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Eduardo Ramirez Villamizar

April 5, 2019 By dillon Leave a Comment

SÍNTESIS Y ENCANTO EN LA ESCULTURA DE

EDUARDO RAMÍREZ VILLAMIZAR

FERNANDO UREÑA RIB

 

EDUARDO RAMÍREZ VILLAMIZAR  (1923)  es  uno de los escultores colombianos mas influyentes de nuestros tiempos. 

Tratar su trabajo de “geométrico” es simplemente quedarnos extasiados en el deleitable mundo de superficies, planos de metal y líneas que el artista entreteje como laberintos visuales, como caleidoscopios en los que  la luz y el tacto exploran silenciosamente  mundos opuestos, fuerzas vectoriales antagónicas y sugerentes superposiciones que hacen que nos acerquemos y miremos más de una vez el intrincado oficio visual y táctil del escultor y pintor colombiano.

La eternidad, o la atemporalidad del arte se manifiesta ostensiblemente  en las esculturas de Ramírez Villamizar.  El tiempo (contenido en la aparentemente inamovible composición molecular de la materia tratada) es ahora visión, prospección, futuro. La magia del escultor consiste en tejer una madeja de trayectos reconocibles y al mismo tiempo ignotos, como laberintos táctiles por donde discurre la imaginación y se pierde….

Esta trascendencia y superación del tiempo y la materia son posibles, porque en Ramírez Villamizar conviven lo mismo el viejo Canaletto, de la Venecia encrucijada, como el Jesús Soto de la América lúdica y salvaje. La tradición encuentra nuevos vericuetos, pasadizos, canales y el destino final es el asombro.

Pero el asunto traspasa esas lindes y se adentra en las complejidades del espíritu humano. Eduardo Ramírez Villamizar eleva la materia a su potencial más alto y multiplica, con admirable plasticidad, las posibilidades visuales de la imagen escultórica. Se trata, sin lugar a dudas, de alegorías que nos refieren al entorno urbano, con impresionante economía de recursos plásticos y con una eficiencia raras veces hallada en la profusa parafernalia, del arte contemporáneo. 

FERNANDO UREÑA RIB


Poesía racionalizada

POR FÉLIX ÁNGEL

Eduardo Ramírez Villamizar,  continúa ocupando junto con Edgar Negret el lugar más privilegiado de la escultura colombiana. Sus comienzos, sin embargo, no se realizaron dentro de la escultura, sino dentro de la pintura, de orientación geométrica, como lo ilustra la obra Amarillo-Rojo-Negro, óleo sobre lienzo de 1954 que se incluye en la exposición. La pintura sería la que llevaría al artista paulatinamente a pasar del espacio virtual al espacio tridimensional. La coherencia y consistencia de dicho proceso, en todas sus etapas, le confieren a la obra de este artista una solidez poco frecuente dentro de la mayoría de los escultores de éxito pertenecientes a la segunda mitad del siglo XX.

Nacido en la ciudad de Pamplona, en 1923, Ramírez Villamizar parecía estar destinado a la arquitectura, carrera que inició en 1940 en la Universidad Nacional, en Santafé de Bogotá. Después de algunos semestres, el artista eligió el camino de las Bellas Artes y, como ya se ha indicado, comenzó a participar con regularidad en la actividad artística de la capital de Colombia.

El inicio de la década, un momento importante para su desarrollo, lo representa el viaje a Francia efectuado en 1950. Allí permanece hasta 1952. Tienen lugar continuos viajes a Nueva York, París, Madrid y Roma, a veces con motivo de presentaciones, hasta que en 1957 acepta dictar clases en la Escuela de Bellas Artes de Bogotá. En este mismo año aparecen los primeros relieves, usualmente blancos, algunos de ellos con reminiscencias de la obra de Anthnoy Caro, pero también con una marcada orientación arquitectónica espacial. En general la obra de Ramírez Villamizar exuda un carácter arquitectónico inconfundible, como lo indica la pieza Arquitectura Vertical Inclinada, realizada en 1995 y aquí presente.

Le han sido concedidas varias distinciones, entre ellas, el premio Guggenheim por Colombia en 1958, y al año siguiente el primer premio de pintura en el XII Salón de Artistas Colombianos. En el mismo año, Ramírez Villamizar representa a Colombia en la V Bienal de São Paulo junto con otros artistas entre los cuales se incluyen Obregón y Wiedemann, y en la exposición “South American Art Today” del Museo de Dallas, en compañía de Alejandro Obregón, Grau y Negret, además de Fernando Botero quien, nueve años más joven que Ramírez Villamizar, es otra estrella ascendente en el panorama del arte colombiano del momento.

Pero indudablemente el hecho más importante en la carrera de Ramírez Villamizar lo representa su ingreso a la escultura, refrendado en 1958 por la comisión de un mural para el Banco de Bogotá. En su solución, el artista realizó una ingeniosa y sensible combinación entre elementos de estructura geométrica con marcada impronta precolombina diseñados por él mismo, y la magnificencia espacial y textural de los altares barrocos propios de la arquitectura colonial hispano-colombiana. La obra fue construida en madera, recubierta con hoja de oro. El resultado fue un relieve espectacular que, gracias al talento innovador de Ramírez Villamizar, permitía observar la contraposición de elementos del pasado artístico colombiano con un lenguaje totalmente contemporáneo.

Desde los años sesenta y todavía, Negret y Ramírez Villamizar lideran sin oposición la escena artística de Colombia en lo que se refiere a la escultura. Negret recibió en 1963 el premio de escultura en el XV Salón Nacional de Artistas, y en 1966, el mismo premio fue concedido a Ramírez Villamizar en el XVII Salón. Como Obregón antes que él, Villamizar representó en 1969 a Colombia en la X Bienal de São Paulo con una sala entera, y allí recibió el segundo premio de escultura concedido en la sección internacional.

Durante la segunda mitad de la década del sesenta y parte de la del setenta, la asociación de Ramírez Villamizar con el movimiento escultórico internacional emplazado en Nueva York fue constante, exponiendo en galerías comerciales, en museos como el de Arte Moderno y el Guggenheim, y recibiendo comisiones monumentales de corporaciones privadas e instituciones públicas. El artista ensayó nuevos materiales aunque en los últimos años su predilecto ha sido el hierro. De este período son Relieve Vertical y Relieve Horizontal, acrílicos de 1967.

Ocasión especial en la carrera de Ramírez Villamizar fue la colocación en los jardines exteriores del Kennedy Center, en Washington, D.C., de la obra From Colombia to John F. Kennedy, regalo de Colombia a dicho centro de las artes, donde aún se encuentra colocada sobre el costado este. Dos piezas más fueron emplazadas ese año en el Fort Tryon Park y la Beach High School de Nueva York.

Para el comienzo de los años setenta, una nueva generación posterior a la de estos cuatro maestros se encontraba emplazada dentro del arte colombiano con firmeza propia. Algunas figuras comenzaban asimismo a tener relevancia internacional, como por ejemplo el pintor y dibujante bogotano Luis Caballero.

Puede aseverarse sin ligereza que dicha generación, como las que surgieron posteriormente, no habrían podido afianzarse sin la existencia de quienes son sujetos de esta muestra, disfrutar del clima de libertad artística que existe hoy, entre otros medios, en la enzeñanza impartida en las instituciones artísticas colombianas, o gozar del favor de diferentes sectores del público cuya modificación del gusto está estrechamente ligada a la obra pionera de estos cuatro artistas. Asimismo, el éxito de algunos, como profesionales, no habría sido tan permanente si el camino que desbrozaron Alejandro Obregón, Enrique Grau, Edgar Negret y Eduardo Ramírez Villamizar no hubiera quedado lo suficientemente despejado para que quienes les seguían pudiesen marchar sin mayores obstáculos.

A pesar de la disimilitud de los trabajos y objetivos de los cuatro artistas aquí considerados, ya se ha visto que no fue difícil para ellos figurar conjuntamente en numerosas exposiciones, especialmente a nivel internacional. Inclusive en Washington D.C., cuando durante los años cincuenta la ciudad no contaba con el aire cosmopolita que al menos superficialmente parece que impera en ella hoy día, era más frecuente que tuviesen lugar exposiciones de arte contemporáneo de cierta significación para el medio local. Tanto es así que, además del programa sistemático de exposiciones de la Organización de los Estados Americanos, instituciones como el Museo Corcoran, con la asesoría obviamente de aquella, presentaron asimismo a Negret, Obregón y Ramírez Villamizar en la muestra “From Latin America”. El año fue 1957.

Sus obras representan realmente puntos de partida hacia otros ámbitos del arte, que hicieron posible en gran parte la diversificación y vitalidad que a pesar de muchos problemas en otros frentes mantiene el arte colombiano.

Por ello Edgar Negret es Negret sea que se inspire en una kachina de Norteamérica o en un diseño Inca; Villamizar lo es cuando deriva su lenguaje de un Caracol precolombino Tairona, o una muralla en Machu Pichu. Y un cóndor, un toro, una barracuda, y aun el retrato de su hijo Mateo en El Pequeño Guerrero de Obregón, se entenderá siempre como pintura y al mismo tiempo repertorio cultural, en Colombia y fuera de ella. Junto con el humor extraño de Enrique Grau y la exquisita factura técnica de sus mejores telas, la obra de estos cuatro creadores se encuentra ya como parte de la historia artística de Colombia, pero también tiene su lugar en la historia de las artes del hemisferio.

Esta recurrencia en aparecer reunidos fue desapareciendo paulatinamente con los años a medida que cada uno evolucionaba y adquirían mayor personalidad sus trabajos. Debido a ello, el tenerlos juntos de nuevo en esta exposición (la última tuvo lugar en 1985, en el Museo de Arte Moderno de América Latina, de la OEA) convierte la ocasión en un momento particular para el Centro Cultural de Banco Interamericano de Desarrollo. Es especial también para Colombia, cuyas artes, en todos los frentes, son las que continúan mostrando a nivel internacional la verdadera sensibilidad de su pueblo.

Félix Ángel
Curador

FICHA DEL MUSEO

 

EDUARDO RAMÍREZ VILLAMIZAR

 


Por: Aída Martínez Carreño

En el arte colombiano del siglo XX la escultura ha logrado retomar el lugar que perdió desde la conquista española. Hay suficientes ejemplos del alto nivel alcanzado por la activadad escultórica en nuestras culturas primitivas: las grandes figuras líticas de San Agustín, las rotundas cerámicas funerarias Calima o Tayrona, las detalladas representaciones antropomorfas de Tumaco, los refinadísimos objetos tridimensionales Quimbaya o las balsas Muiscas que reproducen realísticamente prácticas ceremoniales, demuestran su evolución formal y técnica. No obstante ese desarrollo anterior, nada pudo aportar el mundo precolombino a la imaginería religiosa colonial de los siglos XVI al XVIII, como nada añadieron los escultores colombianos del siglo pasado a un arte surgido del neoclacisimo y ya trasnochado en la academia europea cuando llegó aquí para realizar cabezas, bustos, estatuas o alegorías en honor de próceres y prohombres de la República. Pese a todo, de ese fondo oscuro emerge en la presente centuria un trabajo escultórico nuevo y osado, vinculado a las avanzadas de la cultura internacional, que va a elevar el nivel del arte colombiano. Eduardo Ramírez Villamizar es uno de los comprometidos en ese cambio.

Su aproximación a la escultura tuvo un proceso gradual, lógico, articulado, como lo serán las sucesivas etapas de su carrera creativa; estudiante de arquitectura (1940-44) y bellas artes (1944-45) en la Universidad Nacional de Bogotá, obtuvo con un retrato el segundo premio del Salón de Artistas Colombianos en 1946, pese a lo cual se alejó de la pintura figurativa para ir hacia la abstracción; más tarde se desprenderá del material pictórico para adentrarse en la geometría y el espacio. El crítico Germán Rubiano Caballero afirma: “La pintura abstracta del artista es el preámbulo casi necesario de su gran obra de escultor […] algunos cuadros anticipan claramente sus primeros relieves e incluso las formas y los espacios tridimensionales de sus esculturas libres”. En 1958, con la construcción de relieves en madera donde se combinan y entrelazan formas geométricas, Ramírez Villamizar se inició formalmente como escultor.

Luego de una importante etapa de trabajo, enseñanza y exposiciones durante la década del sesenta en los Estados Unidos y de su retorno a Bogotá en 1974, ha sido una de las figuras más destacadas y activas del arte nacional. Artista independiente, disciplinado, regulado por un ritmo de trabajo severo que alterna con la vida campestre, ha conseguido, pese a la aparente frialdad de la lámina de hierro, materia prima de su trabajo, un rico y variado lenguaje apto para expresar las diversas aventuras de su sensibilidad. A partir del rigor de sus construcciones iniciales, netamente geométricas, las láminas metálicas se ondulan en Río de Janeiro y más tarde se ordenan armónicamente en un homenaje a la arquitectura incaica de Machu-Picchu; luego se van a transformar en torres y catedrales de hierro oxidado que invitan a elevar el alma hacia el cielo. Su ambición de moldear el espacio como materia prima de la escultura se concretará en los Caracoles, piezas de intrincado origen zoomorfo, cerca de las cuales surgen sin turbulencias las Naves espaciales, que marcan sin rupturas dramáticas distintas etapas de inspiración y creación. Constante congruente y significativa, porque enlaza dos brillantes períodos del arte escultórico colombiano, en su referencia al mundo precolombino del cual se nutre y a la vez transforma mediante la geometría, como se aprecia en Cóndor (1997) o Balsa ceremonial en Guatavita (1998).

En su taller, instalado en un apacible rincón de la Sabana, diseña y elabora en pequeña escala las obras que más tarde, con instrucciones precisas y supervisión cuidadosa, se van a construir en grandes talleres metalmecánicos. Sueña con imponentes obras de escultura-arquitectura que puedan albergar al transeunte, acoger al hombre, dimensionar su estatura; una de sus ambiciones de artista, conectar la obra con la mirada del público, lo ha llevado a trabajar en proyectos destinados a grandes espacios abiertos: hay esculturas suyas en sitios destacados de Nueva York, Washington, Caracas, Cuba, Brasil. Ganador en dos oportunidades del primer premio en el Salón de Artistas Colombianos –en 1959 como pintor y en 1966 como escultor– expone regularmente en el país alternando con importantes galerías de Europa, Norte y Suramérica y en repetidas oportunidades ha representado a Colombia en certámenes internacionales.

 

 

Filed Under: Artists

Alejandro Obregon

April 5, 2019 By dillon Leave a Comment

NUESTRA américa en la obra de

Alejandro Obregón

José María Salvador

 

Alejandro Obregón Medio siglo de genio

José María Salvador

Este texto es una reedición parcial del de la monografía Alejandro Obregón.
Obras Maestras 1941-1991, editada por el Centro Cultural Consolidado de Caracas,
por cuya gentil cortesía lo publicamos en este catálogo.

Desde hace ya más de tres décadas, Alejandro Obregón es, por derecho propio, referencia obligada en el universo del arte latinoamericano. Personalidad íntegra de recio y vigoroso temperamento, anticonvencional e individualista a ultranza, supo labrarse un sendero muy suyo y una trayectoria original en el campo de la creación plástica. Autodidacta intuitivo, huérfano de verdadera escuela y maestro, se constituyó pronto —por extraña paradoja— en guía y mentor de numerosas generaciones de artistas en su país. Sus innovadores aportes en el lenguaje pictórico provocaron, en el anquilosado universo cultural colombiano, una auténtica subversión de los valores estéticos, al tiempo que produjeron el impulso modélico necesario para que otros se aventurasen en experiencias desconocidas y en derroteros sin desbrozar. Con sus novedosas propuestas esté-ticas, estilísticas y conceptuales, Obregón llegó —contra su voluntad y para su consternación— a generar incluso una larga cohorte de epígonos e imitadores.

Interesa destacar que Obregón conquistó su lenguaje singular con recursos puramente pictóricos, sin subterfugios ni interferencias de otros materiales, técnicas o géneros: simples pinceles y pigmentos convencionales fueron suficientes para un talento natural tan vivaz e intuitivo como el suyo.

A semejanza de cualquier otro creador, Obregón no fue inmune a influencias en los inicios de su carrera, y necesitó vivir por su cuenta búsquedas y tanteos de variada índole antes de conseguir por fin un modo de expresión personal. En las diferentes variantes estilísticas y morfológicas adoptadas por él durante su trayectoria creativa, se aprecia no obstante, una notable coherencia de principio que permite hablar de “un-modo-de-representar-obregoniano”, por mucho que éste haya cristalizado en el tiempo según diversas modulaciones estilísticas. Y es que, con tozuda independencia de criterio y enorme honestidad, nuestro artista buscó siempre —en confiante andadura en solitario— expresar lo más medular y auténtico de su sentir profundo, sin atenerse a modas ni a veleidades externas.

Exploraciones por senderos indecisos

Más bien elementales y nada sistemáticos son los conocimientos que adquiere Obregón durante su breve permanencia de casi un año (1941-42) en la Escuela de Bellas Artes del Museo de Boston: formación encorsetada que, mediante ejercicios rutinarios de copia y trascripción mimética de modelos naturalistas, a duras penas le facilita el recetario básico del oficio pictórico mientras lo mantiene dentro de los estrechos márgenes de las convenciones. Obregón absorbe, sin embargo, tales enseñanzas con una pasión de recién convertido, y con eficiencia nada desdeñable. (…)

Cuando en 1944, cumplidos ya los 24 años, regresa por fin a Colombia (donde sólo había vivido en su niñez, de los 6 a los 9 años), Obregón trae consigo una paleta muy europea, básicamente española, de sordas tonalidades ocres, sienas, azules oscuros, severos grises y negros. Afianzado aún en esta perspectiva europea, y sin haber todavía sintonizado su sensibilidad con el ambiente lumínico y cromático del trópico, el pintor produce en Colombia, durante los cinco años subsiguientes, una serie de pequeños óleos oscuros, de formas sintéticas y monumentalizadas, en el marco de escuetas composiciones de progresiva sistematización geometrizante. Abundan entonces las naturalezas muertas, pero son también frecuentes los temas dramáticos, columbrados bajo la fuerte óptica de Goya. (…)

La disciplina de una geometría cúbica

En el otoño de 1949, luego de renunciar a la rectoría de la Escuela de Bellas Artes de Bogotá, cargo que había desempeñado por un año, Obregón se traslada a Francia. Tras un breve paso por París, se establece en Alba-la-Romaine, pequeña localidad al Sur de Francia. Allí permanecerá hasta 1954 alternando el oficio pictórico con la pedestre tarea de recorrer la comarca haciendo lápidas funerarias para poder atender las necesidades de su creciente familia (a Diego, el primogénito, habían venido a sumarse otros dos hijos, Silvana y Rodrigo, nacidos ambos en Alba-la-Romaine).

Durante este su período francés (1949-54), Obregón acentúa aún más la síntesis geometrizante en sus composiciones, bajo el decidido influjo del cubismo sintético, contemplado en especial desde la sensible mirada de Braque: talla las formas en pulidas facetas, aplana los volúmenes, uniformiza las parcelas cromáticas, aplica los pigmentos en capas lisas y uniformes, y termina por ensamblar, a modo de caprichosos rompecabezas geométrico-cromáticos, los cristalinos fragmentos de esos objetos estenográficos y de ese distorsionado espacio. Al yuxtaponer y solapar con firmeza estos fragmentos multicolores, el artista obtiene a la postre una composición decorativa de sólida vertebración y vigorosa consistencia constructiva.

Deslindándose, sin embargo, de Braque y sus epígonos, Obregón busca un camino propio en estas obras por la vía de un colorido cálido y vibrante, mucho más alegre y desinhibido —incluso en los grises— que el de sus mentores cubistas. En los trabajos de este período el color casi siempre se autonomiza de las formas, desde el momento en que los tonos se extienden a capricho más allá de sus límites “naturales”, contaminando así otros objetos heterogéneos o el espacio circundante: en esta autonomía del color respecto a las formas está ya en germen la libertad absoluta frente al color, que proclamará el pintor en su etapa de madurez. (…)

Cuando, por fin se reinstala definitivamente en Colombia en 1955 vivirá en un primer momento (de 1955 a 1958, aproximadamente) una situación ambigua en la que estará sometido a un doble desgarramiento. Desde la vertiente del lenguaje formal, la rígida sistematización geometrizante (de formas afacetadas, planas y frontalizadas) del período francés, que todavía conservará durante algún tiempo por fidelidad a los cánones cubistas, entrará en pugna con una incipiente expresión más libre y desinhibida de su gesto y de su sentimiento: con el tiempo, ésta última irá paulatinamente ganando terreno, hasta desembocar hacia 1958 en la modalidad estilística más “abstractolírica” de Obregón. En segundo lugar, desde el punto de vista del contenido, los objetos simbólicos, más o menos universales, que arrastra el artista desde Francia (flores, palomas, naipes, copas, corazones, peces, martillos, tenazas, candados, llaves) irán siendo substituidos poco a poco por otras imágenes más propias del ámbito latinoamericano (cóndores, barracudas, alcatraces, garzas, iguanas, volcanes, eclipses).

A pesar de semejante doble desgarramiento, esta primera etapa de producción colombiana de Obregón (1954-58) se manifiesta como una continuación natural de su período francés, por el hecho sustantivo de que en estas obras inaugurales de su trayectoria colombiana aún perduran la sólida construcción geométrica y la racional disciplina cubista. De todos modos, con su reencuentro gozoso con el trópico tras su reinstalación en Barranquilla y Bogotá, Obregón colma su paleta de colores centelleantes, con tonos cada vez más meridianos y exultantes, en gamas de progresiva esplendencia y fastuosidad.. (…)

Conviviendo con la abstracción lírica

Hacia 1958 comenzó a hacerse manifiesta en la producción obregoniana una tremenda soltura en el trazo, con la progresiva aparición de espesos brochazos gestuales que desagregaban la cada vez más laxa estructura geométrica de la composición. Esa libertad instintiva en el gesto ya había, poco antes, comenzado a vislumbrarse tímidamente en el desgarrador lienzo Velorio. Estudiante muerto, de 1956 (Col. Museo de Arte Latinoamericano de la OEA), y en algunas otras obras, como Greguerías y un camaleón, de 1957. Pero en 1958, tras un breve viaje a Europa y los Estados Unidos, donde tuvo la oportunidad de apreciar obras de los informalistas europeos y de los abstracto-expresionistas norteamericanos (sobre todo, de los cultores de la Action Painting), Obregón comenzó a atacar sus lienzos con pinceladas más desinhibidas, con gestos de cada vez mayor desenfreno, tal como se aprecia, por ejemplo, en Aves fulminadas por un rayo, Bodegón y cráter o Fraile, todas ellas de 1958. En Homenaje a Figurita, también de 1958, Obregón se permite incluso el recurso del dripping, descubierto sin duda durante su reciente periplo por Estados Unidos y Europa.

Es oportuno precisar que esta modalidad “abstracto-lírica” obregoniana, que se extiende, más o menos, entre 1958 y 1964, convive en perfecto paralelismo y contubernio con su simétrica modalidad “figurativo-expresionista” (desarrollada también desde 1958, y que se continúa aún hoy), a la que nos referiremos más tarde.

A partir de 1958 Obregón se entrega con entusiasmo al furor del gesto, a la fogosa vehemencia de su temperamento caligráfico, que se traduce de inmediato en briosos trazos alargados, a veces rectilíneos, a veces en comba, en trepidantes brochazos plenos de materia pictórica y pregnados de humores instintivos. Semejante desenfreno expresivo del trazo lo conduce sin remedio al abandono definitivo de la disciplinada estructura geometrizante, que, en los años inmediatamente subsiguientes, sólo aparecerá discreta y algodonosa en algunos esporádicos trabajos, como Niña del coleocanto, de 1959.

Liberado por fin de coerciones constructivas, Obregón se entrega con entusiasmo a la expresividad del gesto espontáneo. Da entonces rienda suelta a esos trazos fulgurantes, al propio tiempo explosivos y temperados, simultáneamente caóticos y sabiamente ritmados, que serán el sello más distintivo del Obregón de madurez. Y es que, la audacia de esos relampagueantes brochazos de nuestro artista va secretamente gobernada por su exquisito sentido del dibujo y por la elegancia natural de su caligrafía pictórica, que le permiten realizar sus pinturas abordando directamente con el pincel el lienzo virgen, sin servirse de bocetos previos ni de dibujos subyacentes.

En este primer período de verdadera madurez, que podríamos calificar, muy inadecuadamente, como su período “abstracto-lírico” o “abstracto-expresionista” (1958-64), Obregón lleva su reencontrada ansia de libertad creativa hasta límites extremos: embriagado por la reciente conquista de su subjetividad expresiva, olvida incluso la relación con la objetividad del mundo fáctico, llegando así a composiciones ya casi del todo abstractas, en las que el devaneo de libérrimas pinceladas de pigmentos jugosos y generosas texturas apenas concede delgado margen a raras referencias al mundo reconocible. Esos rasgos son apreciables en muchas de las obras de 1958 a 1964, de modo especial en las series Volcanes y Zozobras.(…)

La figura como expresividad desgarrada

A partir de 1958, junto a las mutaciones estilísticas, en la producción de Obregón se manifiestan asimismo cambios radicales desde el punto de vista temático: comienzan a brotar entonces con creciente pujanza los temas, imágenes y símbolos de Latinoamérica y, en especial, los de su propio país, Colombia. Estos habían estado en algún grado presentes en casi todas sus etapas previas, aunque combinados con otros temas e imágenes de índole más universal. Sin embargo, hacia 1958 el artista se deja atrapar por la exuberancia, la agresividad y el violento desorden de la naturaleza física de su país, emblemáticamente representada en la pujante flora tropical, en la fauna salvaje y en el agreste paisaje de la alta montaña y de la costa tórrida. Pero, casi como si a ello le llevase por simbiosis esa violencia física, Obregón se siente también entonces solicitado con renovado brío por la violencia política y social de su patria, en trepidante ebullición tras la caída de la dictadura militar de Gustavo Rojas Pinilla (10 de mayo de 1957): regresan así con fuerza esas imágenes —ya recurrentes en su producción anterior— de masacres, genocidios, estudiantes muertos, mujeres asesinadas.

Surgen de ese modo numerosas obras aisladas, como La garza y la barracuda, 1959,o Aves cayendo al mar, 1961, y, sobretodo, ciertas series temáticas, como los Cóndores (iniciada en 1958), las Mojarras (a partir de 1959), el Toro-Cóndor (comenzada en 1960), las Barracudas (desde 1963), y otras variadas series con las que Obregón intenta expresar a cabalidad los temas de la Latinoamérica andina y tropical.

Aguijoneado por esa doble terrible violencia, la geofísica y la humana, Obregón siente la necesidad de traducirlas a través de un lenguaje plástico lo suficientemente dotado de referencias objetivas, fácilmente reconocibles por parte del público, aun cuando éstas se hallen moduladas por altas cotas de arbitrariedad expresiva del artista. El maestro cartagenero adopta así, a partir de 1958, una nueva modalidad estilística de índole abiertamente “figurativo-expresionista”, que, como ya dijimos, convive en feliz armonía con su simultáneo estilo “abstracto-lírico”. Sólo que la figuración expresionista que Obregón desarrolla entre aproximadamente 1958 y 1966 es tan apocopada y subjetiva que en ella las formas e imágenes del mundo exterior se reducen por lo general a meros fragmentos etéreos, dispersos y descompuestos. Estos fungen apenas como meras elipsis o anotaciones estenográficas, simples atisbos que nos permiten sospechar —y, en última instancia, re-crear— la presencia del tema aludido en el título de la obra: un cóndor se esconde muchas veces en un par de aceradas garras y en un desordenado revuelo de cortas pinceladas-plumas; una barracuda se resume en unas fauces abiertas o en unas aletas ríspidas; la vegetación tropical crece furtiva en una enmarañada madeja de largos brochazos retorcidos, amplias manchas cortas y cursivas pinceladas filiformes.

Obregón lleva ahora hasta las últimas consecuencias su habitual técnica de construir las formas con el mero color. En sus precedentes etapas, de mayor racionalidad geométrica, se había visto constreñido a someter en buena parte sus pigmentos a las pautas previamente marcadas por el diseño constructivo de la composición. Liberado ahora de tales coerciones, Obregón construye-destruye las imágenes directamente con el color, (des)componiendo formas y espacio con unas cuantas pinceladas magistrales, con unas pocas manchas vigorosas.

Ya desde muy temprano en su trayectoria artística, el catalán de Cartagena había comenzado la doble tarea de sintetizar y desarticular las formas en fragmentos cada vez más abstractos e irreconocibles. A partir de 1958, sin embargo, Obregón desintegra las imágenes con una furia incontenible en elípticos fragmentos, y los desparrama luego a voleo, haciéndolos flotar en un espacio neutro como nubes borrascosas. De hecho, el espacio obregoniano posterior a 1958 carece de límites y referencias, es del todo abierto e indefinido, y, en cuanto tal, es terreno abonado para la ambigüedad y el ensueño.

Es destacable al respecto la violenta tensión que, en estas obras, se genera entre el calmo y homogéneo fondo neutro y la maraña de enérgicas pinceladas, en forma de manchones amplios y alargados, de trazos filiformes e incluso de puntos o vírgulas. Los cuadros de Obregón se resumen de este modo en una palpitante erupción de pigmentos y retazos morfológicos, los cuales, a pesar de su aparencia de caos magmático, se sedimentan al final en discreto orden, sometiéndose a cierta estructura escondida que los relaciona e integra. Dando muestras de una gran habilidad compositiva, en efecto, Obregón organiza el fragoroso caos de sus cuadros en torno a una robusta construcción. Sobre una ortogonal trama de coordenadas (la horizontal del mar; la vertical del hombre y del vegetal), el maestro de Cartagena entreteje sus pinceladas conforme dicta el tema representado, mientras ritma el espacio compositivo con fulgurantes trazos briosos que distribuyen con justeza equilibrios y tensiones a lo largo y ancho del cuadro.

El “expresionismo figurativo” de Obregón podría, a su vez, dividirse en dos subperíodos sucesivos. Uno inaugural, que intercorre grosso modo de 1958 a 1966, se diferencia del subsiguiente por tres rasgos fundamentales. Es manifiesta en él, ante todo, una mayor libertad expresiva en la interpretación de las formas que —salvo raras excepciones, como La Victoria de Samotracia, 1961, La Violencia, 1962, y El Caballero Mateo,1964— lindan ya con la semi-abstracción; en la producción posterior a 1966, por el contrario, junto a generalizados brochazos del todo abstractos abundan también imágenes de sorprendente “naturalismo”. Además, en el periodo 1958-66 Obregón privilegia un colorido relativamente moderado, a predominante gris, aunque, acá o allá, rescalde tan austera atmósfera con encendidas zonas de tonos luminosos y cálidos: la sobriedad de esta paleta contrasta de plano con la desbordante esplendencia de que hará gala el pintor en el siguiente subperíodo. En tercer lugar, hasta 1966 usa todavía como material pictórico el óleo, con el que logra atractivas calidades plásticas de densidad matérica, texturados empastes, riqueza de modulaciones tonales y sutiles transparencias; a partir de esa fecha, en cambio, el cartagenero prefiere el acrílico, con lo que disminuirá no poco la calidad de sus gradaciones tonales y sus veladuras. (…)

Embriaguez del color y reencuentro con la forma

A partir de 1966, Obregón desarrolla su segundo subperíodo “figurativo-expresionista”. Frente a la instintiva soltura del trazo semiabstracto del período previo, Obregón, sin abandonar en ningún momento los brochazos expresivos y estenográficos, desarrolla ahora una abundante plétora de imágenes reconocibles, finamente trabajadas en concordancia casi literal con las convenciones académicas: surgen así elaborados personajes masculinos y femeninos, ángelas, anunciatas, cóndores, toros, alcatraces, búhos, barracudas, mojarras, flores, copas y otros seres u objetos de sorprendente verosimilitud “naturalista”. Acicateado, sin embargo, por su tormentosa ampulosidad y su grandilocuencia gongorina, el maestro de Cartagena inmerge estas imágenes tan “realistas” en una procelosa marejada de electrizantes manchas amorfas, como para condimentar —y, al propio tiempo, compensar— con una sobredosis de abstracción la pesada carga de figuración exacerbada.

Por otra parte, frente a las asordinadas atmósferas grisáceas del subperíodo 1958-66, Obregón prefiere ahora una paleta meridiana, rezumante de colores brillantes, de tonos luminosos, de luces refulgentes. Con esa su extraordinaria sensibilidad e intuición por el color, nuestro artista nos regala en las obras de este último período una auténtica pirotecnia lumínico-cromática, basada en súbitos fogonazos de luz-color, en esplendentes fosforescencias, en chisporroteantes timbres, en trepidantes contrastes de tintas y valores. Eximio colorista, dueño y señor indiscutido de un exuberante y fastuoso cromatismo, Obregón eleva ahora hasta la enésima potencia aquellas arbitrarias licencias en el uso del color, que ya lo habían distinguido desde los albores de su carrera artística: el capricho toca ahora no sólo el registro inusual de los tonos usados, sino también la manera y cantidad con que los distribuye, o la forma con que los relaciona entre sí, sin escatimar en ningún momento estridentes disonancias cromáticas.

Por otra parte, tras abandonar definitivamente el óleo, en 1966 Obregón adopta exclusivamente el acrílico, convencido de que, por su fluidez, ligereza, trasparencia y rapidez de secado, es el medio pictórico más pertinente para expresar su peculiar temperamento artístico. Con el empleo del dócil acrílico, Obregón logra traducir más veloz y eficazmente su gestualidad expresiva, al tiempo que puede hacer aún más vivaces y fecundos los tremendos contrastes con los que da vida y dinamiza a sus composiciones: contrastes entre colores cálidos y fríos, entre tonos intensos y agrisados, entre valores oscuros y luminosos, entre áreas barridas con suavidad y furiosos trazos expresivos, entre uniformes fondos neutros y pinceladas caligráficas a guisa de cursiva rúbrica, entre fragmentos morfológicos reconocibles e inefables manchas abstractas, entre momentos de silenciosa nada y torrenciales cataratas de gesto y verbo pictóricos, entre secreto orden constructivo y aparente caos epitelial. (…)

 

FICHA DEL MUSEO

 

ALEJANDRO OBREGÓN

Biografía de Alejandro Obregón

José María Salvador

Nace el 4 de junio de 1920 en Barcelona, España. A los seis años se radica con sus padres en Barranquilla, Colombia. En 1929 se reinstala con su familia en Barcelona. Estudia secundaria en el Stony Hurst College, Liverpool, Inglaterra (1930-34), y en Boston, Massachusetts, Estados Unidos (1934-36). En 1936 interrumpe sus estudios y trabaja en la empresa textilera de su familia en Barranquilla hasta que en 1938 se enrola como camionero e intérprete en las petroleras del Catatumbo, Colombia. De regreso a los Estados Unidos, frecuenta la Escuela de Arte del Museo de Boston (1939-40). En calidad de Vicecónsul de Colombia, de 1940 a 1944 reside en Barcelona, España. Allí asiste en 1942 en la academia de La Llotja y luego a los cursos libres de dibujo y pintura en el Círculo Artístico, hasta que decide proseguir por su cuenta su formación artística. A los 24 años de edad (1944), regresa a Colombia y enseña en la Escuela de Bellas Artes de Bogotá. En 1945 presenta su primera exposición individual en Biblioteca Nacional de Bogotá. Un año más tarde se instala en Barranquilla, luego de renunciar a su cargo en la Escuela de Bellas Artes de Bogotá. En 1947 recibe en su taller al arquitecto Le Corbusier, quien manifiesta poco entusiasmo por sus trabajos. Tras esta visita su estilo se toma más geométrico, ordenado y sintético. Testigo directo de la sangrienta represión de la dictadura militar, realiza en 1948 el óleo Masacre. 10 de abril, que exhibe, con otros cuadros de contenido político, en su exposición individual en la Sociedad Colombiana de Arquitectos, pocos días después de tan trágicos sucesos. Durante el tiempo que dirige la Escuela de Bellas Artes de Bogotá (1948-49), ejerce gran influencia sobre los artistas en formación. A mediados de 1949, renuncia a dicho cargo para instalarse en Francia. Tras un breve paso por París, se establece en Alba-la-Romaine, cerca de Aviñón (1949-54). Allí trabaja en composiciones estáticas de formas planas, sintéticas y geometrizadas, de clara influencia cubista. En Francia presenta exposiciones individuales en Montelimar (1953) y en la Galería Creuze de París (1954). En 1955 expone en la Unión Panamericana de Washington, D.C., participa en la II Bienal de Sáo Paulo y en la III Bienal Hispanoamericana de Barcelona, en la que obtiene un premio. A partir de 1956 comienzan a hacerse recurrentes en su pintura ciertos objetos-símbolo de la fauna, flora y geografía de la costa tropical en que vive. Inicia las series Cantaclaros y Eclipses. Ese mismo año obtiene en Houston, Texas, el primer premio en la Gulf Caribbean International Exhibition. En homenaje a los estudiantes asesinados por la dictadura durante las revueltas del 8 y 9 de junio de 1954, pinta el óleo Velorio. Estudiante fusilado, con el que gana en Bogotá el Premio Guggenheim International. Todavía en 1956 expone individualmente en la Sociedad Colombiana de Arquitectos, en el Club de Profesionales de Medellín y en el Museo La Tertulia de Cali. Un año más tarde, después de ser testigo de las manifestaciones populares y la sangrienta represión que precedieron a la caída de la dictadura de Rojas Pinilla (10 de mayo), aborda de nuevo en sus cuadros los temas de la violencia política y social, como en Estudiante muerto, con el que obtiene el segundo premio en el X Salón Anual de Artistas Colombianos. Concurre a la IV Bienal de Sáo Paulo. Tras un viaje de varios meses por Francia y los Estados Unidos (1957-58), a partir de 1958 abandona la estructura geométrica y acentúa cada vez más la espontaneidad del trazo y la síntesis formal, comenzando así su período expresionista, casi lindante ya con la abstracción. Ese año gana el Primer Premio de la Bienal Hispanoamericana en Madrid. En 1959-60 enseña en la Escuela de Bellas Artes de Bogotá. En 1959 inicia la serie Cóndores y Mojarras, presentadas entonces en dos muestras personales en Bogotá: los Cóndores en la Biblioteca Nacional, las Mojarras en la Librería Buchholz. Exhibe individualmente también en la Obelisk Gallery de Washington, D.C. y en la Roland de Aenlle Gallery de Nueva York. Por esas misma fechas gana el Primer Premio en el Salón Anual de Barranquilla y una mención de honor en la V Bienal de Sáo Paulo. En 1960, fecha de inicio de las series Volcanes, Toro-Cóndor y Mangles, abre muestras personales en la Galería El Callejón de Bogotá, en el Instituto de Arte Contemporáneo de Lima y en la Galería Sixtina de Sáo Paulo. Por esos meses gana el Primer Premio del Salón Nacional de Cúcuta. En 1961 inaugura exposiciones individuales en el Museo La Tertulia de Cali, en la Galería El Callejón de Bogotá, en el Club Barranquilla y en la Galería Sixtina de Sáo Paulo. En 1962 obtiene por vez primera el Premio Nacional de Pintura en el XIV Salón Anual de Artistas Colombianos con la obra Violencia. Se desempeña como decano de la Escuela de Bellas Artes en la Universidad del Atlántico, Barranquilla (1962-63). En 1963, fecha de inicio de la serie Barracudas, expone personalmente en la Galería Sistina de Milán, al tiempo que interviene como artista invitado en el Festival dei Due Mondi en Spoleto, Italia, y en la Bienal de Sáo Paulo. Meses después, luego de renunciar a la Dirección de la Escuela de Pintura de la Universidad del Atlántico, viaja a Europa. En 1965 presenta una retrospectiva en la Galería Colseguros de Bogotá. En 1966, data en la que abandona definitivamente el óleo por el acrílico y en la que inicia la serie Los Huesos de mis bestias, obtiene por segunda vez el Premio Nacional de Pintura en el XVIII Salón de Artistas Nacionales. Su obra se destaca en 1967 por varias muestras personales en la Biblioteca Luis Angel Arango de Bogotá y en el Museo La Tertulia de Cali, así como por la obtención del Gran Premio Latinoamericano Francisco Matarazzo Corinho en la IX Bienal de Sáo Paulo. Un año más tarde se residencia definitivamente en Cartagena. En 1970 presenta una importante muestra en el Center for Inter-American Relations de Nueva York. En 1973 inaugura una amplia individual en el Museo de Arte Moderno de Bogotá. Posteriormente su obra se presenta en importantes retrospectivas en el Museo La Tertulia de Cali (1979), en el Salón Cultural de Avianca en Barranquilla (1981) y en la Galería Esede de Bogotá (1981). De 1982 a 1983 una amplia retrospectiva suya itinera por el Museo Metropolitano de Coral Gables, Miami, Florida, el Museo de Arte Moderno de Latinoamérica, OEA, Washington, D.C. y la Galería Quintana de Bogotá. En 1983 su cuadro-mural Amanecer en los Andes es instalado en la sede de la ONU en Nueva York. En 1985 la importante retrospectiva Alejandro Obregón. Pintor colombiano (106 obras de 1942 a 1985), itinera por el Museo Nacional de Bogotá, la Maison de l’Amérique Latine en Paris, y por Madrid. En años sucesivos abre muestras individuales en el Museo de Arte Moderno de Bogotá (1986), en la Galería Garcés Velásquez (1987), en la Aberbach Fine Art Gallery de Nueva York (1988), en la Galería Duque Vargas de Medellín (1989) y en la Galería El Museo de Bogotá (1990). En 1990, al cumplir el pintor 70 años, una amplia retrospectiva de su producción de cinco décadas itinera por el Museo de Monterrey, el Museo de Arte Moderno de México y el Museo de Arte Moderno de Bogotá. En 1991 una selección de sus obras maestras es organizada por el Centro Cultural Consolidado de Caracas.

 

 

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Roberto Matta

April 5, 2019 By dillon Leave a Comment

LA ABSTRACCIÓN SURREALIZANTE DE

ROBERTO MATTA

FERNANDO UREÑA RIB

 

La pintura del chileno Roberto Matta sobresale, en el amplio panorama del arte latinoamericano y occidental del siglo XX, con una de las personalidades más características,  intensas y dramáticas. Un humor, con frecuencia acre y exacerbado,  se apodera de las imágenes exaltadas por la rica imaginación del artista.

Gestual y agudo, Roberto Matta indaga en los cimientos mismos de la abstracción y funde esa tendencia con la del surrealismo bretoniano que preponderó en París durante los años treinta.

El se adentra en la psiquis y en la emoción del espectador a fuerza de trazos enervados que representan la permanente crisis de la condición humana. La densidad de sus pinturas contrasta con lo burlesco y caricaturesco de algunas de sus imágenes mejor logradas, en las que se mezclan aspectos de la figuración, del surrealismo y de la abstracción y en  las que el animal y el ser humano se confunden en un apasionado ejercicio crítico. 

FERNANDO UREÑA RIB


ROBERTO MATTA 1910-2002

Ficha del MuseoROBERTO MATTA

Roberto Sebastián Antonio Matta Echaurren, nace en Santiago de Chile el 11 de noviembre de 1911. pintor y arquitecto chileno, además de ser uno de los personajes decisivos en el grupo de artistas del expresionismo abstracto de los años 40, es calificado como el renovador del surrealismo, por expresar en sus obras las imágenes del subconsciente a través de metáforas visuales con una fuerte carga psicológica.

Realiza sus estudios básicos y medios en el Colegio de Los Sagrados Corazones; posteriormente se titula de arquitecto en la escuela de la Universidad Católica de Chile, diplomado con el proyecto “La liga de religiones -Valle de Joasphat, la Isla de Elefante”, un templo para 147 religiones, con dibujos realizados en la Escuela de Bellas Artes.

En esta época, Matta vivió la falta de estabilidad económica y política que aquejaba su patria. Además de la inflación, Chile estaba bajo la presión de huelgas y juntas militares. Las condiciones de vida no eran favorables, las cuales ocasionaron emociones profundas dentro del artista que luego se revelarían en su arte. Es por ello que en 1932, Matta sale de Chile como reacción a la situación política después de la elección de Arturo Alessandri, un político conservador que no apoyaba las clases laborales.

Algún tiempo después -y luego de recorrer varios países- se instala en París, para trabajar con el arquitecto Le Corbusier. En esta ciudad llena de artistas conoció a René Magritte, Pablo Picasso, Joan Miró, Rafael Alberti, García Lorca y se hizo amigo de Marcel Duchamp.

En 1936 se instaló en Londres, a trabajar con el arquitecto alemán Walter Gropius. También estuvo una breve temporada en Portugal, invitado por la poetisa Gabriela Mistral, quien despertó en él su interés por la obra poética de José Martí y los postulados del mexicano José Vasconcelos sobre la creación de brigadas culturales.

Las ideas de poetas como Mistral o García Lorca tuvieron un impacto muy grande en el arte temprano de Matta, pues utilizaba -al igual que ellos- imágenes oscuras y metafóricas para presentar temas cosmológicos. En “La Tierra es el Hombre”, por ejemplo, la creación de la tierra revela sus imágenes mentales del nacimiento y del renacimiento de su identidad como exiliado. Su representación de la tierra también revela imágenes del caos geográfico y político del Chile de su juventud. Por eso, esta pintura muestra “un regreso al concepto de la tierra nacida del caos”.

Entre los años 1937 y 1940 Matta definió su vocación artística y regresa a París a trabajar en el pabellón español de la Exposición Internacional, incrementando su interés por los dibujos y la pintura. Luego de visitar varias veces el taller de Pablo Picasso, quien estaba pintando su cuadro Guernica, conoce -por intermedio de Salvador Dalí- al escritor André Breton, quien le compra dos dibujos


Sus estudios secundarios los realiza con los jesuitas marianos del Sagrado Corazón de Jesús y de María, continúa estudios superiores en la Escuela de Arquitectura de la Universidad Católica de Chile.

1933 Emigra a Europa, en París trabaja en el taller de Le Corbusier, durante su estadía Gabriela Mistral lo invita a pasar una temporada en Lisboa.

1936 Viaja a Londres, donde tiene la oportunidad de compartir con Gropius y Moholy Nagy.

1937 Regresa a París para participar en “La Exposición Internacional”, trabajando en el pabellón español, allí comparte con Magritte, Picasso y Miró; por intermedio de García Lorca y de Dalí conoce a André Bretón y se incorpora al grupo surrealista.

1938 Conoce a Marcel Duchamp con quien establecerá una permanente amistad. Mientras reside en París vive con Pablo Neruda en La Roche-Guyon,

Participa en la exposición Internacional de Surrealismo, que se celebra en la Galería Breaux-Arts de París.

1939 Se inició la Segunda Guerra Mundial, junto con Duchamp y Tanguy deciden abandonar Europa y establecerse en Nueva York, allí ejerce una enorme influencia en los pintores jóvenes que darían vida al fenómeno de la pintura norteamericana de los í50.

1946 Visita París. Participa en la Exposición Surrealista de la Galería Maeght.

1948 Se establece nuevamente en Europa, donde es expulsado del grupo surrealista, será readmitido 11 años más tarde.

1950 Reside en Roma y Polonia.

1951 Expone en el Institute of Contemporary Art, de Londres.

1956 Pinta para la UNESCO el mural “Las dudas de tres mundos”, realiza una serie de retrospectivas de su obra en Nueva York, Estocolmo y París.

1968 Visita Cuba y preside el Congreso Cultural de la Habana. Expone un discurso con el título de “La guerra interior”.

1970 Realiza una exposición retrospectiva en la National Galerie de Berlín.

1970/1972 Viaja a nuestro país invitado por el Presidente Salvador Allende, trabaja en murales colectivos con la brigada “Ramona Parra”.

1971 Los trabajadores de la Peugeot organizan una retrospectiva de Matta en la villa francesa de Sochaux.

1975 Participa en la Exposición itinerante “el gran Burundún-Burunda ha muerto” para apoyar la declaración del tribunal Russell sobre los crímenes de la Junta Militar en Chile, inaugurada en el Museo de Arte Moderno de México.

1982 Viaja a Nicaragua con ocasión del Congreso Interamericano sobre “Autonomía cultural de nuestra América”, donde participa junto a Julio Cortázar y García Márquez.

1983 Realiza la exposición retrospectiva “Mediterráneo verbo América” en Valencia y Barcelona en España.

1990 En 27 de Agosto recibe el Premio Nacional de Arte; en Noviembre del mismo año se realiza una retrospectiva de su obra en el Museo de Bellas Artes, actualmente es considerado el mejor pintor vanguardista del mundo aún vivo.


Fuente
BINDIS, RICARDO. “La Pintura Chilena desde Gil de Castro hasta nuestros días”. Phillips Chilena. S.A. Santiago, 1984.
CARRASCO PIRARD, EDUARDO. “Matta”. Ediciones Hercar Aetna Chile S.A. Santiago 1990.
IVELIC, MILAN / GALAZ, GASPAR. “La Pintura en Chile: desde la colonia hasta 1981. Ediciones Universidad Católica de Valparaiso.
“Chile Arte Actual”. Ed. Universidad Católica de Valparaíso.
ROJAS ABRIGO, ALICIA. “Historia de la Pintura en Chile”. Libro Audio Visión, tomo I. Banco Español Chile. Santiago, 1981.
ROMERA, ANTONIO. “Historia de la Pintura Chilena”. Editorial Andrés Bello, Santiago-Chile, 1976. Cuarta edición.
SAUL, ERNESTO. “Artes Visuales 20 años 1970-1990”. Ministerio de Educación, Santiago 1991.
“Matta: conversaciones”. Editorial CESOC-CENECA. Santiago, 1987.
“Matta” Ministerio de Cultura de España. Dirección General de Bellas Artes y Archivos.. Sep.-Oct. 1989. España.

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Joanquin Torres Garcia

April 5, 2019 By dillon Leave a Comment

LA PINTURA CONSTRUCTIVISTA DE

JOAQUÍN TORRES GARCÍA

FERNANDO UREÑA RIB

 

 

La pintura del uruguayo Joaquín Torres García causó impacto en Barcelona y luego en París durante los años finales del siglo diecinueve y los iniciales del siglo veinte. Era una pintura de gran sobriedad cromática, de gruesos empastes y de una particular geometría en la que colindaban con igual preponderancia, la modernidad plástica descubierta por Picasso y Braque y la rica imaginación indígena que procreaba al amparo de sus dioses una demiurgia y una teogonía admirables. El juego podría llamarse constructivismo o como se quisiera, pero lo esencial es que se trata de una pintura que se apodera de los signos, los revitaliza y les da vigencia en un mundo que vive de mitos encubiertos, de falacias que se superponen unas sobre otras hasta formar una gruesa e impenetrable capa de misterios que no son más que una herencia ancestral reinventada.

 

 

Fernando Ureña Rib



“He dicho Escuela del Sur; porque en realidad, nuestro norte es el Sur. No debe haber norte, para nosotros, sino por oposición a nuestro Sur. Por eso ahora ponemos el mapa al revés, y entonces ya tenemos justa idea de nuestra posición, y no como quieren en el resto del mundo. La punta de América, desde ahora, prolongándose, señala insistentemente el Sur, nuestro norte.”

Joaquín Torres García. Universalismo Constructivo, Bs. As. : Poseidón, 1941.

JOAQUÍN TORRES GARCÍA(1874-1949)   Montevideo, Uruguay

 

Pintor uruguayo, abstracto, que contribuyó decisivamente a la difusión del constructivismo en Latinoamérica, con su teoría del universalismo constructivo (1944). Nació en Montevideo en 1874. Hijo de padre catalán y madre uruguaya ingresó en la Escuela de Bellas Artes de Barcelona en 1892, tras el regreso de su familia a España. Aquí se vio muy influenciado por el movimiento modernista catalán, con el que siempre se identificó, e inició su amistad con Pablo Picasso y Antoni Gaudí, con quien colaboró en la realización de las vidrieras del templo de la Sagrada Familia en Barcelona (1903-1907).Durante los veintinueve años que vivió en la ciudad, llevó a cabo varias obras en edificios públicos y privados (ayuntamiento, diputación, iglesias de San Agustín y San Jorge), También trabajó con Gaudí en la restauración de la catedral de Palma de Mallorca, donde realizó unas vidrieras con diseño geométrico y colores planos, que producen en el interior una iluminación singular. En 1910 se traslada a Bruselas para decorar el pabellón uruguayo de la Exposición Internacional (dos murales sobre la agricultura y ganadería uruguayas) y con motivo de este viaje visita también París, Florencia y Roma.

En 1913 publica Notes sobre Art, con el que se inicia en la teoría artística y realiza el fresco La Catalunya ideal. En 1919 viaja a Nueva York, y tres años más tarde a Italia y Francia fijando su residencia en París, en 1926. Aquí toma contacto con Mondrian, Van Doesburg y Seuphor. Con éste funda en 1930 la revista y el grupo ‘Cercle et Carré’, promotor de la primera exposición de arte constructivista y abstracto.

En 1932 abandona París y se instala en Madrid, donde conoce a Lorca y crea un grupo de artistas constructivos. Tras su regreso a Montevideo en 1934, funda la ‘Asociación de Arte Constructivo’ y más tarde el ‘Taller Torres García’.

Su teoría sobre el constructivismo fue difundida a través de la revista Cercle et Carré y de su libro Universalismo constructivo, publicado en 1944; ese mismo año le fue concedido el Premio Nacional de Pintura. De su obra cabe resaltar además: Ritmos curvos en blanco y negro (1937), Arte constructivo (1942) y siete murales de 1944 (Locomotora blanca, El sol, El tranvía). Tras su muerte en 1949 se organizaron diversas muestras de su obra en Europa y América; su influencia fue muy importante para el desarrollo de la plástica uruguaya. © eMe

 

 


 

FICHA DEL MUSEO

 

 

 

 

 

JOAQUÍN TORRES GARCÍA

Orígenes. Primeros años. Educación.

Joaquín Torres García nació en Montevideo el 28 de julio de 1874, hijo de Joaquín Torres Fradera y María García Pérez.

Su padre era catalán. Había nacido en Mataro en el seno de una familia de cordeleros es decir en un ambiente relacionado con la navegación. Quizás por ello, en su condición de segundón, que no le ofrecía demasiadas perspectivas de continuar el negocio de su progenitor, emigró a los diecinueve años al Uruguay, donde trabajó denodadamente creando en Montevideo y en lo que en el último cuarto del siglo pasado se denominaba “Plaza de las Carretas” un establecimiento comercial que era algo así como un bazar o almacén de los más heterogéneos artículos, con una cantina anexa que frecuentaban principalmente los gauchos que llegaban a la ciudad para vender sus productos y a ola vez hacer su provisiones.

Torres Fradera tenía, junto a su almacén y cerca de un copudo ombú, un aserradero de madera y un vasto taller de carpintería en el que Joaquín pasaba muchas horas cortando y ensamblando piezas. Su arte acusará la huella de la habilidad así adquirida. La madre, uruguaya de nacimiento pero hija de un oriundo de Canarias, de nombre José María y de profesión carpintero, y de una mujer Rufina, que era la única americana de varias generaciones y tenía en sus venas sangre de los colonizadores españoles y de los aborígenes. Joaquín creció flaco y pálido, como decían los suyos “era todo pellejo y huesos”. Se manifestaba sensible y nervioso. Dotado de un gran poder de asimilación, se formó en buena parte por su cuenta, leyendo vorazmente. Torres Fradera experimentará diversos altibajos en su situación económica. Sus ahorros se esfumarán al quebrar un banco y, cuando había rehecho su fortuna, una disposición del gobierno uruguayo, prohibiendo determinadas importaciones lo arruinó de nuevo. Decidió volver a tierra de sus padres. En julio de 1891 embarcó en Montevideo con su esposa e hijos hacia Génova y seguidamente rumbo a Barcelona.
Vuelta a las raíces. Aprendizajes. Tanteos.

Llegados a la capital catalana, van casi sin detenerse, del puerto a la estación ferroviaria, para tomar el tren que los lleve a Mataro. Joaquín tiene diecisiete años. Todo excita su curiosidad: la gran ciudad vislumbrada y la villa nativa de su progenitor; el taller de la familia de cordelería; incomprensible lenguaje en el que su padre conversa con sus tíos y sobrinos, aquel catalán que al poco tiempo hablar a la perfección e incluso años más tarde utilizará literariamente; el suave paisaje de Mareme, de vegetación modesta pero animado por la incomparable luz del mar latino, que habrá de influir posteriormente y de un modo decisivo en la concepción clásica de una etapa de la evolución pictórica. Frecuenta la escuela nocturna de Artes y Oficios para tomara lecciones de dibujo con Josep Vinardell. Se inicia en la pintura…

A la vez que se forma culturalmente, su afición a la pintura va en aumento. Llega un momento en que su destino está decidido, no sin cierta oposición paterna: será artista. Ingresa a la célebre Academia de la Lonja, la célebre “Llotja” fundada por la Junta de Comercio y que en los días de Torres García se denominaba “Escuela Oficial de Bellas Artes de Barcelona”

En 1897 un número extraordinario del diario barcelonés “La Vanguardia” reproduce un dibujo suyo: una escena callejera costumbrista llamada “La compra de turrones” y al cabo de pocos días presenta una variada colección de dibujos en el Salón de Exposiciones del mismo diario. Se sabe que Torres García trabajó una temporada en las obras del templo de la Sagrada Familia, a las órdenes de Antonio Gaudí, aunque se desconoce la naturaleza de su aporte a la obra, así como que colaboró con Gaudí en la Reforma de la Catedral de Palma de Mallorca.

En 1904, poco después de trabajar a las órdenes de Gaudí realiza con Iu Pascual, su compañero de trabajo en la Catedral Mallorquina una exposición en el “Círculo Artístico de Sant Luc” con gran apoyo de la crítica especializada. En mayo de 1904 publica un artículo en la revista “Universitat catalana” donde sostiene que nunca la forma artística debe consistir en una copia de la realidad, revelando así el idealismo de su concepto del arte.

En 1906 se le presenta a Torres García la primera oportunidad de realizar un trabajo personal: pintar óleos de escenas idílicas de la vida campesina en una estancia de la residencia del Barón de Rialp. Prontamente recibe otro encargo, se trataba de la seis grandes lienzos para decorar la Capilla del Santísimo de la Iglesia Neoclásica de San Agustín de Barcelona. En 1908 se presenta otra gran oportunidad para Torres García, pintar una estancia del ayuntamiento de Barcelona, realiza allí escenas alusivas a la actividad comercial y mercantil de la ciudad. Su obra generó algunas voces de descontento “su modernidad desagradó a los rutinarios”.

En 1910, ya casado con Manolita Piña, parte a Bruselas con el objetivo de montar el pabellón uruguayo de la Exposición Universal, pinta allí escenas dedicadas a las principales fuentes de riqueza de su país: la ganadería y la agricultura. Tanto en el viaje de ida como de vuelta se detuvo en París donde intercambio ideas y contempló la obra de sus amigos pintores. A su retorno a mediados de 1910 expone en la sala “Faianç Catala”, la acogida de la prensa y el público es tibia, solo algún crítico elogia la armonía de sus grises pero con reticencias.

El descubrimiento del Mediterráneo. Serenidad.

Por razones de economía el matrimonio Torres-Piña se instala en Vilasar del Mar, el pintor encuentra allí un aislamiento fecundo. La sugestión de aquel paisaje ribereño contribuye a despertar en su espíritu un fervor por lo clásico. Por ello al nacer en Vilasar su primera hija le asigna el nombre de Olimpia, le seguir cuatro años después Ifigenia, luego Augusto y por último Horacio. Parece haber logrado ver con sus ojos lo que contemplaban los antiguos. En la primavera de 1911 se celebra en Barcelona la “Sexta Exposición Internacional del Arte”, Joaquín había enviado allí diversos cuadros como “Palas introduciendo a la Filosofía en el Helikon como Décima Musa”

Tiempo más tarde le proponen la tarea de adorno y restauración del Palacio de la Generalitat, realizando también los murales del “Salón de San Jorge”. A mediados de 1912 parte a Italia con el propósito de conocer los frescos sobre todo los de Pompeya, sin embargo fatigado por tantos viajes desistió de la empresa, estuvo en Florencia y en Roma.

En setiembre de 1913 aparece un libro de Torres García llamado “Notes sobre art” que recopila sus conceptos sobre estética. Sus frescos en las paredes del Salón de San Jorge le ocasionaron muchas críticas, incomprensión y disgustos. Se crea una gran polémica en torno a su arte que sacude toda Barcelona.

El sosiego anhelado.

Lejos de las intrigas de Barcelona Joaquín Torres García pretende arraigarse y vivir en una casita de campo en las cercanía de “Can Bogunya”. Esta casita se inaugurar en 1914 era una mezcla de casa de campo catalana, villa romana y templo griego con dinteles y columnas inclusive, la bautizó con el nombre de “Mon Repos”, o sea “Mi descanso”. Pero el sueño no pudo cumplirse, Torres García no pudo renunciar a su pasión y continuar con el Salón de San Jorge y otras obras. Elabora un arte muy sencillo, voluntariamente limitado.El arte que crea entre 1915 y 1917 puede calificarse de franciscano porque surge fruto de una total admiración a cuanto lo rodea.

La crisis de 1917. Dinamismo ciudadano.

A principios de 1917 y junto al pintor Rafael Sala, expone por segunda vez en las galerías Dalmau, que albergaban las más célebres manifestaciones artísticas de Barcelona. Ese mismo año toma contacto con el pintor uruguayo Rafael Barradas, con quien establecerá un vínculo muy estrecho. Barradas denomina a la pintura de Torres García “vibracionismo”. Paulatinamente y sobre todo después de la muerte de su amigo Henrios Proa de la Riba, Torres García pierde apoyo de las autoridades locales y es muy seriamente cuestionado por la prensa. Su cuarto fresco en el Salón de San Jorge fue ampliamente censurado. Los años 1918 y 1919 serán muy duros.

Desaliento. Arte pobre. Inconformismo.

El desengaño sufrido lleva a Torres García a aislarse, concentrarse más en sí mismo y limitar sus amistades a un círculo de personas de ideología inconformista, incluso simpatizantes de la revolución. Torres García ser presa del estado de espíritu de su tiempo.

Ni el desaliento ni la austeridad son obstáculos para que se realice entonces una de sus obras más felices y enjundiosas: un panel decorativo con unos personajes elegantemente vestidos y situados en el jardín (entre ellos el propio pintor), que exhibió en la Exposición General de Arte de Barcelona, celebrada en la primavera de 1918. En aquel mismo período, Torres García inicia una modalidad en su producción artística en la que pondrá muchas esperanzas y obtendrá nuevos desengaños a pesar del evidente interés que ofrece: se dedicar a la producción de juguetes de madera, diseñados por el e ingeniosamente ensamblados. Las horas de infancia transcurridas en el taller de su padre en Montevideo estaban allí presentes. Pero el negocio fracasa. La situación económica empeora. En el ambiente artístico catalán donde abundan como en todas partes los maledicientes empieza a aludirse Torres García como “Torres-Desgracias”. Desanimado decide marchar a los Estados Unidos.

América dinámica y amarga.

Pocas fueron las alegrías y muchos los sinsabores vividos por Torres García y su familia en Nueva York. Si en parte quedó fascinado por la vida trepidante en esa inmensa aglomeración humana, por otra encontró grandes dificultades para obtener algún dinero con su arte en aquella sociedad materialista a la que no pudo integrarse del todo por su desconocimiento del inglés

Escena callejera en Nueva York, óleo de 1921.

Muchas obras del artista reflejan su admiración por Nueva York, pero por las dificultades de idioma se relaciona preferentemente con extranjeros. Ensaya nuevamente con la industria del juguete sin obtener buenos resultados, pensando en mayores oportunidades de éxito y facilidades de fabricación hace un nuevo intento y se marcha con toda su familia a Génova, lleno de esperanzas. en julio de 1922.
Frustraciones. Episodio final de los frescos barceloneses.

Los Torres se instalan en Fiéstole, el artista deja de pintar enfrascado en la fabricación de juguetes de madera, celebra una muestra con grandes expectativas y muy pobres resultados. Un nuevo emprendimiento en materia de industria del juguete queda frustrado por el incendio de un almacén donde guardaba las existencias ya listas para la venta de Navidad. Igualmente Torres García continúa con la construcción y venta de juguetes a Norteamérica y Holanda. Pero el régimen fascista italiano más allá de las razones económicas hace muy incómoda la permanencia de la familia Torres-Piña en Italia.

En diciembre de 1924 se instala en Villefranche-sur-Mer, un pueblito francés de la Costa Azul y empieza a pintar nuevamente. Se diría que el ambiente del Mediterráneo ha desarrollado su espíritu clásico pintando hombres y mujeres trabajando la tierra, más semidioses que agricultores, pintados con un voluntario arcaísmo estilístico. La dictadura de Primo de Rivera incide en la autonomía de Cataluña, y pintores oficialistas y con tendencias académicas quedarán a cargo de los frescos del Salón de San Jorge. Con honrosas excepciones muchos pintores se prestaron gustosos a eliminar la obra mural de Torres García. La tendencia era “dar marcha atrás” a la obra de la administración catalana, lo penoso es que ninguno de esos pintores depredadores de la obra de Torres García logró jamás superar ni su fama, ni su obra.

En setiembre de 1926 y estimulado por el éxito de algunas exposiciones suyas logra el sueño de llegar a París con toda su familia.

Estancia en París. Actividad febril. La abstracción.

Los primeros tiempos en París fueron muy duros, dificultades para conseguir alojamiento, la “Vía Crucis” de los “marchands”. Sin embargo nunca deploró haber pasado por desalentadoras experiencias: “Yo he aprendido mucho en París, puedo decir que allí me formé definitivamente” sostiene Torres García.

En los primero tiempos de su estancia en París, su pintura acusa una influencia “fauve” en la voluntaria brutalidad de los rostros o las figuras de cuerpo entero, pintadas toscamente como ciertos ídolos de los pueblos salvajes, aunque en la obra de aquella época, además de la seducción del arte negro, se percibe en algunos paisajes y bodegones, una preocupación estructural de innegable filiación cubista.

El círculo de amistades de Torres García en París entre 1928-1929 revela, pues una afinidad en el sentido artístico, con un conjunto de personas que, a pesar de la diversidad de formulaciones y de la multiplicidad de los experimentos estéticos llevados a cabo por cada una de ellas, aprecian lo estructural más que lo aparente, el concepto más que la imagen, lo racional más que lo sensible.

A finales de 1928 Torres García se ha desprendido ya de todo resabio “fauvista” y primitivista y tiene de a la abstracción. Su tendencia a la austeridad formal se acusa en una modalidad estilística que dar mucho juego en su pintura por aquellos años: la disociación de la línea y el color y la producción de un tipo de dibujo muy esquemático.

“La Historia del Arte -dijo Torres García- muestra que todos los pueblos pasan de lo puramente imitativo a lo abstracto. Esa evolución no es fortuita: obedece a la tendencia de la Humanidad a seguir el sentido del Universo, que en todo momento se encamina hacia la Unidad…”

Si la perspectiva constituía para el pintor un impedimento para sugerir, en un solo plano, la noción de la unidad de la diversidad de las formas, también en aquella época constructiva consideró Torres García que los valores, la intensidad de los tonos o lo que se denominas “claroscuro” son elementos accesorios o secundarios respecto a lo esencial, que es el color, de modo que, para no perjudicar la unidad de la composición, aprovecha el sistema del funcionalismo ortogonal o de las cuadrículas, para destruir el colorido, asignando cada color diferenciado a un plano o cuadro distinto.

Del tamaño de éstos dependía, al parecer del artista la intensidad tonal. Las formas y los colores que perciben nuestros sentidos son, pues reelaborados y pasan a ser objeto de una reestructuración. Pero ésta no se hace arbitrariamente. Sometiéndola a una orden -decía Torres García- se puede elevar a la Naturaleza a un plano universal, porque se procura ajustar lo visible a la ley de Unidad que preside el Cosmos. La pretensión del artista era, por tanto, muy ambiciosa. Si, por un tiempo, definió sus pinturas como “Constructivismo” poco después les aplicó la denominación de “Universalismo Constructivo”

” En definitiva se trata de un arte de gran contenido ideológico, ya que aspiraba a dar una visión unitaria del Mundo por medio de una rígida estructura y de un esquematismo formal y colorístico, sin incidir en la abstracción total. Por eso las obras del pintor están llenas de alusiones a la realidad, Torres García incluye en los recuadros de sus composiciones, representaciones de objetos usuales: un reloj, un martillo, un áncora, o bien figuraciones de seres vivientes: un pez, un hombre… Así el contemplador de esta especie de jeroglífico nunca llega a tener la impresión de estar desligado en la realidad perceptible.

Durante sus años parisinos pudo haber sido completamente feliz de no haber sentido de un modo acuciante la preocupación económica. El crack de 1929 y la consecuente crisis económica mundial, lo hacen pensar en trasladarse a España donde acababa de instaurarse la República Española, pensando sobre todo en sus amigos influyentes ahora en el nuevo régimen. Llega a Madrid el 11 de diciembre de 1932.

Período madrileño. Vanos esfuerzos. Transitoriedad.

Pasar en Madrid cerca de un año y medio. Reconoce en su autobiografía como una de las épocas de su vida en que ha sufrido más, no solo desde el punto de vista económico, la prédica de su estética, y su pintura son recibidas con indiferencia. Sin embargo más allá de esas dificultades puede Torres García reencontrar viejos amigos de su etapa catalana y hacer muchos nuevos amigos, hombres ilustres de su tiempo, vanguardia artística de la época como Federico García Lorca que tenía referencias suyas a través de Rafael Barradas, entre otros. Lo que no obtuvo fue el público reconocimiento de su valía. De gran ascendiente entre sus alumnos, logró formar un Grupo de Arte Constructivo. Precisamente cuando su situación económica tendía a mejorar, Torres García resuelve viajar a América, primero piensa en México pero descarta esa tierra por motivos de salud, luego en Montevideo para donde embarca en abril de 1934.

Los últimos años en el Uruguay. Fecunda docencia.

Cuando después de 43 años de ausencia, regresó a los 60 años a Montevideo y se constituyó en un incansable maestro.

En la capital uruguaya dictó más de seiscientas conferencias, pintó con asombrosa vitalidad y llegó a publicar cerca de una decena de libros, debemos recordar que, pese a los motivos sentimentales los contactos de Torres García con su país de origen no habían sido muy intensos. A causa del carácter esporádico de esas relaciones, la información que el artista tenía sobre su país de origen era más bien escasa. Inmediatamente sintió una profunda admiración por Montevideo y sus habitantes. La desilusión vino poco después, cuando Torres se percató de que aquella ciudad de Montevideo que tenía todo el aire de gran metrópoli del siglo XX en lo material, se nutría en cambio, en lo artístico, de las manifestaciones más pobres y anticuadas.

Ante ese contraste Torres García reaccionó con su característico entusiasmo. Publicó multitud de artículos de prensa, pronunció en círculos culturales, aulas universitarias, emisiones radiofónicas una impresionante cantidad de conferencias. Buscó aleccionar a sus compatriotas y mostrarles la diferencia existente entre el arte periclitado y el arte vivo. Multiplicó las exposiciones haciendo presente su arte. A partir de mayo de 1936 edita una revista “Círculo y Cuadrado” casi íntegramente confeccionada por él, segunda época de “Cercle et Carré” fundada en París para el movimiento contructivista. Más tarde en 1944 publica “Removedor” que se define “Revista del Taller Torres García”. En el grupo de sus discípulos figuran entre otros sus dos hijos Augusto y Horacio, Julio, José Gurvich, Francisco Matto, José Cullell y Gonzalo Fonseca. Torres García se siente compenetrado con la tierra que lo vio nacer porque, finalmente, sus compatriotas se han percatado de lo mucho que ha hecho para afinar la sensibilidad colectiva en lo que a la plástica se refiere. Fallece en Montevideo el 8 de

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Maria Veronica Leon

April 5, 2019 By dillon Leave a Comment

MARÍA VERÓNICA LEÓN

UNA JOVEN ARTISTA LATINOAMERICANA EN PARÍS

FERNANDO UREÑA RIB

 

MARÍA VERÓNICA LEÓN

La conocí en Quito. En una cumbre. Corría el año de 1996 y alcancé a ver a María Verónica trepada (y atrapada) en un andamio. Ella trabajaba junto al maestro Oswaldo Guayasamín, en su taller, unos enormes paneles murales que servirían para la Capilla del Hombre. Cuando logró descender me extendió una mano embadurnada de acrílicos que yo apreté gustoso. El viejo zorro la miraba emocionado. María Verónica poseía la chispa de la juventud y esos ojos ávidos, ansiosos, capaces de absorberlo todo.

Luego surcamos las noches de Quito y sus bares secretos. Hubo otros encuentros. Ella fue invitada a exponer en el Museo de Arte Moderno y presentó una enorme y chocante vagina ensangrentada, hecha de no sé qué materiales. Se salvó de la inocente ira de los isleños y se refugió en París.

Allí fui a visitarla. Su buhardilla no había de tener más de cuatro metros cuadrados. De las cortinas del baño colgaban lienzos en proceso de secado. A veces pinta retratos, y ciudades inhóspitas sacudidas volcanes, huracanes y temblores.  Ella se arroja desnuda sobre el suelo y pinta con una pasión desbordada, cautivante, incontenible.

Y es esa pasión lo que distingue, en París y en el mundo, las pinturas de María Verónica León. Porque pinta sin miedo. Con arrojo, sin que nada se interponga entre ella misma y la materia efusiva, que chorrea y se escapa buscando la imagen elusiva, vital y radiante, definitiva, resuelta y libre.

 

 

Fernando Ureña Rib

 

 

MARÍA VERÓNICA LEÓN Y FERNANDO BOTERO

Je suis convaincue que depuis la saturation des manifestations conceptuelles, nous vivons une époque faisant référence à une renaissance ou les activités comme le dessin, la peinture, la sculpture reprennent le rôle “protogétique”. On nous dit aussi, lors des conversations avec des personnalité et auteurs culturels internationaux que l’on observe une dépression caussée par l’épuisement du discours, un “facilisme” évident, surgissant de cette manière de la nécéssité, de revenir au commencement et si possible sauver les concepts: Esthétiques, Ludiques, Magiques

MARÍA VERÓNICA LEÓN

UNA ENTREVISTA RECIENTE…

1) ¿Quién es María Verónica León?

Soy una mujer artista apasionada por el arte y la vida, sensible y activa,
que ama las relaciones humanas y la comunicación. Un ser conciliador que
busca en el mundo expresar libremente su pensamiento y sensibilidad; sin
barreras de idioma e idiosincrasia. Una mujer que concede a la libertad su
poder de acción y creación, y que, sin dejar de reconocer los fundamentos
de la vida y el ser humano, se interesa por la actualidad y el  progreso,
que cree en la renovación, buscando un equilibrio entre lo ideal y lo
material, y que lucha para dar a la mujer ecuatoriana un mejor sitial en el
mundo del arte, con nuestras propias capacidades.

2) ¿Cómo defines tu propuesta artística?
Prefiero no ser yo quien defina mi propuesta artística, la expansión
expresiva seria limitada por una autodefinición. Hoy en dia que las
definiciones artísticas se siguen cociendo en el caldero del mercado del
arte común; me reservo el derecho a la no definición, para no caer en el
modelo típico de hoy. Prefiero hablar de intención, un principio que parte
de una expresión multidisciplinaria que contempla distintas areas como la
pintura, el dibujo, el video arte, el performance y la fotografía digital;
como disciplinas que con la aplicación simultanea dinamizan la expresión
creativa, así como la renuevan. Esta posibilidad de jugar con las técnicas
diversas genera un movimiento saludable para la transmutación de mis ideas.
Acciono con cada una de dichas disciplinas hacia sus alcances y hasta sus
limites. Me reservo el derecho de conservar un carácter humanista en mi
obra a partir del protagonismo que ejerce el ser humano, y en particular la
mujer, que por “justicia histórica” esta haciendo sus mejores
intervenciones en el mundo. La presencia del ser enfatiza el sentido
humanista del arte, y su proyección histórica en el mundo del arte.

3) ¿Cómo logras involucrar al espectador en tu obra?
No me lo propongo. Creo que el hecho de establecer una comunicación
constante con la gente y el mundo; buscando un entendimiento armonioso,
hace que en mi afán de expresar mi sensibilidad haya un oído sensible y una
mirada atenta como respuesta.
Al partir de una autenticidad propia y expresar espontáneamente las
inquietudes del espíritu, un ser humano inteligente y sensible, no puede
restar ajeno a esa intención de comunicación, ese deseo original involucra
de hecho a todos los seres humanos

4) ¿Qué representa lo urbano en tu obra?
Prefiero abstraerme de lo urbano para la representación, eso no es
renovador.
Como mujer de una sociedad contemporánea, soy en cierto grado sinónimo de
ese urbanismo y su alta complejidad. Mi participación en sociedades
desarrolladas y mi adaptación relativamente fácil al desarrollo de sus
ciudades y procesos culturales; me hace considerar lo urbano como un
elemento explotado, reutilizado, y, después de esta saturación, me abstengo
de la representación artística termino, creo que esta implícita, para
concentrarme de mejor manera en el humanismo que hemos perdido, en lo
natural de la expresión, en un nuevo comienzo sin corrupción, en el ser
humano, que sin duda alguna necesita afirmar y conocer sus capacidades
espirituales.

5) ¿Cómo conjugas París, Venecia y Guayaquil en tu vida y en tu obra?
Un delicado triangulo, lleno de magia y posibilidades. El alimento mas
apropiado a mi ávido espíritu de conocimiento, cultura y belleza. El
triangulo necesario para conocer las diferencias y establecer un equilibrio
que favorezca mi expresión como artista. Paris es la visión luminosa con
noción de eternidad, donde el hombre ha expresado bien su alto sentido
artístico. El mito que alimenta las fantasías e ideas de un artista, pero
que se desvanece en su actual complejidad y el desenfrenado apetito de
progreso…Venecia un cuento de hadas, un enorme escenario al aire libre
que hace sentir las capacidades del espíritu humano a través de sus
encantos arquitectónicos, un escenario sin tiempo; donde los oídos vuelven
a la inocencia.
Guayaquil; que como cuna, me recuerda mis raíces latinoamericanas, y que
con gracia y generosidad ha hecho de su gente la mas grata arquitectura
humana; donde se respira aun ternura y humor y que me permite dejar en mi
querido pais semillas curiosas de arte y cultura.

6) ¿Cuáles son tus obsesiones?
Aja, solo te voy a decir que el arte es mi mayor obsesión, el resto lo
dejare a vuestra imaginación…

7) ¿Qué es el arte para María Verónica León?
Es un nombre que se puede conjugar, un nombre bien puesto que se entiende
en diversas lenguas, y que implica la conjunción de las capacidades
espirituales e intelectuales mas desarrolladas del ser humano; a través de
sus facultades sensibles y por que no, especiales, manifestándose de manera
distinta en las diferentes épocas de la historia. La expresión del
pensamiento, el alimento de los pueblos para su crecimiento, que nos lleva
a la comprensión, y la aceptación serena de las diferencias en el mundo, al
entendimiento de los espejos del ser humano. En fin, el arte también es
para mi el nombre ficticio que el hombre le dio a la locura, y que en
algunos casos se llamo genialidad…

8) ¿A quién admiras y por qué?
Admiro sobretodo a grandes lideres espirituales, como Jesucristo,  Gandhi,
Madre Teresa de Calcuta, Dalai Lama, estos espíritus altamente nobles que
hicieron de su vida un ejemplo para la humanidad, que sin pretensiones
entendieron mejor la esencia de la vida, haciendo de la paz una realidad,
que si no se mantiene es por la insensibilidad; la ignorancia y la ambición
humana.
Admiro su resistencia a las tentaciones, que es tan difícil de lograr, y al
poder natural que sin nada supieron expresar a través del amor…

9) ¿Quiénes son los artistas que más te han influenciado?
Mas que influencias, prefiero hablar de maestros, de genios; de escuelas a
las que admirado y son referencias, asi: la pintura clásica española, la
pintura de Flandes y Holanda; la pintura Italiana, el impresionismo
francés, la pintura expresionista alemana, el modernismo en sus mejores
escuelas, el happening y el performance mas que la instalación.
Asi citar a un sinnumero de maestros es demasiado, por lo que citare unos
pocos grandes, como Goya, El Greco, Zurbaran, Velásquez, Van Dyck, Van
Eyck, Roger Van der Wayden, Hieronimus Bosch, Rubens, Rembrandt, Leonardo
Da Vinci, Miguel Angel, Rafael; Boticcelli, y luego…Klimt, Egon Schielle,
Kokoshka, Monet, Manet, Picasso, Chagall, Matisse, Pollock,  Mary Cassat,
Giorgia O keefe, Leonor Fini, Frida Kahlo…despues…Kusama; Pierre et
Gilles, Bill Viola, Marina Abramovich, Mathiew Barney, Cyndy Sherman, Nan
Goldin, The Guerrilla Girls, etc, etc, etc….En fin, tantos buenos y
buenas, de la historia del arte, cuya obra prima antes de cualquier
discurso.

10) ¿Cuáles son tus proyectos inmediatos?
La exposición de mi obra mas reciente en el Museo Galliera de Paris, y
sobre la que estoy trabajando. Este museo es uno de los  museos mas
importantes, con una historia interesante y particular que nace del
generoso mecenazgo de la Duquesa de Galliera en el siglo 19. De hecho estoy
preparando su retrato que integrare a la muestra en noviembre del 2006 y a
la que están invitados. Es la primera vez que una mujer ecuatoriana
participa en la historia del museo.
Luego me dedicare a la promoción de mi obra en los Estados Unidos.

11) ¿Cómo defines tu discurso?
Simplemente por cortesía a tu generosa entrevista, caeré por un instante en
el cliché del bla bla bla del arte contemporáneo. Quiero que mi obra
prescinda del típico discurso; que su fuerza máxima se extienda no solo a
los pretenciosos iluminados o a las elites menores y mayores del mundo del
arte, sino a gente de todo tipo. Entonces diría: Voy  hacia la política del
no discurso, preservando la calidad en la ejecución plástica en sí. Mi obra
guarda un lenguaje multidisciplinario, polivalente, donde la técnica es una
herramienta mas en la representación. De cierta sofisticación estética,
maneja los opuestos o contrarios, entre el estatismo y el movimiento;  la
posibilidad y la imposibilidad; la definición y no definición, busca en la
diversidad y lo ambiguo una fusión de sus elementos creativos; Las
reflexiones producen realidades plásticas de distinta índole, la
superposición o collage de posibilidades, donde el ser humano es el
protagonista y el conductor hacia el principio.
No me interesa ser considerada como artista contemporánea en el modelo
típico de hoy en día, prefiero pensar que soy una mujer contemporánea,
artista sin tiempo, que busca a través de una renovación despojarse de los
lenguajes caducos y explotados, y que prefiere retomar lo natural, lo
mágico y lo  lúdico en los procesos del acto creativo. Si lo que yo llamo
el protagonismo de la literatura del arte contemporáneo o literatura
contemporánea  en si ha tomado dichos alcances artísticos, prefiero
pertenecer a un nuevo despertar que no lo definiré yo misma, pero que sabe
a diferente y autentico…y que a pesar de mis convicciones vagamente lo he
definido ja…

Como te proyectas en los próximos anos…
Me proyecto como una mujer artista, apasionada por el arte y por la vida,
sensible y activa, que ama las relaciones humanas……(volver al
principio, leer  pregunta numero 1…, pero añadir una mujer algo satisfecha
por haber creído en el arte, y en la grandeza de su pequeño país…)

Besos
MARIA VERÓNICA

 

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