CARLOS FUENTES
UNA VISIÓN DE AMÉRICA
FERNANDO UREÑA RIB
CARLOS FUENTES
UNA VISIÓN DE AMÉRICA
La escritura de Carlos Fuentes brota de profundas raíces americanas y vierte con admirable fuerza toda la ira contenida en el alma de los pobres, de los ancestros asesinados, de los andrajosos y malolientes, desdichados y parias de la civilización y de la historia. Es la ira de los dioses, por la incongruencia de nuestros líderes, por la ignorancia y turbulencia a la que nos someten poderes superiores. Es la ira ante la injusticia de la guerra.
Dentro de la creciente angustia e inconformidad frente a la condición humana, los escritos de Fuentes no nos traen sólo un sentido de desolación y vergüenza. La ternura logra camino ante la adversidad y se advierte al hombre mismo como si se contemplara en el “espejo enterrado”, que no es otra cosa que esa misma cultura a la que pertenecemos, y la que a pesar de la obstinada fatalidad continúa regenerándose y revitalizándose en estos tiempos en los que hacen falta líderes honestos y fuertes, guías claras, rumbos definidos, luz.
En el espejo enterrado de Carlos Fuentes se refleja una luz y a esa luz señalan todos sus escritos. Fuentes nos acerca a una comprensión de nuestras desgracias y con cautela nos deja sentir un hálito de esperanza, como si en algún momento sería tal vez posible que el viento cambiara a un curso más venturoso y halagüeño.
FERNANDO UREÑA RIB
El Naranjo
“Yo vi todo esto. La caída de la gran ciudad azteca, en medio del rumor de atabales, el choque del acero contra el pedernal y el fuego de los cañones castellanos. Vi el agua quemada de la laguna sobre la cual se asentó esta Gran Tenochtitlan, dos veces más grande que Córdoba.
Cayeron los templos, las insignias, los trofeos. Cayeron los mismísimos dioses. Y al día siguiente de la derrota, con las piedras de los tiempos indios, comenzamos a edificar las iglesias cristianas. quien sienta curiosidad o sea topo, encontrará en la base de las columnas de la catedral de México las divisas mágicas del Dios de la Noche, el espejo humeante de Tezcatlipoca. ¿Cuánto durarán las nuevas mansiones de nuestro único Dios, construidas sobre las ruinas de no uno, sino mil dioses? Acaso tanto como el nombre de éstos: Lluvia, Agua, Viento, Fuego, Basura…
En realidad, no lo sé. Yo acabo de morir de bubas. Una muerte atroz, dolorosa, sin remedio.”
CARLOS FUENTES
“Visiones” de CARLOS FUENTES
El escritor mexicano presenta un libro de ensayos sobre arteArtículos relacionados
MÉXICO (Por Juan Jesús Aznarez, de El País).— El escritor mexicano Carlos Fuentes presentó “Viendo visiones”, su último libro, una colección de ensayos sobre el arte, editado por el Fondo de Cultura Económica (FCE) en un lujoso volumen.
El italiano Piero della Francesca (1420-1492) y el español Diego de Velásquez (1599-1660) constituyen el marco de referencia de un libro de 512 páginas y 250 reproducciones en el que Fuentes derrocha erudición. La primera edición de la obra fue de 9,000 ejemplares para la Fundación BBVA-Bancomer, y otros 4,000 para el FCE, de venta al público.
El libro abarca escritos y reflexiones efectuadas durante más de 30 años y supone la vuelta de Fuentes al FCE, casi cincuenta años después de que esa editora lo lanzara al estrellato con “La región más transparente” (1958).
“’Viendo visiones’ no pretende ser una historia del arte, ni mucho menos, es un libro que se ha hecho a la medida de mi vida, a la medida de que iba visitando museos o redactando solicitudes de prólogos de aquellos autores que me gustan”, dijo Fuentes, la tarde del lunes, en conferencia de prensa. “Sobre lo que no me gustan no tengo nada que decir. Los modelos que he seguido para escribir este libro son dos grandes pintores de mi preferencia”.
Se trata de los frescos de Arezzo y Sansepolcro de Piero della Francesca y Las Meninas de Diego de Silva Velásquez.
“Casi no hay página en la que estos artistas y sus obras no aparezcan en el centro de la escena a veces, otras en bambalinas y, en ocasiones también sentados en sus plateas”. Della Francesca es para Fuentes el revolucionario que crea el arte moderno a partir del renacimiento, al romper la tradición bizantina del icono que mira frontalmente al espectador. “En Della Francesca no sólo aparecen los espacios, los lugares, las cosas, sino que los personajes tiende a mirar fuera del cuadro. No nos están mirando de frente, están mirando hacia un lado, hacia el otro, o están durmiendo a veces”.
El escritor mexicano cree que Velásquez pintó “el más grande cuadro que se ha pintado jamás: Las Meninas”.
“Por muchos motivos. Entre ellos el carácter dinámico de la extraordinaria pintura. Tenemos a la infanta con sus dueñas, con su enana, y tenemos a un caballero misterioso, que nos sabemos si va a o viene, tenemos un espacio al fondo de la pintura con los reyes de España, y sobre todo tenemos a Diego de Silva Velásquez pintando un cuadro que no vemos, una tela que nos da la espalda y nos propone el misterio”, explicó.
Para Carlos Fuentes, Velásquez consigue que la pintura salga de la pintura y se instale entre quienes la observan. La afición de Fuentes por el arte es temprana: su padre la promovió llevándole de niño a visitar museos. De adolescente, en Santiago de Chile, conoció al muralista Sequeiros, y años después, de regreso a México y en sucesivos viajes a Europa, cobraría fuerza la pasión por la plástica que refleja con su prosa en “Viendo visiones”.
“Cómo le envidio a usted su imaginación verbal”, le dijo en una ocasión Luis Buñuel, a quien sobraba la visual. “Cuando le escribo una carta a mi madre le digo: ‘Querida madre te escribo para decirte que te estoy escribiendo’”. En el libro Fuentes hace comentarios sobre el significado de la creación del italiano Piero della Francesca y el español Diego de Velásquez, hasta su compatriota Rufino Tamayo (1899-1991) y el colombiano Fernando Botero (1932). La publicación incluye 250 reproduciones a color y aborda también el trabajo de los tres grandes del muralismo: David Alfaro Siqueiros (1896-1991), Diego Rivera (1886-1957) y José Clemente Orozco (1883 – 1949).
CARLOS FUENTES
Hijo de padres diplomáticos mexicanos, nació en Panamá, donde pasó su infancia. Luego vivió por diferentes periodos en Quito, Montevideo, Río de Janeiro, Washington, Santiago y Buenos Aires. En su adolescencia regresó a México, donde se radicó hasta 1965. El tiempo que pasó en su país marcó definitivamente su obra, inmersa en el debate intelectual sobre la filosofía de ‘lo mexicano’. Su primer libro, Los días enmascarados, se publicó en 1954. En él indaga sobre la identidad mexicana y los medios adecuados para expresarla. En 1955 fundó junto con Emmanuel Carballo y Octavio Paz, la Revista Mexicana de Literatura.
Sus novelas se caracterizan por la incorporación de procedimientos narrativos de la literatura inglesa y norteamericana, como la fragmentación de escenas, el monólogo interior y la mirada retrospectiva. La repercusión que alcanzó con La región más transparente (1959) y La muerte de Artemio Cruz (1962) lo proyectó como una de las figuras centrales del boom de la novela latinoamericana. Al igual que los demás intelectuales que participaron de este fenómeno, su compromiso político y social con la Revolución Cubana fue un rasgo fundamental de su obra: “Lo que un escritor puede hacer políticamente – afirmó en un ensayo para la revista Tiempo Mexicano, en 1972 – debe hacerlo también como ciudadano. En un país como el nuestro el escritor, el intelectual, no puede ser ajeno a la lucha por la transformación política que, en última instancia, supone también una transformación cultural.”Desde 1965 su vida volvió a ser itinerante, viviendo durante algunas temporadas en París y enseñando en Princeton, harvard, Columbia y Cambridge. Continuó publicando diversos ensayos entre los que se destaca La nueva novela hispanoamericana (1969), donde propone la ruptura de los códigos costumbristas al mismo tiempo que la prolongación de otras tradiciones. Algunas de sus novelas más importantes son: Zona sagrada y Cambio de piel (1967), Cumpleaños (1969), Terra Nostra (1975), Cristóbal Nonato (1987) y Diana o la cazadora solitaria (1972).
Fue distinguido, entre otros, con el premio Rómulo Gallegos (por Terra Nostra, en 1977), premio Nacional de Literatura de México (1984), Premio Cervantes (1987) y Príncipe de Asturias (1994).