RAMÓN OVIEDO
Y LAS HUELLAS DEL FUTURO
ARMANDO ÁLVAREZ BRAVO
Crítico de Arte/El Nuevo Herald
En 1982, el crítico de arte y museólogo cubano José Gómez Sicre, una de las figuras claves para el reconocimiento internacional y el actual protagonismo del arte latinoamericano, afirmó que el pintor dominicano Ramón Oviedo era uno de los grandes maestros de ese arte.
Dos décadas y dos años después de su formulación, el juicio de Gómez Sicre mantiene su plena vigencia. Nadie puede discutir ese protagonismo al creador incesante cuya producción fue reconocida por el maestro Rufino Tamayo. El rango que ostenta Oviedo en nuestra plástica es producto de varios factores, constante de su quehacer.
Esos valores son su imaginación, su oficio, su profundo apego a la aventura humana en todas sus dimensiones y su increíble capacidad de renovación. Su capacidad de prodigar imágenes renovadas y renovadoras que desarrolla y plasma con la soltura y seguridad de los artífices más consumados.
La prueba más convincente de esa insólita y excelente movilidad la tendremos si comparamos la regia exposición Persistencia evolutiva de la forma en la materia, que presentó en 1998, en Virginia Miller Galleries, de Coral Gables, y su nueva muestra en la misma galería, Huellas del futuro.
Caracterizaba la primera exposición el latido de la representación arquetípica de la conciencia social del pintor; su capacidad para, manejando formas no objetivas, poder aludir muy directamente a la realidad inmediata; y, finalmente, la imaginación. Todo lo que determinaba la fusión de misterio y evidencia.
En Huellas del futuro persisten, por supuesto, las magias con las que Oviedo funde misterio y evidencia. Pero esa magias pasan por la enorme naturalidad de cambio de la imagen que singulariza aOviedo. Métodos, técnicas y lenguaje se hacen otros desde su raíz para declarar algo nuevo, algo más que es esencial trasmitir al creador.
Entre las transformaciones de estos lienzos espectaculares, vemos que Oviedo tiende más a aplicar la pintura que a ir fijando capas de color que luego raspará en función de una transparencia en la que siempre hay una vibración erótica.
De esta suerte, los cuadros del pintor se convierten en verdaderas sinfonías cromáticas en que las formas se materializan con insólita fuerza. Pero siempre, siempre, subordinadas a un color aplicado con suprema sabiduría y dominio de los matices. Es decir, el dominio que sólo alcanzan los maestros. Un dominio que da a la pintura de Oviedo esa profundidad singular en que todo parece proyectarse o hundirse infinitamente.
En sus piezas, que proclaman el gusto final por la pintura, laten como fuerzas determinantes varias preocupaciones y convicciones de un artista muy abierto y volcado al mundo. La más esencial, desde la propia humanidad del creador: la inquietud por conocer la verdad.
“La preocupación por saber quiénes somos”, dice el pintor, “la razón de estar acá y todo el misterio que nadie ha podido descifrar, ni en cuanto a la partida, ni la llegada, ni en cuanto a la estadía, es una preocupación desde mis inicios en el arte de la plástica como profesional”.
“No soy un hombre de fe religiosa, sino un hombre que enfoca la vida desde el punto de vista científico y lógico, y lo que creo es que hay una energía que lo mueve todo y desde ahí surge la vida”, agregaOviedo. “Se nace y se muere, y ahí es donde entra el misterio, en la llegada y la partida. Por eso no sabemos de dónde venimos ni a dónde vamos, sólo creemos saber que estamos, y esto de manera individual. Esto está planteado en mi obra”.
En ese afán de conocimiento hallamos la disponibilidad al cambio que es privativa del artista. Así, dando cuenta del avance de su propia andadura y perfilando la identidad de Huellas del futuro, Oviedoafirma: “Hay mucha coherencia entre la producción anterior y ésta, lo que ha variado es el diseño de la obra. Ya no incluye una forma única gráficamente, ahora hay una serie de elementos en la superficie del cuadro, pero siempre en la misma dirección”.
Siempre ha tenido un protagonismo de primer rango el color en la producción de Oviedo. Lo maneja regiamente, pero en esta colección ese color tiene nuevas resonancias. Estas van desde su aplicación, un cambio que ya hemos apuntado, hasta el significado que le otorga el artista.
De esta suerte, el color es lo que es y es otra cosa que cada cual puede interpretar a su manera y queOviedo usa desde la suya para comunicarse. Dice el artista: “Nosotros le llamamos al color azul, azul, pero eso es una forma convencional de ponerle un nombre a esa tonalidad. Yo profundizo mucho más. No estoy lejos de decir cosas que son ciertas, que sean lógicas, que no caigan en el disparate”.
Si misterio y evidencia emanan de estas soberbias piezas, no podemos dejar de admirar en ellas esa fijeza en movimiento que sabe captar Oviedo. Es quizás la combinación de esos cuatro factores lo que otorga a estos cuadros ese más que los caracteriza. Un más en que la preocupación social del artista ha ido decantándose para llegar a estas cimas de limpidez de imagen.
En estas Huellas del futuro el creador no idealiza ese futuro, como se evidencia en Forma voraz, pieza de gran formato dominada por los rojos. La intensidad de los blancos, su voracidad, justifican una preocupación por ese mañana que avanza incontenible. Pero, si bien voraces, esas formas se cumplen en la belleza de la obra. Quizás, con la misma libertad que Oviedo la ha realizado, podemos imaginar que en ese futuro existe la posibilidad de poner fin a esas formas. Y es la belleza de que ya dan fe estos cuadros.
`Huellas del futuro’, de Ramón Oviedo, puede visitarse hasta el 31 de marzo, en Virginia Miller Galleries, 169 Madeira Avenue, Coral Gables. Horario: lunes a viernes, de 11 a.m. a 6 p.m. El 3 de marzo, de 7 a 10 p.m., se efectuará una segunda recepción de apertura.
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