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Eduardo Ramirez Villamizar

April 5, 2019 By dillon Leave a Comment

SÍNTESIS Y ENCANTO EN LA ESCULTURA DE

EDUARDO RAMÍREZ VILLAMIZAR

FERNANDO UREÑA RIB

 

EDUARDO RAMÍREZ VILLAMIZAR  (1923)  es  uno de los escultores colombianos mas influyentes de nuestros tiempos. 

Tratar su trabajo de “geométrico” es simplemente quedarnos extasiados en el deleitable mundo de superficies, planos de metal y líneas que el artista entreteje como laberintos visuales, como caleidoscopios en los que  la luz y el tacto exploran silenciosamente  mundos opuestos, fuerzas vectoriales antagónicas y sugerentes superposiciones que hacen que nos acerquemos y miremos más de una vez el intrincado oficio visual y táctil del escultor y pintor colombiano.

La eternidad, o la atemporalidad del arte se manifiesta ostensiblemente  en las esculturas de Ramírez Villamizar.  El tiempo (contenido en la aparentemente inamovible composición molecular de la materia tratada) es ahora visión, prospección, futuro. La magia del escultor consiste en tejer una madeja de trayectos reconocibles y al mismo tiempo ignotos, como laberintos táctiles por donde discurre la imaginación y se pierde….

Esta trascendencia y superación del tiempo y la materia son posibles, porque en Ramírez Villamizar conviven lo mismo el viejo Canaletto, de la Venecia encrucijada, como el Jesús Soto de la América lúdica y salvaje. La tradición encuentra nuevos vericuetos, pasadizos, canales y el destino final es el asombro.

Pero el asunto traspasa esas lindes y se adentra en las complejidades del espíritu humano. Eduardo Ramírez Villamizar eleva la materia a su potencial más alto y multiplica, con admirable plasticidad, las posibilidades visuales de la imagen escultórica. Se trata, sin lugar a dudas, de alegorías que nos refieren al entorno urbano, con impresionante economía de recursos plásticos y con una eficiencia raras veces hallada en la profusa parafernalia, del arte contemporáneo. 

FERNANDO UREÑA RIB


Poesía racionalizada

POR FÉLIX ÁNGEL

Eduardo Ramírez Villamizar,  continúa ocupando junto con Edgar Negret el lugar más privilegiado de la escultura colombiana. Sus comienzos, sin embargo, no se realizaron dentro de la escultura, sino dentro de la pintura, de orientación geométrica, como lo ilustra la obra Amarillo-Rojo-Negro, óleo sobre lienzo de 1954 que se incluye en la exposición. La pintura sería la que llevaría al artista paulatinamente a pasar del espacio virtual al espacio tridimensional. La coherencia y consistencia de dicho proceso, en todas sus etapas, le confieren a la obra de este artista una solidez poco frecuente dentro de la mayoría de los escultores de éxito pertenecientes a la segunda mitad del siglo XX.

Nacido en la ciudad de Pamplona, en 1923, Ramírez Villamizar parecía estar destinado a la arquitectura, carrera que inició en 1940 en la Universidad Nacional, en Santafé de Bogotá. Después de algunos semestres, el artista eligió el camino de las Bellas Artes y, como ya se ha indicado, comenzó a participar con regularidad en la actividad artística de la capital de Colombia.

El inicio de la década, un momento importante para su desarrollo, lo representa el viaje a Francia efectuado en 1950. Allí permanece hasta 1952. Tienen lugar continuos viajes a Nueva York, París, Madrid y Roma, a veces con motivo de presentaciones, hasta que en 1957 acepta dictar clases en la Escuela de Bellas Artes de Bogotá. En este mismo año aparecen los primeros relieves, usualmente blancos, algunos de ellos con reminiscencias de la obra de Anthnoy Caro, pero también con una marcada orientación arquitectónica espacial. En general la obra de Ramírez Villamizar exuda un carácter arquitectónico inconfundible, como lo indica la pieza Arquitectura Vertical Inclinada, realizada en 1995 y aquí presente.

Le han sido concedidas varias distinciones, entre ellas, el premio Guggenheim por Colombia en 1958, y al año siguiente el primer premio de pintura en el XII Salón de Artistas Colombianos. En el mismo año, Ramírez Villamizar representa a Colombia en la V Bienal de São Paulo junto con otros artistas entre los cuales se incluyen Obregón y Wiedemann, y en la exposición “South American Art Today” del Museo de Dallas, en compañía de Alejandro Obregón, Grau y Negret, además de Fernando Botero quien, nueve años más joven que Ramírez Villamizar, es otra estrella ascendente en el panorama del arte colombiano del momento.

Pero indudablemente el hecho más importante en la carrera de Ramírez Villamizar lo representa su ingreso a la escultura, refrendado en 1958 por la comisión de un mural para el Banco de Bogotá. En su solución, el artista realizó una ingeniosa y sensible combinación entre elementos de estructura geométrica con marcada impronta precolombina diseñados por él mismo, y la magnificencia espacial y textural de los altares barrocos propios de la arquitectura colonial hispano-colombiana. La obra fue construida en madera, recubierta con hoja de oro. El resultado fue un relieve espectacular que, gracias al talento innovador de Ramírez Villamizar, permitía observar la contraposición de elementos del pasado artístico colombiano con un lenguaje totalmente contemporáneo.

Desde los años sesenta y todavía, Negret y Ramírez Villamizar lideran sin oposición la escena artística de Colombia en lo que se refiere a la escultura. Negret recibió en 1963 el premio de escultura en el XV Salón Nacional de Artistas, y en 1966, el mismo premio fue concedido a Ramírez Villamizar en el XVII Salón. Como Obregón antes que él, Villamizar representó en 1969 a Colombia en la X Bienal de São Paulo con una sala entera, y allí recibió el segundo premio de escultura concedido en la sección internacional.

Durante la segunda mitad de la década del sesenta y parte de la del setenta, la asociación de Ramírez Villamizar con el movimiento escultórico internacional emplazado en Nueva York fue constante, exponiendo en galerías comerciales, en museos como el de Arte Moderno y el Guggenheim, y recibiendo comisiones monumentales de corporaciones privadas e instituciones públicas. El artista ensayó nuevos materiales aunque en los últimos años su predilecto ha sido el hierro. De este período son Relieve Vertical y Relieve Horizontal, acrílicos de 1967.

Ocasión especial en la carrera de Ramírez Villamizar fue la colocación en los jardines exteriores del Kennedy Center, en Washington, D.C., de la obra From Colombia to John F. Kennedy, regalo de Colombia a dicho centro de las artes, donde aún se encuentra colocada sobre el costado este. Dos piezas más fueron emplazadas ese año en el Fort Tryon Park y la Beach High School de Nueva York.

Para el comienzo de los años setenta, una nueva generación posterior a la de estos cuatro maestros se encontraba emplazada dentro del arte colombiano con firmeza propia. Algunas figuras comenzaban asimismo a tener relevancia internacional, como por ejemplo el pintor y dibujante bogotano Luis Caballero.

Puede aseverarse sin ligereza que dicha generación, como las que surgieron posteriormente, no habrían podido afianzarse sin la existencia de quienes son sujetos de esta muestra, disfrutar del clima de libertad artística que existe hoy, entre otros medios, en la enzeñanza impartida en las instituciones artísticas colombianas, o gozar del favor de diferentes sectores del público cuya modificación del gusto está estrechamente ligada a la obra pionera de estos cuatro artistas. Asimismo, el éxito de algunos, como profesionales, no habría sido tan permanente si el camino que desbrozaron Alejandro Obregón, Enrique Grau, Edgar Negret y Eduardo Ramírez Villamizar no hubiera quedado lo suficientemente despejado para que quienes les seguían pudiesen marchar sin mayores obstáculos.

A pesar de la disimilitud de los trabajos y objetivos de los cuatro artistas aquí considerados, ya se ha visto que no fue difícil para ellos figurar conjuntamente en numerosas exposiciones, especialmente a nivel internacional. Inclusive en Washington D.C., cuando durante los años cincuenta la ciudad no contaba con el aire cosmopolita que al menos superficialmente parece que impera en ella hoy día, era más frecuente que tuviesen lugar exposiciones de arte contemporáneo de cierta significación para el medio local. Tanto es así que, además del programa sistemático de exposiciones de la Organización de los Estados Americanos, instituciones como el Museo Corcoran, con la asesoría obviamente de aquella, presentaron asimismo a Negret, Obregón y Ramírez Villamizar en la muestra “From Latin America”. El año fue 1957.

Sus obras representan realmente puntos de partida hacia otros ámbitos del arte, que hicieron posible en gran parte la diversificación y vitalidad que a pesar de muchos problemas en otros frentes mantiene el arte colombiano.

Por ello Edgar Negret es Negret sea que se inspire en una kachina de Norteamérica o en un diseño Inca; Villamizar lo es cuando deriva su lenguaje de un Caracol precolombino Tairona, o una muralla en Machu Pichu. Y un cóndor, un toro, una barracuda, y aun el retrato de su hijo Mateo en El Pequeño Guerrero de Obregón, se entenderá siempre como pintura y al mismo tiempo repertorio cultural, en Colombia y fuera de ella. Junto con el humor extraño de Enrique Grau y la exquisita factura técnica de sus mejores telas, la obra de estos cuatro creadores se encuentra ya como parte de la historia artística de Colombia, pero también tiene su lugar en la historia de las artes del hemisferio.

Esta recurrencia en aparecer reunidos fue desapareciendo paulatinamente con los años a medida que cada uno evolucionaba y adquirían mayor personalidad sus trabajos. Debido a ello, el tenerlos juntos de nuevo en esta exposición (la última tuvo lugar en 1985, en el Museo de Arte Moderno de América Latina, de la OEA) convierte la ocasión en un momento particular para el Centro Cultural de Banco Interamericano de Desarrollo. Es especial también para Colombia, cuyas artes, en todos los frentes, son las que continúan mostrando a nivel internacional la verdadera sensibilidad de su pueblo.

Félix Ángel
Curador

FICHA DEL MUSEO

 

EDUARDO RAMÍREZ VILLAMIZAR

 


Por: Aída Martínez Carreño

En el arte colombiano del siglo XX la escultura ha logrado retomar el lugar que perdió desde la conquista española. Hay suficientes ejemplos del alto nivel alcanzado por la activadad escultórica en nuestras culturas primitivas: las grandes figuras líticas de San Agustín, las rotundas cerámicas funerarias Calima o Tayrona, las detalladas representaciones antropomorfas de Tumaco, los refinadísimos objetos tridimensionales Quimbaya o las balsas Muiscas que reproducen realísticamente prácticas ceremoniales, demuestran su evolución formal y técnica. No obstante ese desarrollo anterior, nada pudo aportar el mundo precolombino a la imaginería religiosa colonial de los siglos XVI al XVIII, como nada añadieron los escultores colombianos del siglo pasado a un arte surgido del neoclacisimo y ya trasnochado en la academia europea cuando llegó aquí para realizar cabezas, bustos, estatuas o alegorías en honor de próceres y prohombres de la República. Pese a todo, de ese fondo oscuro emerge en la presente centuria un trabajo escultórico nuevo y osado, vinculado a las avanzadas de la cultura internacional, que va a elevar el nivel del arte colombiano. Eduardo Ramírez Villamizar es uno de los comprometidos en ese cambio.

Su aproximación a la escultura tuvo un proceso gradual, lógico, articulado, como lo serán las sucesivas etapas de su carrera creativa; estudiante de arquitectura (1940-44) y bellas artes (1944-45) en la Universidad Nacional de Bogotá, obtuvo con un retrato el segundo premio del Salón de Artistas Colombianos en 1946, pese a lo cual se alejó de la pintura figurativa para ir hacia la abstracción; más tarde se desprenderá del material pictórico para adentrarse en la geometría y el espacio. El crítico Germán Rubiano Caballero afirma: “La pintura abstracta del artista es el preámbulo casi necesario de su gran obra de escultor […] algunos cuadros anticipan claramente sus primeros relieves e incluso las formas y los espacios tridimensionales de sus esculturas libres”. En 1958, con la construcción de relieves en madera donde se combinan y entrelazan formas geométricas, Ramírez Villamizar se inició formalmente como escultor.

Luego de una importante etapa de trabajo, enseñanza y exposiciones durante la década del sesenta en los Estados Unidos y de su retorno a Bogotá en 1974, ha sido una de las figuras más destacadas y activas del arte nacional. Artista independiente, disciplinado, regulado por un ritmo de trabajo severo que alterna con la vida campestre, ha conseguido, pese a la aparente frialdad de la lámina de hierro, materia prima de su trabajo, un rico y variado lenguaje apto para expresar las diversas aventuras de su sensibilidad. A partir del rigor de sus construcciones iniciales, netamente geométricas, las láminas metálicas se ondulan en Río de Janeiro y más tarde se ordenan armónicamente en un homenaje a la arquitectura incaica de Machu-Picchu; luego se van a transformar en torres y catedrales de hierro oxidado que invitan a elevar el alma hacia el cielo. Su ambición de moldear el espacio como materia prima de la escultura se concretará en los Caracoles, piezas de intrincado origen zoomorfo, cerca de las cuales surgen sin turbulencias las Naves espaciales, que marcan sin rupturas dramáticas distintas etapas de inspiración y creación. Constante congruente y significativa, porque enlaza dos brillantes períodos del arte escultórico colombiano, en su referencia al mundo precolombino del cual se nutre y a la vez transforma mediante la geometría, como se aprecia en Cóndor (1997) o Balsa ceremonial en Guatavita (1998).

En su taller, instalado en un apacible rincón de la Sabana, diseña y elabora en pequeña escala las obras que más tarde, con instrucciones precisas y supervisión cuidadosa, se van a construir en grandes talleres metalmecánicos. Sueña con imponentes obras de escultura-arquitectura que puedan albergar al transeunte, acoger al hombre, dimensionar su estatura; una de sus ambiciones de artista, conectar la obra con la mirada del público, lo ha llevado a trabajar en proyectos destinados a grandes espacios abiertos: hay esculturas suyas en sitios destacados de Nueva York, Washington, Caracas, Cuba, Brasil. Ganador en dos oportunidades del primer premio en el Salón de Artistas Colombianos –en 1959 como pintor y en 1966 como escultor– expone regularmente en el país alternando con importantes galerías de Europa, Norte y Suramérica y en repetidas oportunidades ha representado a Colombia en certámenes internacionales.

 

 

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