LA PINTURA ARDIENTE DE
ROSA TAVAREZ
FERNANDO UREÑA RIB
ROSA TAVAREZ pinta con pasión. Su obra surge de las entrañas de su ser como el desgarramiento de fuerzas vitales que invaden el lienzo y sacuden, por tanto, al espectador.
Muchas imágenes acuden simultáneamente a esos lienzos y permanecen a través de huellas silenciosas cuya presencia solo es perceptible luego de una observación cuidadosa.
Flamígeras imágenes combustionan los lienzos de Rosa Tavares, y no sabemos si esos cuerpos son redimidos o condenados, liberados a la gloria inmarcesible o despojados de esa libertad. Se trata de una pintura combustible, ígnea, cuya lava se derrama desde los epicentros del alma y cubre no solo el lienzo, sino los recónditos intersticios de un universo propio y auténtico en el que se dan cita, simultáneamente, las fuerzas encontradas de la pasión. Por eso no hay altisonancias ni estridencias. El equilibrio de fuerzas, los contrastes luminosos, dan peso a sus pinturas, hechas para discurrir en ellas y adentrarse en los misterios del infinito y del ser.
Sabemos que su pintura es instintiva, incisiva, de gran valentía. Y también sabemos que su pintura emana de un innato sentido de autoridad.
En Rosa Tavares el uso del color es vital y espontáneo, directo, casi irreflexivo y por ende abrasador.
Una fuerza ígnea estremece los cimientos de la estructura, siempre sólida, de la imagen que adquiere innúmeras posibilidades expresivas.
FERNANDO UREÑA RIB