LOS PLACERES DE LA MEMORIA
JOSÉ RAFAEL LANTIGUA
PEDRO ANTONIO VALDEZ
MEMORIA ÓRFICA. PINTURA AL ÓLEO DE FERNANDO UREÑA RIB
Hay un sabor de victoria en cada estación de lágrimas
José Rafael Lantigua
En esencia, la memoria es un espacio de intimidad. El recuerdo, a diferencia del pensamiento, no supone una expresión externa. La evocación del pasado no nos obliga a actuar. El recuerdo puede valer por sí mismo, no por otra razón se afirma que recordar es vivir, y asume un tono especial cuando lo consideramos simple abstracción estética, imagen que reposa como un último trago de vino en el fondo de la copa. En esta ocasión hablo de “recordar”, no de “acordarse”: a diferencia de la primera acción, el que “se acuerda” está convirtiendo la memoria en presente, con el objeto de perfeccionar una actitud concreta.
Pero recordar lo vívido, y nada más, es quizás la acción más adecuada sobre el contenido de la memoria. ¿Pero qué sucede cuando el ayer es aprehendido a través del poema? Si alguna sabiduría tiene el poeta, habría que pensar con seriedad a qué se debe que innumerables versos se contruyan a partir de los reflejos del pasado. ¿Es el poema una acción válida para representar la reminiscencia? ¿Es idóneo el verso para exponer aquello que pertenece a la intimidad de la memoria? Debe serlo. Muchos poetas han estado de acuerdo con la idea de que la poesía es inoperante, o sea que no conlleva una acción más allá del placer estético. Asumiendo este punto de vista, entonces resulta que recordar es sinónimo de poetizar. Estamos ante dos expresiones igualmente íntimas, ambas sin interés de transformar fuera del espacio íntimo del ser humano.
En Los júbilos íntimos, poemario reciente de José Rafael Lantigua, encontramos este delicado equilibrio entre recordar y poetizar. Durante seis segmentos que se distribuyen a lo largo del libro, se entra a la memoria del escritor. Se trata de un texto íntimamente biográfico, no porque en sus páginas haya datos, citas, informaciones concretas (que nada de eso hay), sino porque el autor nos muestra en sus versos una radiografía sensible de su pasar por el tiempo. Ver en un libro lo que ha sentido un hombre, más que lo que ha hecho, es la mejor forma de conocerlo.
La palabra del recuerdo
José Rafael Lantigua retorna con este libro a sus raíces poéticas. Después de haber publicado una biografía sobre el poeta Domingo Moreno Jimenes en 1976, que fue su primer libro, y seis años después Sobre un tiempo de esperanzas, donde reunía sus versos de la adolescencia, este escritor se dedicó al trabajo de la prosa.
Su labor en el suplemento Biblioteca, lo movió durante veinte años a escribir artículos de índole literaria y de cultura general. No es extraño que durante ese período sus libros fueran de ensayos y entrevistas. La conjura del tiempo (1994), El oficio de la palabra, entrevistas literarias (1995) y Semblanzas del corazón, memorias y nostalgias (2001), son tres ejemplos de su dedicación a la prosa.
En su reciente poemario, el autor retorna a su origen creativo. Y lo hace volcando en el decir poético todo el mobiliario de la memoria. Los júbilos íntimos abren y cierran con una declaración estética, una especie de ars poetica en dos partes: en la primera, el autor anuncia que hará de la memoria su temario sensible; en la última, declara su noción de la palabra como instrumento sensitivo.
Fiel a estas declaraciones, Lantigua en todo instante desplazará al lector por decantados paisajes del recuerdo, siempre a través de una palabra limpia, libre de rebuscamientos, dispuesta a empaparse de la reminiscencia y a encadenarse en estructuras de lenguaje que encarcelen, con puertas abiertas, las imágenes del pensamiento.EL AJUAR DE LA MEMORIA
La niñez, el barrio de la infancia, las vivencias familiares, el amor que palpita desde las tardes diluidas y los muertos que han ido abandonando el camino, son evocados a través de los treinta poemas que componen el libro. La estrategia de lenguaje y el eje temático se entrelazan de forma coherente, de manera que en ningún momento el lector queda a su suerte en medio de las páginas.
Muy a menudo surge, sin embargo, un poema que se perfila por encima de los anteriores, y allí el poeta eleva más aún la experiencia estética. El lector será capaz de detectar por sí mismo tales poemas cuando transite por títulos como La paciencia quebrada, Los tiempos fugaces, Los candiles (éste inicia: Sobre tres candiles/ Una espuma de viento sacude la/ sombra veloz que atrae pájaros cautivos), La partida, Ciudad II, Interrogación III, donde el escritor condensa el instrumento creativo.
En algunos momentos, la reminiscencia es captada a partir de relaciones de pensamiento, más que de evocación mediata de hechos pasados. Estos poemas de carácter reflexivo los encontraremos en las tres trilogías: Trilogía de los días, donde se poetiza a partir de cierta clase de día que ha marcado la memoria; Trilogía de los tiempos, en la que se reflexiona la temporalidad consumida, y Trilogía de las interrogaciones, donde la pregunta es el motivo para rastrear respuestas a la existencia venida de ayer y convocada por el hoy. En estas secciones se alcanza, con mayor nivel de abstracción, la filosofía sobre el tiempo y el ser que navega en el remolino de sus manecillas.Los júbilos íntimos, reunidos en una hermosa y cuidada edición, nos convocan a un viaje por la poesía. Es un libro bueno para leerlo de tardecita, o al anochecer cuando los demás se han recogido.
PEDRO ANTONIO VALDÉZ
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