LA VISIÓN ATORMENTADA DE
JOSÉ RAMÍREZ CONDE
FERNANDO UREÑA RIB
No era raro encontrarse con él vestido siempre de negro, caminando de manera lenta y sombría por los alrededores de la Calle del Conde, en la ciudad colonial de Santo Domingo. Su conversación era audaz, fatigada por el alcohol y un humor acre, irónico, que castigaba cualquier insensatez con una frase corta y mordaz. Pero su inteligencia no se manifestaba solo en una conversación culta, desenfadada y plena de reflexiones filosóficas sobre el arte y la vida. También salía a relucir en sus pinturas que daban cuenta, a la manera de Nietszche, de la futilidad de la vida y de lo inútil que resultaba luchar contra un mundo mal hecho e injusto.
Ese lado oscuro de la vida también era digno de ser contemplado y José Ramírez Conde lo llevaba al lienzo o al mural con determinación y fuerza. Las líneas son duras, entrecortadas y su manejo de la anatomía nos recuerda, de algún modo, la de los muralistas mexicanos y la de ciertas épocas de Darío Suro y de Jaime Colson, quienes fueron, de alguna manera, sus maestros. Madres desoladas por la muerte de sus hijos, esclavos de la guerra, expatriados, el hombre degradado por los abusos del poder, son algunos de los temas que descansan en estos trabajos
FERNANDO UREÑA RIB
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