EL PODER DE LA TERNURA EN
GASPAR MARIO CRUZ
FERNANDO UREÑA RIB
Al alba empieza la faena. La siniestra de Gaspar Mario Cruz empuña la gubia o el formón y la diestra el mazo poderoso. El tronco, previamente curado con paciencia, va siendo decantado. Se le entrega, desnudo de cortezas, como materia abierta a posibilidades múltiples. Golpe a golpe, fibra a fibra, Mario discute con los nudos, ahuyenta las impurezas. No hay prisas. El grano surge apretado, la masa firme, la materia dúctil. La figura asoma sus perfiles, tímida y confiada. Ahora el escultor es un testigo de la gradual transformación de los volúmenes y éstos le van atrapando poco a poco en un diálogo que le endulza los ojos. La madera cede sus secretos a la mano certera.
Ni la mano ni la imaginación se detienen hasta no despedir las últimas luces de la tarde. Afuera se escuchan los murmullos, pero nadie ha osado irrumpir. La imaginación es en Mario Cruz un refugio, un ejercicio cotidiano, urgente, solitario. La imaginación está en la palma de su mano, brota de la yema de sus dedos, del borde afilado del cincel. Es posible tocarla. Las imágenes se agolpan, se suceden, se traslapan, juegan, se encaraman las unas sobre las otras. La limpieza ( la pureza) no está solo en cada rostro que se alza e implora, ni en cada pliegue que se desdobla y se convierte en ala o en canción; está en esa alma capaz de alcanzarla.
Mario, el niño, imagina y recuerda. El nos cuenta su vida con las manos. Cincuenta años, formón en mano. La Escuela de Bellas Artes tres veces por semana, al filo ardiente de la una. Las áridas batallas del Colegio de Artistas. Hoy sus alumnos todos están aquí, respetuosos. Algunos son ya maestros. Son muchas las historias. Son muchos los años, las pasiones. Todos esperamos ansiosos el final de los interminables discursos para darle un abrazo.
Al otro lado del patio y frente a su taller se levantaron ayer los muros del olvido. Pero Mario ignora el olvido, ignora la indiferencia, el despiadado trajín urbano. El trabaja y recuerda. Sus años primeros. No. Mario no ha perdido la infancia. O mejor, la frescura de la infancia. El jolgorio de niños, el aro, la rayuela, la garata con puño. Atrapa su memoria un pasado que pulula todavía y con sabia madurez lo moldea, lo lima, lo pule, lo bruñe, le saca brillos insospechados. La acerada pátina se convierte en epidermis corpórea, cálida, pero subsiste una espiritualidad sensual y el recuerdo es ahora no solo tangible, sino entrañable.
Mario se ha ido muy lejos. Su mente discurre entre álamos y laureles, en frondosos parajes virginales. Allá ha creado dioses o los ha hallado. Le esperaban, quizás. Sus imágenes, se diría, pertenecen a algún templo ignoto. También ha rescatado reyes, amos y súbditos de una mitología particular, de una cierta demiurgia. Pero no son los otros a quienes Mario plasma. No es el mundo de allá afuera. El ha creado un paraíso que le comprende. Es su universo íntimo y ceremonial. Su escultura es auténtica, única, poderosa. Es su mas hondo y exacto reflejo. A tal punto que no sabemos ya si son estos dioses bondadosos quienes han creado a Gaspar Mario Cruz o si es al revés. Es la magia del arte, es el portentoso reino de la imaginación.
Jeannete Miller, en un extenso y bien ponderado ensayo sobre la obra de Gaspar Mario Cruz, sugiere con razón que ésta nos recuerda el espíritu sinuoso de la escultura barroca. Pero es posible ir más allá. Las esculturas de Gaspar Mario Cruztambién se acercan lejanamente ( esto es, una cercanía que excluye la contigüidad) a los conjuntos de la escultura gupta y postgupta de la India y que corresponden cronológicamente, en el arte occidental, al período gótico. Este acercamiento no es puramente formal (las curvas se enlazan y desenlazan vertiginosamente) sino espiritual. Surge de la manera en que los cuerpos se tocan y de lo sagrado y ritual de ese contacto. A través de la bruñida piel de cada una de sus piezas aflora inviolable la ternura.
Gaspar Mario Cruz llama “Familias” a esos grupos silentes. Y en efecto, los cuerpos pulsantes se integran o aproximan con latente vitalidad aunque sin violencia, sin desmesura. Se abrazan mansa y ceremonialmente, se entretejen, se unen sin poseerse, como si esa unión ocurriera después o mas allá del amor. No hay excesos, no hay sexo, tan solo su veneración trascendente.
Si nos empeñáramos en hallar una palabra capaz de describir el espíritu que habita detrás de la formidable muestra de esculturas que la Galería Ultimo Arte presenta en homenaje a los cincuenta años de labor artística del dominicano Gaspar Mario Cruz, esa palabra tendría que ser AMOR. Esta es una obra de amor y de dedicación absoluta. Mario Cruz es un ejemplo viviente de tenacidad, de paciencia y valentía frente a un medio apático e incomprensivo. Pero él nunca ha dejado de atrapar sus sueños. Y sobre todo, a los cincuenta años de labor, Gaspar Mario Cruz es para nosotros un incomparable ejemplo de maestría.
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