LA EXPLORACIÓN INTENSA DE
ADA BALCÁCER
FERNANDO UREÑA RIB
ADA BALCACER
No se puede mirar a las pinturas de Ada Balcácer con indiferencia. Resplandecen. Algo en ellas le hala, le succiona y es preciso acercarse, tocarlas, meter la nariz en la urdimbre de hechizos con los que ella conjura maleficios y aleja malos espíritus. Desde detrás del lienzo aparecen promontorios, hondonadas, rasgaduras, intaglios. Usted advierte que hay algo de ritual en sus gestos pictóricos.
No es posible el letargo. Alerta, usted hurga esas texturas y descubre que hay una sucesión de capas delgadas de color que se superponen y atrapan la luz desde distintos ángulos. Son redes que le atrapan en una especie de embrujo. ¿Cómo es posible que el color se transforme ante sus mismos ojos? El secreto es la luz. O más bien, la magia de la luz. Ella domina el tema que estudia desde sus días tempranos, desde esa adolescencia tumultuosa y lejana que le acechaba en las riveras del Sur. Es la luz, que enceguece y cautiva, que cambia y se transforma sin dejar de ser ella misma.
Ella desintegra el color en partículas que se subdividen o en trazos adyacentes y contrapuestos que van formando una intrincada madeja, un haz luminoso.
Es verdad que ya se fue de la isla, se fue de entre nosotros esa hada luminosa que conjuraba maleficios. Ada Balcácer vive ahora en South Beach, en la Florida, rodeada por los bártulos de su taller. Allí Ada no cesa de descubrir, de inventar, de arar sus lienzos y sembrarlos como si fueran surcos. Todo lo que ella siembra busca la luz, como semillas ávidas, urgidas. Siempre buscando en su obra esa luz apasionada e intensa que es capaz de conjurar maleficios y ahuyentar malos espíritus.
Así, resuelta y eficaz, la pintura de Ada Balcácer resplandece, aún desde lejos. porque ella se adueña de sus espacios y los reconstruye milímetro por milímetro y sin embargo, no parece su obra el producto de una racionalización de ese espacio sino la espontánea y creativa aventura de la forma misma, de trazos, sombras y gestos sugieren.
Hablamos pues de la pintura de una mujer que ha sabido luchar y sobreponerse a la adversidad, a la cotidianeidad y a la indiferencia mediocre del medio circundante y así, afincada sobre una torpe estructura de rituales burocráticos, ella se yergue altiva y eleva sus banderas (Porque cada pintura de Ada Balcácer es como una bandera, como un estandarte) y señala el camino que han de seguir las nuevas generaciones del arte latinoamericano.
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