MAESTRO CARLOS PINTINI
DIRECTOR EMÉRITO DE LA ORQUESTA SINFÓNICA NACIONAL
Carlos Piantini inició a los 10 años su actividad musical, cuando hizo su debut profesional como violinista. Antes de Convertirse en Director de la Orquesta Nacional se desempeñó durante 15 años, como violinista de la Filarmónica de Nueva York bajo la dirección de Leonard Berntein. Su decisión de convertirse en director lo llevo a Viena, donde estudio con el doctor Hans Swarowsky.
Piantini es Director de la Orquesta Sinfónica Nacional de la Republica Dominicana, fue director del Teatro Nacional y Profesor de estudios orquestales en la Universidad Inter-nacional de la Florida. También ha dirigido las Orquestas Sinfónicas de: Maracaibo, Venezuela, Nueva York, Viena, Washinton, Jerusalén y la Orquesta Internacional de Italia
ENTREVISTA A CARLOS PIANTINI60 años de música sinfónica en DominicanaPor Antonio Gómez SotolongoPregunta ¿Cuáles fueron para Ud. los momentos más importantes durante su paso por la Orquesta Sinfónica Nacional de la República Dominicana?Respuesta Yo he tenido una relación muy especial con la Sinfónica, yo siento que la Sinfónica es mía, yo pienso que es mi orquesta… por supuesto que yo creo que a de Windt no le moleste que yo diga eso porque en realidad en esa orquesta yo fui de los fundadores… desgraciadamente no me ven en la fotografía esa que tenemos allá porque yo estaba ese día de refunfuñón y no me dio la gana de retratarme y no me retraté lo cual me ha pesado enormemente … vaina de muchachos … así que yo llegué a ser, con catorce años, cabecera de los violines segundos cuando fundaron la Sinfónica Nacional.
La Sinfónica para mí fue una gran experiencia en aquella época porque empecé a tener la práctica de orquesta. Entonces había allí dos músicos, de quienes siempre venero sus memorias, que fueron dos grandes amigos: Min Pichardo y Ernesto Leroux. Estos dos buenos violinistas… que lamentablemente en nuestro país, todavía, el músico tiene que buscársela y picotear, todavía, a estas alturas desgraciadamente, todavía, el problema de la Sinfónica es muy serio porque no hay gente que se dedique a estudiar porque aquí no vale la pena con los sueldos de hambre que están pagando. Siempre he dicho que si el gobierno cogiera los sueldos que le están dando a todos esos secretarios que no hacen nada, eso es lo que debiera estar ganando un músico que sí trabaja… pero desgraciadamente hasta hoy ningún gobierno ha demostrado interés por la cultura. ¡Ninguno! Aquí el único que hizo algo por la Cultura fue Trujillo que creó la Sinfónica, el Conservatorio, todas las instituciones culturales, la Dirección General de Bellas Artes, todo lo hizo Trujillo porque aquí no había nada… Para empezar hasta el Himno Nacional lo oficializó Trujillo, después ningún gobernante ha tenido ningún interés en el desarrollo. Se mantienen las cosas para decir que hay. Hay Sinfónica, hay esto pero … (¡^^”+ª!) El colmo está en que la Sinfónica no tiene un local donde ensayar. Hasta ahí llega la gravedad de la situación… ¡Bueno!… ¿Por dónde andaba yo que me fui un poco de la pregunta tuya?
P Andábamos por la relación suya con la Sinfónica y usted iba a comenzar a hablar de dos buenos amigos suyos que tocaron en la orquesta.
R ¡Ah sí!… te hablaba de Min y de Leroux. Ellos picoteaban en un programa en la HIZ, allí en la Avenida Mella, con el conjunto típico de Tito Martínez; allí interpretaban danzones, danzas, merengues, de todo. Entonces, yo iba siempre después de comida, arrancaba para allá y tocaba en lo que ellos estaban jorungando y hablando, o dándose sus tragos de algo que fabricaban. Y ahí aprendí yo a tocar pizzicato con dos dedos como en la guitarra porque me lo enseñó Min Pichardo, lo cual me vino divinamente bien para tocar el pizzicatode Chaikovski. Esa fue una de las cosas muy importantes que yo siempre digo que me beneficiaron en mi carrera, la cantidad de música popular que yo he hecho en la vida. La música popular te crea un sentido del ritmo muy estricto, no puedes variar porque te atraviesas. Yo siempre he dicho que hay dos clases de música: la buena y la mala. Hay música popular muy buena. No sé si tú sabes que yo le puse frac al merengue tocándolo en la Sinfónica, porque creo en eso. A mí me atacaron mucho, como siempre. Es muy bueno atacar a Carlos Piantini porque sales en la prensa porque atacaste a Carlos Piantini, pero yo he actuado siempre con la conciencia de que lo que he buscado siempre es lo mejor que yo puedo dar y he pedido a quienes han trabajado conmigo lo mismo. Siempre pido lo mejor. Yo hago una obra y siempre sale con lo mejor que yo puedo. No digo que eso esté bien y tampoco que está mal, pero eso es lo mejor que yo lo hago. Así hago mis decisiones. No me baso en familia, en amistad, nunca he creído en eso ni mucho menos en nacionalismos. Ese es el punto de vista más estúpido para el desarrollo de un país.
Así que aquella fue mi primera etapa en la Sinfónica. Ahora también recuerdo una anécdota de aquellos primeros tiempos. Una noche, cuando se estrenó la Rapsodia para piano de Luis Rivera, que entonces se llamaba Generalísimo Trujillo, si mal no recuerdo eso fue en un club militar que existía frente a la Fortaleza Ozama, y Trujillo, que era un gran amante del merengue, quedó encantado con la obra y al terminar de tocarla hizo que brindaran champagne para toda la orquesta. Con aquella euforia, después de todos los brindis, un grupo de amigos me enrolaron para ir a dar serenatas, tenía yo entonces como quince años. Y entre el relajito de la serenata he llegado a mi casa casi amaneciendo y ya papá estaba trabajando porque papá y mamá vendían leche y se levantaban como a las cuatro de la mañana. Cuando yo llego, que me doy cuenta del disparate que he hecho. No sé, pero tocamos como cuarenta serenatas. Llego a mi casa, papá me mira y me dice “vete a acostar que debes estar cansado” y yo dije “ah, pero me salvé, está bien”. Me voy a acostar y al otro día había un gran baile con la orquesta de Luis Alberti que venía de Santiago, que para nosotros en aquella época hablar de la orquesta de Luis Alberti era como decir “viene Papá Dios para acá a tocar”. Yo estaba cenando en mi casa, ya con mi esmoquin tropical, muy que sé yo qué y veo a papá que mete un pan entero dentro del chocolate. Me acuerdo porque nunca lo había visto haciendo eso. El pan entero, lo cogió empapado en chocolate, se paró y me lo tiró en el pecho y allá fue entonces el regaño: “Mire muchacho, cómo se atreve usted a pensar que va a salir, usted tiene un mes entero que no va a salir de aquí. Un hombre decente no permite que el sol le agarre en la calle”. Bueno, se me fracasó mi baile y estuve “trancado” un mes.
Después de esa época vino algo muy importante para mí. Apareció primero la posibilidad de una beca para ir a estudiar violín en Chile, pero eso no pudo ser; entonces, papá me dijo: “No te apures, yo te llevo”. Y teníamos una casita y esa casita papá la vendió para llevarme a estudiar violín a México. Así que tú te imaginas los que significa para mí mi padre. Teníamos una casita en la Casimiro de Moya y esa se vendió para nosotros ir a vivir a México. Eso fue en 1954 y fue una etapa de desarrollo. Ya en México, donde pasé casi cuatro años, tuve un desarrollo mucho más serio y al regresar aquí Trujillo me nombró Concertino de la Orquesta Sinfónica Nacional. Entonces el Titular era Caggiano. El pobre, recuerdo que una vez se dio una caída aquí y fue fatal porque quedó cojo para el resto de su vida, entonces yo le decía “el cojo director”. Yo lo quería mucho a él, mucho, mucho y fuimos grandes amigos.
Aquí también tuve el placer de trabajar en esa época con Montelly quien fue miembro del Cuarteto de Roma, en Italia… ¡Ah! Y otra cosa que se me olvidaba… tan importante… Mi debut como solista con la Orquesta Sinfónica Nacional había sido un tiempo atrás, cuando yo tenía como quince años de edad
Y fue interpretando el concierto de Mendelssohn bajo la dirección de Casal Chapí. De ese día guardo un recuerdo muy gracioso. Termino la cadencia del primero movimiento y entra la orquesta y yo muy feliz porque la cadencia me había quedado muy bien y cuando el violín tiene que entrar otra vez yo sigo muy tranquilo y oigo a Casal Chapí que me tararea la parte del violín, pero yo estaba tan encantado que no me daba cuenta de que tenía que entrar. Y no fue hasta que escuché el pie que da la orquesta, un poco más adelante, que me di cuenta que debía seguir tocando. Ese fue un accidente que me pasó y otro fue tocando en la Universidad Autónoma de Santo Domingo. Tenía yo el sol en la cara, era en el Aula Magna donde entra el sol por unos ventanales grandes que allí hay y estaba tocando la Chacona de Bach y de pronto, mientras estoy tocando me digo: “Bueno, si esto ya lo toqué” y así comencé a repetir como en un círculo vicioso y no sabía como acabar aquello. No me acuerdo cómo fue que salí, pero salí y, gracias a Dios, aquí estoy si no allí estuviera tocando todavía el mismo fragmento de la Chacona.
Después de esta época como Concertino de la Sinfónica me fui a Nueva York y fue el período más largo que estuve fuera, desde el 54 que me fui hasta el 62 que volví al país que me invitó Simó a tocar el concierto de Beethoven. Toqué mi concierto y Simó me dijo: “¿Y por qué tú no diriges?”
Tú sabes que Manuel Simó era un hombre muy especial. Él sabía que era compositor y estaba buscando siempre quien dirigiera en la Sinfónica, él nunca tuvo problemas con eso, él invitaba muchos directores para que trabajaran con la Sinfónica. Manuel Simó hizo una labor muy importante en la vida de esta Orquesta. Desgraciadamente, no se le dio nunca el verdadero valor, porque como ya te dije nuestros gobiernos nunca han tenido conciencia de lo que es la vida nuestra, de lo que significa para un país el nivel cultural. Hay una cosa muy importante, un país muestra su calidad según la calidad de su orquesta sinfónica, ese es el termómetro para medir la calidad de un país. La calidad humana, la calidad de cultura se puede medir según su orquesta sinfónica. Un buen país, sólido de cultura no permite que tengamos una orquesta como la que tenemos nosotros donde nos faltan músicos, que no tiene esto que no tiene lo otro, que no tiene local. Eso te indica a ti la pobreza de mentalidad de las áreas gubernamentales. Pero en todos los gobiernos, Balaguer, este señor que está ahora gobernando, todos los gobiernos han sido igual, ninguno ha tenido ni la noción más ligera de lo que es cultura para un país. Nunca le ha interesado, eso no gana votos. Eso gasta dinero y no gana votos.
Así que entonces yo estaba hablando de Simó … Bueno, vengo al año siguiente y dirijo mi primer concierto con la Sinfónica. Me acuerdo como si fuera ahora que estaba el Maestro Fello Ignacio en el primer ensayo. Hice la overtura El Carnaval romano. Entonces me dice el Maestro: “Carlitos, pero tú debieras dedicarte a la dirección porque tú eres un director muy natural”. Entonces preparo mi concierto…
P ¿Con quién estudió Ud. para ese concierto?
R Con nadie, yo solo. No te olvides que ya yo estaba en la Filarmónica de Nueva York y allá yo tenía la mejor escuela de mi vida, que fueron esos quince años dentro de esa orquesta con los más grandes músicos del mundo. Tocando con ellos, haciendo música con ellos. Aprendí mucho… Tú te fijas como es mi técnica de ensayo. Aprovecho el tiempo. Yo soy una persona que trabajo basado en disciplina. Tengo un sistema de trabajo que aprendí siendo músico en la Filarmónica. Aprendí que es lo que no se puede hacer. Por ejemplo, estamos tocando un pasaje y tu llegas y me tocas un si bemol en lugar de un si natural, yo no te digo nada porque yo me imagino que tú te diste cuenta igual que yo de que tocaste una nota mala. Yo vuelvo y lo repito y vuelves y me haces el mismo error. Entonces yo digo: “Maestro, corrija eso porque no debe ser un si bemol, debe ser un si natural”. Y el músico dice: “!Ay! perdón Maestro, es que no me di cuenta”. Porque yo siempre creo que el músico debe tener un sentido de que está haciendo música de cámara, debe escuchar a los demás.
Bueno, aquella vez terminé mi primer concierto como director y le dije a Manuel Simó: “Maestro, me gustó, me gusta la cosa”. Al año siguiente volví e hice tres conciertos.
Por aquellos años se creó en los Estados Unidos la Liga de Orquestas Sinfónicas y todos los años se preparaban unos cursos de verano en los que se daban Master Clases para Directores. Aunque yo no era un Director formado conseguí mediante algunas conexiones en la Filarmónica de Nueva York que me aceptaran en esos Master Class. Ahí vino Hans Swarovsky y en una de las clases me dijo: “Yo no sé que hace usted tocando el violín, porque usted es un director natural”. Con eso me envenenó. Eso fue en el 1969. Me envenenó la mente.
Hice mi debut con la Filarmónica de Nueva York dirigiendo el Réquiem de Verdi y ya en 1971 no aguanté más y pedí un permiso, una licencia sin sueldo por un año para irme a estudiar a Viena con Hans Swarovsky y allá me sucedió algo muy gracioso.
En Viena recibí una carta de la Filarmónica cuando faltaban seis meses para que se cumpliera el permiso que ellos me habían dado. Me decían que necesitaban saber si yo iba a regresar o no para poder contar con la plaza que yo tenía allá como violinista. Si yo no iba a regresar ellos tenían que poner a concurso aquella plaza. Tenían que poner a funcionar la maquinaria para poner mi puesto a oposición como siempre se hace allí.
¡Tremenda decisión! Un hombre con cuatro hijos, una mujer, sin entradas, sin seguros, sin nada. Decidir si iba a dejar una cosa tan sólida como la Filarmónica de Nueva York donde yo tenía seguro de vida… ¡Bueno, todo!… Porque ya al llegar a una orquesta de esa categoría tu tienes el resto de tu vida garantizado. Una pensión muy sólida y todo eso… y yo me senté entonces y le dije a mi esposa de aquella época y a los hijos míos que estaban allí, todo lo que estaba sucediendo y todos me respondieron, especialmente mi esposa, que aquella era una decisión que ellos no podían tomar por mí, pero que cualquier determinación mía, fuera cual fuera, ellos la iban a respaldar. Después de eso me acuerdo que esa noche me quedé sentado a oscuras en la sala mía en Viena y me quedé dormido y en el sueño… Yo nunca me acuerdo de los sueños, el 97% de las veces que yo sueño no me acuerdo pero de ese sí me acordé … Lo vi clarito como si estuviera pasando en realidad. En el sueño regresé a la Filarmónica y la cara de burla de los músicos y el choteo porque yo había fracasado me despertó. Entonces le dije a mi mujer: “!Renuncio!”
Hice mi carta, me acuerdo como si fuera ahora, y cuando la eché en el buzón sentí como el exorcista. Respiré y sentí que era libre y hasta el sol de hoy nunca me ha faltado trabajo. Por suerte.
Estando en Viena, Peter Morales me ayudó mucho para que Balaguer me nombrara embajador cultural ante las Naciones Unidas porque nosotros no teníamos sede diplomática en Austria. Ese fue entonces mi único sustento, no era mucho dinero pero algo servía. Estábamos todos allá, menos una hija que se quedó en Estados Unidos porque tenía amores con su actual esposo y no quiso irse a Europa.
En 1973, cuando terminé mis estudios en Viena, Balaguer me nombró Director del Teatro Nacional, fue entonces cuando regresé al país nuevamente.
Como Director del Teatro Nacional traté muchas veces de que la Orquesta Sinfónica Nacional se mudara para el Teatro. Pero Simó nunca quiso. Si entonces se hubiera hecho eso nunca nadie le hubiera podido quitar esa casa a la Orquesta. No sé, parece que en eso Simó no confió en mí. Quizás pensó que yo me iba a quedar con su trabajo o lo que fuera y no pasó así y ya tú ves como estamos más de veintiséis años después, ni siquiera tienen donde ensayar.
En mis años de Director del Teatro, además de las temporadas que Simó hacía, yo tenía una temporada con la Sinfónica en el Teatro Nacional que yo patrocinaba, donde yo dirigía la mayoría de los conciertos. Traía directores invitados, solistas; una cuestión pequeña de tres o cuatro semanas.
Yo tuve en esa época una asociación muy directa con la Orquesta. Dirigí la primera ópera, fue La Traviata, y pedí un poco más de dinero para los músicos porque yo les estaba poniendo un poco más de trabajo y los sueldos en esa época realmente eran vergonzosos, como lo son hoy. Menos mal que hoy está la Fundación que da una ayuda. Es increíble que a estas alturas del juego estemos así.
Aquí hay más Subsecretarios de Estado que en China, un país que tiene doscientos y pico de millones de habitantes, esto es una cosa que es un chiste, un chiste de mal gusto diría yo.
Conseguimos entonces en aquella época algún dinero para hacer aquella primera Traviata en el Teatro Nacional y me vanaglorio de que durante los años en que yo fui Director del Teatro Nacional tuve una relación muy fuerte con la Sinfónica. Presenté veintiocho funciones de ópera en siete años. Hice en un año una temporada de ópera e hice cuatro óperas consecutivas. Con aquello se perdió hasta la camisa pero lo hicimos.
Después vinieron más de veinte años en los que no se pusieron óperas hasta que en el período de Natacha volvieron a la escena. Ella, Natacha, yo considero que ha sido una gran Directora del Teatro. Ha sido una mujer con una cultura muy sólida. Ella me llamó para que le preparara las puestas de esas óperas que se pusieron en estos últimos tres años.
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