LA PINTURA DEL DOMINICANO
ALONSO CUEVAS
FERNANDO UREÑA RIB
La pintura del dominicano Alonso Cuevas se hizo notoria a mediado de los años setenta y continuó siendo un puntal de referencia para críticos y artistas durante toda la década siguiente cuando el artista residía en Madrid. Cuevas pertenecía al llamado Grupo de los 7, junto a Alberto Ulloa, Manuel Montilla, Kuma, y otros de su generación que no alcanzaron igual brillo.
De espíritu apacible y reflexivo, la pintura de Alonso Cuevas es una que busca la magia y el origen en la materia misma de las cosas, como si de esa materia fuera posible extraer las energías secretas que mueven el mundo. Desde este presente temporal y desde ese silencioso ángulo, el objeto ejerce su autoridad, su dominio, e influye poderosamente en la vida. Esta visión particular de la pintura de Cuevas le ganó una merecida atención y prestigio, porque además, Cuevas nunca comercializó excesivamente su trabajo ni lo hizo descender a los niveles de la decoración agradable y esteticista predominantes en el medio.
Pero plásticamente, la pintura de Cuevas tiene valores inestimables. En Cuevas se dan los signos del paisaje como un dato visual, como una estructura horizontal básica sobre la que aparecen detalles geológicos, restos de civilizaciones antiguas y olvidadas, o simplemente accidentes del terreno. No es por tanto el paisaje tradicional, sino el informalista, cargado de elementos premonitorios. El color confiere a estos paisajes una dimensión insospechada.
Tan cercano a la abstracción como a la figuración, no sabemos si un promontorio nos conduce a la llanura de un mapa geodésico o si se trata de alguna forma visceral que surge de pronto, como resultado de una visión microscópica de la vida y del mundo.
Cuevas celebra esa ambivalencia, esa ambigüedad, esa dislocación ese ilogismo de la existencia. A veces, Alonso Cuevas permite que un empaste grueso y rico se superponga a otros de tonalidades semejantes, y convierta sus lienzos en una intrincada urdimbre visual que es preciso destejer y desenmarañar para adentrarse poco a poco en su mundo que señala, con indicios y pequeños signos, el destino del hombre.
FERNANDO UREÑA RIB
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