PEDRO PEIX
EN LA NARRATIVA LATINOAMERICANA
FERNANDO UREÑA RIB
La escritura de Pedro Peix se inscribe (con las dificultades y riesgos propios de cualquier clasificación) dentro de lo que ha sido llamado la “nueva narrativa latinoamericana”.
Sin embargo, la diversidad de influencias asimiladas, rumiadas y regurgitadas en las páginas de Pedro Peix, si bien no son mínimas, son cuidadosamente entretejidas y artesonadas en la estructura y el desarrollo de sus obras, como si se tratara del delgado hilo de un recuerdo, o de un sueño donde se mezclan lo plausible y lo inimaginable.
Las obras de Peix, generalmente relatos, poseen lo que podríamos llamar dinámica del asombro. Esa dinámica que es la fuerza secreta tras la narrativa de Pedro Peix, quien subyuga al lector con rebeldías, sutilezas eróticas y los discretos encantos de un intelecto que inyecta e insufla todo lo que toca con una sabia dosis de sensualidad y de ironía.
Sensualidad asumida dentro de una cierta fatalidad inexorable, al borde mismo de un precipicio de locura o de miedo, de militares que aparecen de pronto en busca del guerrillero amante, en iguales y superlativos grados, de su mujer y de su patria.
El fin trágico es con frecuencia un elemento de choque, donde el verdadero protagonista es un destino subversivo que atrapa irremisiblemente a los personajes y no les da respiro hasta que huyen o mueren en una sociedad cruel e injusta. Lo que permanece en la obra de Peix es lo auténtico y rico de sus relatos que tratan con profundidad el tema de las relaciones del hombre solitario en una sociedad moldeada al gusto de unos cuantos.
FERNANDO UREÑA RIB
La nueva novela de Pedro PeixListin Diario/Santo Domingo
Ya está circulando el más reciente libro de Pedro Peix: “El Clan de los Bólidos Pesados”. Se trata de una extensa novela de más de 600 páginas que inaugura un “tour de force”, tanto en el fosilizado canon de la novela dominicana, como en la propia imaginería menguante de la narrativa latinoamericana.
En una relampagueante sucesión de ensamblajes, circunloquios rituales, giros sincopados, estilos y tropos, toda una archiescritura, de feroz piratería semántica y formal, como él mismo llama al dislocamiento de sus procedimientos expresivos, Peix arma su obra con un flujo constante de narraciones, sagas fulgurantes y requisitorias verbales.
El “Clan de los Bólidos Pesados” es una desiderata sórdida, un contrapunto de egos y destinos que se entrelazan en montajes anárquicos, a través de un registro con más de cincuenta personajes subalternos y colaterales. Por encima del aura de una docena de pandillas emblemáticas se construye una ciudad imaginaria, a todo lo largo y ancho de los cinco distritos de Nueva York, que deviene en madriguera de identidad y en edad poética para el terror y la demolición de la noche.
Peix transforma o parodia varias instancias novelescas como a gótica, la policíaca, la pornocrónica, el rollo onírico, autobiográfico y epistolar, entre otros.
“El Clan de los Bólidos Pesados” es un expediente de impetrantes anónimos, antihéroes míticos, próceres del delito, una nueva corte de los milagros del hampa latina, casi todos a la deriva de una impunidad citadina que los obliga a crear una jerarquía de facto, con investiduras, arbitrios y desafueros clandestinos.
Es también un memorial de tránsfugas opulentos y voces colectivas, insólitas y tenebrosas, que van trazando las coordenadas polifónicas de la novela, los cuadrantes de innumerables historias que se van deshaciendo y suplantando en un perpetuo himno de rivalidad entre sicarios y renegados.
Buscando nuevos espacios creadores, otros territorios de inventivas y disidencias, el autor engarza varios collages y foto-montajes narrativos que sirven de “puente de plata” a su estructura, no sólo para sobrellevar el tránsito de multitudes sino para amortiguar la turbulencia de los discursos, y desnudar el propio artificio verbal de la ficción.
Es precisamente en los “foto-montajes” narrativos donde se acuña la dimensión del futuro, y muchas de las incógnitas y alegorías de la novela, todo un material críptico elaborado para la subversión y la irreverencia blasfema de tantos íconos y paradigmas muertos.
Aunque la novela prescinde de argumentos y tramas convencionales, subyacen aisladamente como claves de obscena intensidad en el ámbito de los collages y los diseños gráficos, junto a un progresivo correlato de “ciencia-ficción”, género inexplorado en la novelística nacional.
Tal vez por su montaje tan personal, y su espíritu de innovación insobornable, así como de ruptura radical frente al “coma creador”, el conformismo espantoso, la fabulación desfasada, provinciana, mimética de nuestra narrativa- sin impugnar las reglas del género ni el simulacro de lo real, y aún engolada en la solemnidad de un oficio donde ya hace tiempo el novelista es el hazmerreír de sus demiurgos-, la sociedad dominicana no esté todavía preparada par asimilarla y menos para aceptarla sin encono, indignación y escándalo. “El Clan de los Bólidos Pesados” tendrá que esperar varios años para ser justipreciado en sus aportes, hallazgos y audacias formales.
http://www.facebook.com/l/ed29f25vUKKyKLYq7JnkRdi94_g; www.listin.com.do/ventana/ 2010/10/22/163632/Nueva- novela-de-Pedro-Peix
EL FANTASMA DE LA CALLE EL CONDE
Un lunes por la tarde vieron a un hombre con armadura por la calle ‘El Conde’, con el yelmo cerrado, arrastrando un pesado baúl y espada en mano, y luego lo sintieron subir por las escaleras de un alto edificio y encerrarse de un sólo portazo en su habitación.
Esa noche lo vieron con un traje de novia bajo el brazo, recorriendo la calle de “Las Damas”, tocando puertas y rompiendo cristales, hollando paredes con su mazo de justas, excavando patios y cimientos, derrumbando piedra por piedra cornisas y balcones en busca de la única mujer que lo había amado y que lo había esperado durante 500 años para casarse.
Ya sonámbulo, lo vieron en la madrugada deambulando por el patio de la Fortaleza y subir a la Torre y hurgar en cada celda con una vela temblorosa en la mano y una espada gris en la otra, estocando la noche.
El martes, ya bien entrada la mañana, casi todo el mundo lo vio atravesar el Parque y lanzar improperios frente a la estatua del Almirante Cristóbal Colón, y luego lo oyeron mascullar una blasfemia innombrable cuando contempló su mausoleo en la Catedral.
Atravesaba las calles a grandes zancadas, con una serenidad temeraria, impertérrito a las bocinas de los carros, sordo a los pregones de los venduteros de dólares y de los predicadores bíblicos, desdeñoso de los letreros foráneos y las siglas impersonales que aparecían en las fachadas, completamente ajeno a la multitud que lo seguía a cierta distancia y ahora a lo largo de todo el malecón, oyéndolo despotricar contra los hoteles, los turistas, los carteles políticos y contra las mujeres sin pundonor que encontraba a su paso.
Así, arrojando imprecaciones y esputos, llegó al Castillo de San Jerónimo, y al encontrar solamente sus escombros, empezó a golpear las piedras mohosas con su guantelete, encolerizado al comprobar que otro imperio había tomado la ciudad.
Entonces, desquiciado y fúrico, viendo en lontananza galeones con enseñas desconocidas, y desconsolado porque jamás volvería a encontrar a su novia, invocó el nombre de una morgana hambreada para que le consiguiera un corcel y nuevas armas de honores y torneos.
Sólo tuvo que esperar segundos para verse montado en potro de caballero, y lanza en ristre arremeter contra los altos y desnudos postes de concreto armado que servían de tendido al alumbrado eléctrico, vociferando obcecadamente que esos eran los enemigos de la ciudad.
Después de lancear cuatro o cinco columnas, se derrumbó con un estruendo metálico y polvoriento, cayendo de bruces al asfalto con todo y rocín. Inmediatamente lo rodearon, le quitaron el yelmo y la armadura, pero no encontraron su cuerpo.
No lo pensaron dos veces para ir a su habitación de la calle “El Conde #15”. Forzaron la puerta de su domicilio aparente, y vieron sobre una mesa de caoba sus borrosas credenciales: Generoso Balmoral, contrabandista de rocíos en tierras de ultramar. Al lado de varios planos y cartografías, encontraron y leyeron las cartas de amor que se había intercambiado con su novia a lo largo de cinco siglos. En la primera, fechada en 1498, ella le exponía la codicia y los desafueros de los colonizadores, y en la última, fechada en 1987, le confiaba el acoso sórdido que seguía manteniéndole el imbatible Caballero de La Moneda.
Fue debajo de la mesa que encontraron el pesado baúl. Sólo después de una hora, arrancando cadenas y desportillando cerrojos, lograron levantar la tapa y hallaron en el fondo, una isla recién cortada y de engendrada pureza, fragante de silbos. Pensaron que ese era el regalo nupcial que traía el hombre de la armadura. Pero, decepcionado al no encontrar vellocinos ni joyas ni talegos, decidieron arrojar el baúl al mar.
De repente, antes de dar media vuelta, escucharon la voz de la novia que parecía venir de su osario de musgo: “Ahora estoy cubierta por los despojos de una estirpe indeseable, sepultada por los héroes de la usura, conjurada en mis idilios por los cofres negros del poder, tiranizada en mis sueños por haber trasegado a mi pecho la púrpura armada de aquella foresta aladina que no pudo pulir sus venablos, aún embebida de la dote de mis banderas y corales, ya baldada de tantas gestas, desahuciada en mis limos profundos”.
Nadie volvió a ver jamás al hombre de la armadura. Pero todos comprendieron que ella, su novia, era la ciudad.PEDRO PEIX
PEDRO PEIX
Nació en Santo Domingo el 20 de marzo de 1952. Narrador, ensayista y abogado. Hijo de Pedro Fernández Peix y María Isabel Pellerano. Licen-ciado en Derecho por la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña (1976). En 1982 se desempeñó como director inter-ino de la Biblioteca Na-cional y, posteriormente, como sub-director de cultura de la Secretaría de Estado de Educación. Fue columnis-ta del periódico Listín Diario. Ha re-cibido varios galardones en el con-curso de cuentos de Casa de Teatro, entre ellos: segundo lugar con “La despedida” (1977), mención de ho-nor con “Responso para un cadáver sin flores” (1978), segundo lugar con “Los hitos” (1979) y el primer lugar con “La quimera de la muerte” en 1992. También obtuvo el Premio Na-cional de Cuentos en 1977, con el li-bro Las locas de la Plaza de los al-mendros.BIBLIOGRAFIA ACTIVA
CUENTO. Las locas de la Plaza de los Almendros. Santo Domingo: Edi-tora Profesional, 1978. Pormenores de una servidumbre. Santo Domingo: s. n., 1985.
NOVELA. El placer está en el último piso. Santo Domingo: Editora Cultural Dominicana, 1974. La noche de los buzones blancos. Santo Domingo: Editora Alfa y Omega, 1980. Los despojos del cóndor. Santo Domingo: Editora Taller, 1985. El brigadier o la fábula del lobo y el sargento. Santo Domingo: s. n., 1981. El parnaso de la memoria. Santo Domingo: Editorial CENAPEC, 1985.
ANTOLOGÍA. La narrativa yugulada. Santo Domingo: Editora Alfa y Omega, 1981, El síndrome de Penélope en la poesía dominicana. Santo Domingo: Editorial Santo Domingo, 1986. [En colaboración con Tony Raful]