerancia es válvula de escape; permite que dos jóvenes predestinados a la enemistad se acerquen e inicien una relación amorosa que, aunque signada por lo trágico, liberará del odio a sus familias.

En “Sueño de una noche de verano”, en otra festividad de mascarada y convencionalismos que se apoya en lo que hoy denominaríamos psicológico u onírico, Shakespeare libera de las normas sociales y morales a sus personajes; los hace actuar, cubiertos por la fantasía, según lo que hoy denominaríamos “pulsiones”, es decir sus necesidades psicológicas, lo distintivo de sus caracteres.

En Hamlet es a través de la fiesta de disfraces que el príncipe comprueba la culpabilidad del usurpador del trono, quien ha mancillado la honra familiar al desposar a la reina.

Esta función liberadora del carnaval, su capacidad para revelar lo verdadero, el alma oculta, la esencia de lo que se quiere ser, no opera en el plano político o ideológico sino en el de la psicología colectiva o la estético-lúdica (teatro, danza), porque es un fenómeno masivo que se apoya en el reconocimiento de un espacio otorgado por la sociedad para tal fin. Ese espacio y sus convencionalismos no son transgredidos por la praxis carnavalesca ya que sus personajes y las acciones no procuran sobrepasarlo. Contraria y fundamentalmente es un acto de diversión, de aquí su atractivo para los jóvenes de todos los tiempos.

Acertadamente, Tejeda refiere el inicio de las fiestas carnavalescas como resultado directo de la conquista española de la isla y, desde allí, inicia una descriptiva evolutiva que fundamenta las raíces híbridas del fenómeno, su mestizaje, para pasar a la “Criollización, diversidad e identidad del carnaval dominicano” y a la creatividad que lo caracteriza. Refiere que “Salvo el caso excepcional del carnaval vegano, que ha ido en un proceso de homogenización que lo despoja de su contenido subversivo, los personajes, los símbolos, las esencias de los carnavales locales son las expresiones de las herencias culturales de la diversidad creativa popular, en un proceso de criollización donde la dominicanidad clandestina (sic!), negada e invisibilizada por el sistema social, las élites y el poder tradicional, está presente”.

También habla de “negación de lo cotidiano”, de apertura de una “estética comercial” en la que “prevalece «lo bello», «lo lindo»”; de “secuestro de clase”.

PERSONAJES


Profesionalización, artesanía y carnaval El texto de Dagoberto es educativo. Sin embargo contiene nostalgias y elementos indemostrables, como podemos corroborar con las imágenes de Mariano Hernández. A nuestro modo de ver, que lo bello prevalezca en el carnaval —lo que el autor del texto entrecomilla— es positivo y aludiría dos realidades incontrovertibles, propias del desarrollo experimentado por la sociedad dominicana de 1900 a hoy: a) el acceso a la educación estética consecuencia de la mejoría del nivel educacional y del consumo de imágenes, muchas veces patrocinadas por el gobierno, los medios de comunicación y las empresas (como este libro que comentamos); y b) la participación de la clase media en el carnaval.

Junto a ello comprobamos que el carnaval se asume como espacio de la praxis creativa popular: como hecho de arte popular concreto; como sumatoria de las habilidades artesanales acopiadas por un colectivo en un período histórico dado. Por lo que acontece en el país comprobamos que el carnaval trasciende sus grupos sociales originarios y que a él se suman, progresivamente, las clases medias.

Filed Under: Artists

Trujillo Y La Fiesta Del Chivo

April 18, 2019 By dillon Leave a Comment

MARIO VARGAS LLOSA

TRUJILLO Y LA FIESTA DEL CHIVO

FERNANDO UREÑA RIB

MARIO VARGAS LLOSA Y LA FIESTA DEL CHIVO

por: Fernando Ureña Rib

Miami. Mayo 2.2000

Acabo de terminar (exhausto) La Fiesta del Chivo, el libro de Mario Vargas Llosa, que amablemente me enviara Mariela Sagel desde Panamá hace unos días. Imagino que para los dominicanos este último libro, más que una lectura amena e intrigante, será tema de obligadas reflexiones.


Es admirable el arrojo del escritor peruano al afrontar la monumental tarea de retratar una sociedad que no es la suya, tomando como línea de tierra, uno de los episodios más significativos de nuestra historia: El asesinato de Trujillo. La complejidad y magnitud de la tarea pudo haber extraviado al autor por insondables laberintos, similares a aquellos en los que se internó García Márquez al arriesgarse a escribir como novela la historia de Simón Bolívar. La novela histórica implica limitaciones a la libertad creativa del escritor, ausentes en las novelas de ficción. Pero la historia no puede ser jamás un retrato fiel de la realidad, sino una percepción, una idealización de los hechos.


Así, ya en el primer capítulo (en el que Urania, una atractiva mujer dominicana recién llegada de Estados Unidos recorre un trayecto de Santo Domingo, la ciudad que se vio forzada a abandonar en su temprana adolescencia, poco antes de la muerte de Trujillo) se advierte que la sociedad dominicana apenas se recupera de las heridas de esa nefasta era. En el retrato que pinta Vargas Llosa esas heridas profundas, cicatrizan tan solo en apariencia y basta atizarlas un poco para ver lo frescas que permanecen.


Aunque su retrato (al dar énfasis a lo grotesco y lo ridículo) a ratos se vuelve caricatura, con ronchas y mataduras, no hay duda que Vargas Llosa sigue las viejas instrucciones académicas para retratos a pincel. Los maestros pintores recomendaban empezar el retrato por la boca, que es el área donde confluyen la mayor cantidad de rasgos característicos de un individuo. Haciendo un paralelo, Vargas Llosa usa profusamente la boca, es decir, la lengua, la manera de hablar (y por tanto de pensar), para revelar lo que él percibe como la idiosincrasia de los dominicanos.


Creo que en este aspecto se le va la mano y pareciera que pinta a los dominicanos (héroes y villanos) como unos deslenguados que vomitan palabrotas de puro gusto. Esas excentricidades podrían valer en dosis reducidas, pero al exagerarse asaltan al lector y le roban atención de la acción misma. Sin que se enriquezca el relato, sin que alivien la sórdida pesadez que aquella historia implica. En fin que no todos los lectores encuentran humor, sensualidad o gracia en ciertas groserías. Es lamentable, porque ese recurso, tan del agrado contemporáneo, no va solo en detrimento del retratado, sino del laureado retratista, quien a fuerza de insistir en el habla vernácula y vulgar, no consigue dar a su obra el nivel de gran literatura, de literatura universal alcanzado con justo mérito en “La ciudad y los perros” o en “Conversación en la Catedral”, por ejemplo.


Sin embargo, estamos frente a un maestro de afinada técnica, que sabe mezclar las disquisiciones y los juicios del ensayista político, la historia de todos conocida y la ficción que origina y unifica el conjunto. Si eliminamos cualquier elemento de esa vertiente triple, la novela podría convertirse en el guión de una película de suspenso. Suspenso difícil de lograr ya que el desenlace de la historia es conocido en sus pormenores (el asesinato de Trujillo) y perfectamente predecible en el otro elemento (la violación de la Urania adolescente).


Como hábil observador de la sociedad e interpretador de los hechos históricos, Vargas Llosa consigue que confluyan en un tejido apretado y denso, la madeja de testimonios que recopiló durante sus frecuentes y prolongadas estadías en la isla de Santo Domingo, amalgamando las ideas políticas en boga. Sin embargo, nombres falsos (o supuestos) que forman parte de la ficción narrativa se mezclan imperceptiblemente con los héroes verdaderos y con los personajes históricos (algunos de los cuales viven todavía) de modo que no sabemos si algunos hechos son pura invención, ni si el monólogo interior de los protagonistas muertos es parte de la documentación provista (cartas, artículos) o si provienen del colorido mosaico de su imaginación.

Pero el escritor no se aparta en ningún momento de su asunto. Mantiene en tensión las riendas y a medida que avanza, trabaja con riqueza de detalles ciertas escenas y personajes, mientras que otros apenas se perfilan o desfilan como sombras en el oscuro telón de fondo de la dictadura. Una de esas sombras sigue siendo figura clave e influyente en nuestros días. Y precisamente, lo que debe resultar más penoso de toda esta historia es la noticia de que muchos dominicanos anhelan todavía, en el portal del siglo XXI, el retorno de uno de aquellos personajes, hoy nonagenario, quien fuera protagonista de la época que nos ha marcado a todos (locales y expatriados) con su hierro candente en el costado, durante casi un siglo.

FERNANDO UREÑA RIB

Filed Under: Artists

Amado Nervo

April 18, 2019 By dillon Leave a Comment

AMADO NERVO

ERNESTO MARTÍNEZ

 

AMADO NERVO, UN POETA ROMÁNTICO

Por Ernesto Martínez

El poeta mexicano Amado Nervo ha quedado para siempre como uno de los escritores más prolíferos en la historia de la literatura universal, y aunque principalmente se le recuerda por sus poemas, también fue novelista, ensayista, periodista y diplomático.

Los mejores datos acerca de sus orígenes y formación cultural posiblemente se encuentran en dos de sus breves autobiografías, las que escribió en España. En una de ellas dice: “Nací en Tepic, pequeña ciudad de la costa del Pacífico, el 27 de agosto de 1870. Mi apellido es Ruiz de Nervo; mi padre lo modificó, encogiéndolo. Se llamaba Amado y me dio su nombre. Resulté, pues, Amado Nervo, y esto que parecía seudónimo así lo creyeron muchos en América, y que en todo caso era raro, me valió quizá no poco para mi fortuna literaria. ¡Quién sabe cuál habría sido mi suerte con el Ruiz de Nervo ancestral, o si me hubiera llamado Pérez y Pérez!”.

En sus diversas páginas autobiográficas, uno de los tópicos más repetidos fue el que carecía de historia. Nervo fue un sujeto humilde que, a pesar de todos sus logros, pudo escribir un día: “Soy un hombre a quien jamás le sucedió cosa alguna. Mi vida ha sido poco interesante: como los pueblos felices y las mujeres honradas, yo no tengo historia.”(1906), palabras que después puso en sílabas contadas (¿versos autobiográficos?): “Ahí están mis canciones, allí están mis poemas: yo, como las naciones, no tengo historia: nunca me ha sucedido nada”. En esta “Nostalgia” especial para VistaUSA Magazine, el lector podrá decidir si esta modesta observación del ilustre poeta se ajusta a la realidad de su existencia.

Nervo cursó sus primeros estudios en las modestas escuelas de su ciudad natal hasta que, después del temprano fallecimiento de su padre, cuando el futuro poeta contaba solamente con 9 años de edad, su madre lo envió al Colegio de Padres Romanos de Jacona en Michoacán. De allí pasó al seminario de Zamora, donde hizo sus estudios preparatorios, considerando brevemente estudiar para prebístero. Después quiso ser abogado y cursó estudios legales durante dos años, pero la limitada herencia que le legó su padre impidió que prosiguiera la carrera, por lo que tuvo que regresar a Tepic y trabajar en lo que fuera para mantenerse y ayudar a su numerosa familia.

Buscando un mejor destino, se trasladó a Mazatlán, donde comenzó su carrera literaria al publicar algunos artículos en el diario “El Correo de la Tarde”. En 1894 decidió dar el gran salto a la capital, cambio que al principio no le fue muy favorable para su desarrollo profesional. Este período, ciertamente difícil en su vida, siempre fue descrito por el poeta como “tiempos de esfuerzos y penalidades.” Sus biógrafos aseguran que dentro de esa escueta frase se esconde toda una época de hambre, sufrimientos e incomprensiones, que llevó a la futura gloria nacional a ejercer los más prosaicos menesteres para sobrevivir. Pero mucho más que esas vicisitudes, lo que lo impactó realmente fue la muerte de su hermano Luis, también poeta, quien se suicidó en la flor de la vida. Para un joven educado en los más ortodoxos dogmas de la fe cristiana, el suicidio de Luis fue un suceso que lo traumatizó tanto que hasta lo llevó a cuestionar sus creencias y convicciones.

Después de largas penurias, por fin pudo abrirse paso en la gran ciudad escribiendo para publicaciones como “El Mundo Ilustrado”, “El Nacional”, “El Imparcial”, “El Mundo” y las mejores revistas literarias del momento. Su producción fue copiosa y muy variada: cuentos, semblanzas, artículos humorísticos, reseñas teatrales, críticas de libros, artículos dialogados, crónicas, etc., y además, muchos versos como los que leyó ante el sepulcro del poeta Manuel Gutiérrez Nájera en el primer aniversario de su muerte, y que merecieron el aplauso unánime de todos, señalando así un punto de partida en su carrera de poeta lírico.

Pero aquello sólo fue el comienzo, porque su nombre no llegaría a ser reconocido hasta 1895 con la publicación de su primer libro, “El Bachiller”, que no era una colección poética sino una novela corta. Nervo describiría el éxito de esa obra de la siguiente y muy acertada manera: “Por lo audaz e imprevisto de su forma y especialmente de su desenlace, ocasionó en América tal escándalo que me sirvió mucho para que me conocieran.”

Su primer libro de versos publicado se tituló “Místicas” (1898), aunque anteriormente había reunido en un tomo sus poemas de adolescencia, los cuales vieron la luz pública ese mismo año bajo el título de “Perlas Negras.” Ambos libros pudieron considerarse dentro del género de la poesía religiosa pero destacaron por la forma insólita de expresión y un refinamiento poco común, como lo demuestra en el poema “La Sombra del Ala.”

Tú que piensas que no creo
cuando argüimos los dos
no imaginas mi deseo,
mi sed, mi hambre de Dios;

De todas suertes, me escuda
mi sed de investigación.
Mi ansia de Dios, honda y muda;
y hay más amor en mi duda
que en tu tibia afirmación.

Los siguientes trabajos fueron novelitas como “El Donador de Almas” y “Pascual”, que llevaron su fama a España, donde se imprimieron en un tomo que llamaron “Otras Vidas.” En 1899 sorprendió a México nuevamente escribiendo la zarzuela “Consuelo”, la cual se estrenaría ese mismo año en el Teatro Principal. Su intención era ensayarse en otro género y contribuir al advenimiento de un arte que fuera cien por cien nacional, aunque por motivos desconocidos, no insistió en estos propósitos.

En 1900, Nervo realizó uno de sus sueños más anhelados: conocer París, donde fue enviado como corresponsal de El Mundo. En la Ciudad Luz, el poeta cumplió eficazmente su encargo, pero a pesar de eso, fue despedido de forma sorprendente por el gerente de la empresa. De repente se vio nuevamente en problemas económicos, cosa que lo llevó a momentos de gran depresión anímica. Su salvación apareció en la persona de Ana Cecilia Luisa Daillez, una dulce mujer que se convertiría en su compañera durante más de diez años. Así lo relata el poeta: “Encontrada en el camino de la vida el 31 de agosto de 1901. Perdida (¿para siempre?) el 7 de enero de 1912.” Describió su muerte como “la amputación más dolorosa de mí mismo.” Fruto de ese dolor fue su libro más impactante y famoso, “La Amada Inmóvil”, que mantiene su fuerza y vigencia hasta nuestros días y que continúa teniendo una popularidad arrolladora en todo el mundo de habla castellana.

Volviendo a París, cabe destacar que Nervo se rozó con la crema y nata de la intelectualidad que gravitaba inevitablemente en la capital francesa, entonces en su más brillante período de “la Belle Epoque”: Verlarie, Moreas, Wilde y muy especialmente Rubén Darío, con quién lo unió una estrecha amistad que se reflejaría en sus trabajos posteriores. Entre las obras que publicó en París se encuentra la versión francesa de “El Bachiller” retitulada “Orígenes” y un libro de poesías nombrado aptamente “Poemas”, que contenía “La Hermana Agua”, uno de los textos que más celebridad le daría en todo el mundo.

Regresó en 1902 a México, donde le esperarían muchos años de popularidad y actividad. Volvió a colaborar en periódicos y revistas, publicó libros notables como “El Exodo y Las Flores del Camino”, “Lira Heroica” y “Los Jardines Interiores” y obtuvo, por oposición, el cargo de profesor de lengua castellana en la Escuela Nacional Preparatoria. En 1905 ingresó en el servicio diplomático y fue enviado a servir en la Legación de México en Madrid. Desde allá continuaba enviando correspondencias a “El Mundo” e informes de lengua y literatura para el Boletín de la Secretaría de Instrucción Pública. Sus escritos también serían altamente cotizados en publicaciones de Buenos Aires y La Habana, y durante esos años, publicaría en España muchos de sus mejores libros: “En Voz Baja”, “Juana de Asbaje”, “Serenidad”, “Elevación”, “Plenitud” y el siempre popular “La Amada Inmóvil.”

Cambios políticos en México lo destituyeron de sus cargos oficiales, y en 1914, inauguró otra época de penurias económicas. Esa situación se resolvió cuando, en 1918, el gobierno lo nombró Ministro Plenipotenciario y Enviado Plenipotenciario de México en Argentina y Uruguay, países a los cuales viajó a principios de 1919 y donde fue recibido con insólitas muestras de admiración y afecto.

Amado Nervo no regresaría a su querido país en vida, falleciendo en Montevideo, Uruguay, el 24 de mayo de 1919. La llegada de sus restos a México –al igual que sus funerales–, constituyeron una verdadera apoteosis nacional. El cuerpo del poeta yace en la Rotonda de los Hombres Ilustres, aunque fue el mismo Nervo quien escribió quizás su mejor epitafio:

Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, vida,
porque nunca me diste ni esperanza fallida,
ni trabajos injustos, ni pena inmerecida;
porque veo al final de mi rudo camino

Que yo fui el arquitecto de mi propio destino
que si extraje la miel o la hiel de las cosas,
fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas:
cuando planté rosales, coseché siempre rosas.

…Cierto, a mis lozanías va a seguir el invierno:
¡mas tú no me dijiste que mayo fuese eterno!
Hallé sin duda largas noches de mis penas;
mas no me prometiste tú sólo noches buenas;
y en cambio tuve algunas santamente serenas…

Amé, fui amado, el sol acarició mi faz.
¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!

AMADO NERVO

México (1870-1919). Nacido en Tepic, un pueblo del estado de Jalisco, Nervo inició tempranamente estudios hacia la carrera sacerdotal, que pronto abandonó. Ya establecido en la capital, en 1894, colabora en un el grupo de la revista Azul, de Gutiérrez Nájera, como lo hará diez años después en la Revista Moderna- dos de los más importantes voceros, desde México, del triunfante modernismo hispanoamericano. En 1900 va a Francia, como corresponsal del diario El Imparcial, para reseñar la Exposición Universal de París; es en esta ciudad conoce a Rubén Darío, con quien establecerá una sólida y permanente amistad, y a Ana Cecilia Luisa Dailliez, la compañera de su vida y cuya muerte, en 1912, ha de motivar su libro póstumo La amada inmóvil. De vuelta a México, se dedica a tareas profesionales pero sin abandonar sus copiosas colaboraciones en periódicos y revistas. En 1905, y ya como miembro del servicio diplomático de su país, se traslada a España. Su estancia en Madrid, que se prolongó hasta 1918- fue el modernista americano que más larga y continuadamente residió en la Península-, corresponde a los años de plenitud de su obra de creación (y de este periodo de su vida ha sido cuidadosamente documentado por Donald F. Fogelquist en su libro Españoles de América y americanos de España). Allí murió Ana Cecilia; y allí prosiguió su incesante labro poética- en Madrid vio la luz la mayor parte de los libros capitales de su última época- y su aún más numeroso trabajo periodístico, que enviaba regularmente a varias publicaciones de la América Hispana. Otra vez de regreso a México, es nombrado, en 1918, Ministro Plenipotenciario de la Argentina, Uruguay y Paraguay. Al año siguiente murió en Montevideo, y el traslado de sus restos a su país natal alcanzó honores continentales. Nervo estaba entonces en el cenit de su fama y prestigio.

Fue un cultivador incansable de la prosa, principalmente de la prosa periodística: crónicas, ensayos, artículos y notas de viaje que, por su estilo ameno y fluido, se granjeaban muchos lectores y contribuyeron grandemente a la difusión de su nombre. También de la narración: novelas cortas como Pascual Aguilera (originalmente escrita en 1892, El bachiller (1895), El donador de almas (1899); y los muchos cuentos, que iba escribiendo desde su juventud y luego fueron reunidos en colecciones posteriores: Almas que pasan (1906), Cuentos misteriosos (1921). Nervo fue un narrador hábil y natural y en algunas de estas piezas, bajo la influencia de su admirado H.G. Wells, se han notado sus anticipos hacia la moderna literatura fantástica e incluso la science fiction. Ejerció aún con mayor continuidad la crítica literaria: Juana de Asbaje, publicado en 1910 con motivo del centenario de la Independencia, es su trabajo más importante en este campo; pero son incontables los estudios, crónicas teatrales, semblanzas y apuntes breves que dejó sobre temas y figuras de toda la literatura hispánica. Muchas de sus crónicas- especialmente las de El éxodo y las flores del camino (1902)- estaban escritas en la prosa poética característica del modernismo, pero más voluntariamente practicó ese tipo de escritura (aunque sin los artificios a que ésta fue a veces proclive durante la época) en las páginas que anteceden a los poemas de La amada inmóvil y en las prosas que incluyó en su volumen Plenitud. Más de tomo y medio, de los dos e que consta la más reciente edición de sus obras completas (la de Aguilar) se destinan a su labor en prosa.

Al llegar a su obra poética, el lector de hoy (más si se ve desdoblado en crítico o, simplemente, en antólogo) puede enfrentar cierta perplejidad: cómo explicarse que sus versos, fáciles y amables pero en general de poco calado y escasísimo riesgo, pudieran alcanzar el gran favor del que gozaron en vida de su autor y hacer a éste uno de los poetas más populares de su tiempo. Esas calidades suyas, que apelaban a la comunicatividad más inmediata, difícilmente resistieron, tras su muerte, el radical cambio estético que, a raíz de la primera guerra mundial, condujo al arte de la palabra poética por caminos de más extremosa aventura, y, a la vez, de mayor acendramiento y rigor. No es de extrañar así que Nervo haya venido a quedar como uno de los más inactuales modernistas (a una enorme distancia de algunos de sus compañeros generacionales: el Darío maduro, Lugones, Herrera y Reissig, Eguren, por una razón u otra tan vivos y resistentes.) El poeta de La amada inmóvil ciertamente satisfacía el medio gusto- de algún modo habrá que llamarlo- de ciertos sectores de lectura en nuestras estragadas burguesías hispánicas de principios de siglo; pero una vez remitida aquella sensibilidad (de nuevo: si es que le cabe esta denominación), se impuso fatalmente una baja precipitada y total en su estimativa- aunque la inefable Berta Singermann declamara, hasta 1955 por lo menos su Gratia plena.

En 1974, muy poco después de los cincuenta años de su muerte y del centenario de su nacimiento (efemérides que se prestaron para celebraciones y homenajes) Ernesto Mejía Sánchez confiaba en que tales celebraciones ” contribuirán sin duda positivamente a rescatar al poeta abandonado en el ángulo más oscuro de nuestras letras”. Y algo antes, e n su antología del modernismo, José Emilio Pacheco venía a coincidir: ” la reputación de Nervo llegó a su punto más bajo en 1950. Ahora el libro de Manuel Durán (publicado en 1968) y la magnitud del homenaje en el cincuentenario de su muerte parecen demostrar que Nervo salió del ” purgatorio por donde atraviesa todo autor que fue célebre”. Intenciones generosas, que no parecen llamadas a cumplirse al menos en cuanto al rescate total del poeta; porque, a pesar de ellas, estos dos últimos críticos citados no pueden honestamente aludir valoraciones negativas (y ciertas) sobre Nervo: cursilería, hiperfecundidad, sentimentalismo, ausencia de autocrítica (Pacheco), vaguedad, falta de rigor crítico (otra vez), lacrimosidad, almibarado sentimentalismo (Durán(. Y sin embargo, operando sobre una rigurosísima selección antológica- Durán propone algo así como una veintena de poemas de Nervo- se nos ha devuelto una imagen muy interesante del poeta; pero habrá enseguida que aclarar que esa imagen se sostiene, más que por la obra en sí, por el valor de la representatividad que su mundo interior exhibe respecto a ciertas coordenadas esenciales de la época modernista, tal como a ésta hemos comenzado a apreciar en los últimos tiempos.

La espiritualidad del modernismo fue de signo dramáticamente dialéctico, y nadie la encarnó mejor que Darío en su agónica poesía. Y los términos con que tendríamos que describir (temáticamente al menos, y al margen de los valores estéticos) la conflictividad de Nervo, se acuerdan casi arquetípicamente con esa dialéctica: lucha entre la carne y el espíritu, la sensualidad y la religiosidad, el impulso erótico y el afán de trascendencia, al fe rota y la necesidad de creer, el desasosiego de los humanos límites (a veces plasmado en logros poéticos meritorios: ” Espacio y tiempo”) y la voluntad de una proyección de infinitud y paz para el espíritu. Nervo se asomaba, con temblor y resignación a la vez, al misterio; y en la búsqueda de alguna solución- de alguna fórmula de sabiduría suficiente, abrazaba sincréticamente, eclécticamente- otro rasgo unificador, por lo hondo, de la aventura modernista-, doctrinas e ideas heteróclitas y aun heterodoxas. Nunca del todo desasido de su raíz cristiana, abrevaba a la vez en el panteísmo, en un vago misticismo a lo Maeterlinck, en la teosofía y el espiritismo, en las filosofías orientales (budistas, hinduistas). No fue un místico, como algunos lo han presentado por el uso indebido de esta noción y despistados tal vez por el título (místicas) de uno de sus primeros libros. Pero quería asomarse a la divinidad, a alguna suerte de la divinidad, y encontrar en ella un apoyo trascendente. Y cuando una vez quiso nombrar a Dios, y todavía en un poema mediocre de su juventud, pero muy significativo ya de ese sincretismo modernista, llama a Aquél con nombres muy diversos: Cristo, Brahma, Alá, Jove, Adonái. Y con los años, ese crisol interior, donde tantas procedencias divergentes se integraban, se va acendrando aún más en Nervo, haciéndose todo más uno- y más con ello expresivo de la vivencia espiritual última del alma modernista. En los versos de ese poema no menciona a Buda; pero en la destrucción del deseo, principio básico del budismo, aspiraba tenazmente a encontrar su fuerza y su sostén (y a Siddharta Gautama invoca explícitamente en ” Renunciación”). Y la idea de la aniquilación del yo, del ser personal el arcano de la realidad cósmica y universal, que es igualmente fundamental en el pensamiento espiritualista de Oriente, da cuerpo a muchos de sus poemas (“Al cruzar los caminos”, por ejemplo). Y al mismo tiempo, por los mismos años, Nervo iba sembrando de ideas ortodoxamente cristianas las composiciones de algunos de sus libros últimos: “Serenidad”, “Elevación”, “Plenitud.

De este modo, nuestra comprensión actual del modernismo en sus entretelas espirituales más profundas (como época de algunas contradicciones e incluso bizarros sincretismos) es quien de verdad viene a arrojar sobre ciertos aspectos de la poesía (o el pensamiento poético) de Amado Nervo un relativo pero indudable interés. Así, en su caso, aunque sin desatender del todo otras motivaciones, nuestra selección (guiada oportunamente por los estudios de Manuel Durán y T. Earle Hamilton) ha puesto particular énfasis en aquellas piezas suyas que más fuertemente reafirman este interés.

Filed Under: Artists

Artworks

April 18, 2019 By dillon Leave a Comment

FERNANDO UREÑA RIB

ARTWORKS

Ureña Rib aparte de dibujante y de pintor reconocido ha abordado la manifestación escultórica (Exposición Orgánica 1997) y la escritura reflexiva. Cuando hizo su primera individualFernando Peña Defilló observaba en él “la posesión de un mundo propio”. Escribió el referido crítico en 1973 que en el mensaje que su maestro, Jaime Colson le dedicara “ha de hallar su consejo más valioso y su ideal de sencillez, la pureza de un mundo alentado e iniciado ya hacia el regreso humanista.” (El Caribe, 7.04.1973)

Un cuarto de siglo después puede observarse el seguimiento de ese consejo en un artista maduro cuyo deambular ha sabido llenar su alforja de Imágenes Subliminales (1981) Las Puertas del Sueño (1982) Insomnios (1983) Trópico (1986) Celajes (1987)Crisálidas (1992) Oceánica (1993)…

Ahora las imágenes replantean un humanismo asimilado desde Colson. Esta referencia a seres femeninos es denominación y temario de la muestra. Con fidelidad a sí mismo y a su manera de elevar el dibujo tectónicamente vía el cuerpo humano, y de mojar el color en jugosas transparencias, Fernando Ureña Rib resume en Las Ninfas las vertientes del simbolismo que consideran al mito y la leyenda como temática, tendiendo a la pureza visual y a la expresión de los estados mentales de la pintura galante.

La mujer es vista como un personaje fascinante y sensitivo. El neo humanismo es en él el retorno al repertorio del ser humano visto como eje, como forma exaltada y como materia de visiones oníricas, completando la síntesis de tres enfoques en el arte moderno de los siglos XVIII en Francia y XIX en Europa y de la República Dominicana de nuestro siglo.

Fernando Ureña Rib resume las filiaciones señaladas para volverse él, desde aquella Huida de la Ciguapa, una pintura de 1976 alojada en el Museo de Arte Moderno y con la cual aseguró unos tramados compositivos que sobreponen la geometría de los cuerpos en tramados sutiles y en manejos cromáticos que si bien aluden al mito, pertenecen a nuestra latitud geográfica.

DANILO DE LOS SANTOS

El Caribe, Santo Domingo, 13 de Septiembre de 1967

Filed Under: Artists

Rafael Diaz Niese

April 18, 2019 By dillon Leave a Comment

RAFAEL DÍAZ NIESE

EN EL MUSEO BELLAPART

FERNANDO UREÑA RIB

NINFAS. PINTURA AL ÓLEO DE FERNANDO UREÑA RIB

En la antesala del Museo Bellapart se presentan actualmente siete retratos del gran intelectual dominicano Rafael Díaz Niese. La figura de Diaz Niese es recordada por muchos de manera entrañable. Este homenaje del Museo Bellapart es merecido. A Rafael Díaz Niese debemos el florecimiento y el despertar de las diferentes instituciones artísticas que aún hoy forman y nutren nuestra cultura. Instituciones tales como la Dirección General y la Escuela Nacional de Bellas Artes, la Orquesta Nacional y la Bienal Nacional de Artes Plásticas se fundaron bajo su gestión en los días difíciles de la dictadura de Trujillo.


Sin embargo, Díaz Niese no fue un administrador y político que se alejara del movimiento cultural de su época, sino que al contrario era un hombre que se rodeaba de artistas, de músicos e intelectuales. Sabía escuchar y dialogar hasta encontrar las raíces de nuestra cultura. Él estudió y se interesó en comprender la idiosincrasia del dominicano y puso un gran empeño en que se preservaran los vetustos edificios de la ciudad colonial, escribiendo varios artículos y haciendo una extensa labor de discusión y divulgación.


En el periódico La Nación y en los cuadernos dominicanos de cultura aparecían sus artículos que abarcaban desde la alfarería indígena dominicana (escrito con absoluto rigor) hasta ensayos de filosofía y estética. Este precursor de la crítica analítica en Santo Domingo manifestaba en sus escritos una prosa vigorosa y firme, en la que el escritor alcanzó gran profundidad y transparencia.


Estos retratos que presenta el Museo Bellapart en conmemoración a los cincuenta años de su fallecimiento, son uno de esos pequeños tesoros artísticos que conserva en sus salas el Museo. Siete retratos que son, por supuesto, siete visiones distintas del filósofo y humanista dominicano. Algunos son retratos realizados durante sus prolongados viajes por Europa.


Alfonso Castelao fue un pintor de renombre quien realizó en París, en 1917 un retrato al óleo sobre cartón de aquel joven estudiante dominicano. La pincelada es ágil, suelta, precisa y nos recuerda a esa impetuosa manera de pintar que agitaba la mano del maestro Goya. Carlos Arean escribe: ” La más completa personalidad entre los grandes pintores gallegos del siglo XX fue la de Alfonso Rodríguez Castelao (La Coruña,1866-Buenos Aires,1950).


De Jaques Aubrum se tienen menos datos, excepto que fue pintor, decorador y grabadista y que expuso en los salones de Otoño de 1923, 1925, 1927 y 1928. Se trata de una pintura de gran solidez y de una manejo sordo de los grises.


Jaime Colson realizó dos retratos de Díaz Niese. Uno en 1936 y el otro en 1944. El de 1936 está muy bien documentado y apareció en numerosas exposiciones y publicaciones. Un Díaz Niese joven se cubre con una chaqueta de cuero mirando fijamente al pintor. Colson capta la intensidad y profundidad de esa mirada que penetra y se pierde en los arcanos del pensamiento.
La especialidad de Yory Morel no fue el retrato, sino más bien el paisaje de la campiña cibaeña. Sin embargo, el retrato de Morel también es sobre todo una introspección, un reflejo del alma de este pensador. Desde un medio perfil, la mirada grave, ausculta la mirada del pintor santiaguero y se produce un cruce, un choque, una extraña complicidad entre el retratista y el retratado.


Rudo y misterioso es el retrato que el muralista Vela Zanetti le pintara en 1946. La fuerza calmada y la pasión contenida se reflejan en las manos y en el rostro pensativo. El paisaje del terruño del artista (o quizás del retratado) le sirve de marco. Entonces recordamos las palabras del crítico: “El arte no puede ser una reacción mecánica, no debe ser una simple reacción sensual. Por el contrario, el arte de ser el resultado de una evolución cerebral- si se nos permite la expresión – de las impresiones sensoriales.”

El retrato de Darío Suro (pintado en 1947) es extraño, sutil e idealizado, porque la figura de Díaz Niese emerge desde las entrañas de la tierra. Fondo y forma se funden con el paisaje que invade la figura sedente del ensayista. Una atmósfera de soledad y quizás de escepticismo se advierte en ahora en su mirada reflexiva. Pero es preciso acudir y ver estas pinturas en el Museo Bellapart, porque como afirmara Díaz Niese: “La pintura no se explica: es.”

FERNANDO UREÑA RIB

Filed Under: Artists

  • « Go to Previous Page
  • Go to page 1
  • Interim pages omitted …
  • Go to page 23
  • Go to page 24
  • Go to page 25
  • Go to page 26
  • Go to page 27
  • Interim pages omitted …
  • Go to page 60
  • Go to Next Page »

Primary Sidebar

Latin Art Museum
Cold Brew Addict. Artist.
Lover Of All Things Cars. Digital Nomad.
Aspiring Photographer, Coder and Health Nut.
FacebookGoogleInstagramTwitter

Email Newsletter

Sign up to receive email updates and hear what's going on with our company!

Recent Posts

  • The Secret Costs Of Keeping Your Junk Car Denver
  • The Art of Concrete Construction – Techniques & Process
  • 10 Reasons to Bring Art into Your Home
  • 5 Amazing Features Of Virtual Reality (VR) And Augmented Reality (AR) In The Arts
  • The Art of Displaying and Caring for Your Artwork

Copyright of LatinArtMuseum.com © 2025