ANTONIO PRATS VENTÓS
Y SU DIÁLOGO CON LA MADERA
MARÍA UGARTE
“No hay arte abstracto o arte objetivo. Hay arte bueno o malo” (Antonio Prats Ventós)
Para Antonio Prats Ventós, el escultor domínico-catalán que se fue de este mundo hace muy poco, ningún material tuvo secretos. La talla en piedra, tanto la humilde piedra de la cantera como el más bello mármol de Samaná, provocaba en él un especial suspenso, porque como decía, “no es posible prever lo que contiene en vetas, en jaspeado, en manchas, hasta que llega el momento de trabajarla”. Un enigma que le cautivaba, partidario como fue siempre de los retos.
Con los metales trató de solucionar las limitaciones que le imponían la piedra y la madera. Limitaciones que logró superar en sus esculturas de hierro con soldaduras de bronce y cobre, de hierro forjado o de acero niquelado. Para ello aprendió el duro oficio de soldador, pero afrontó con gusto los riesgos y las dificultades por la fascinación que le ofrecía el resultado.
Piedras, mármoles, piedras semi preciosas y metales se convirtieron en sus manos en hermosas piezas que revelan su poder creativo, su habilidad y su extraordinario dominio del oficio.
Pero no cabe duda de que a lo largo de su exitosa y fecunda carrera de escultor fue la madera la materia que mejor se adapta a su temperamento.Hijo de un escultor catalán, trasplantado a la República Dominicana cuando todavía era un joven adolescente, vino a echar raíces en un país que iba a ofrecerle bellísimas y abundantes maderas que habrían de determinar para siempre su destino.
Antonio Prats Ventós pudo conseguir en esta tierra troncos sanos y recios, en los que a simple vista su imaginación le permitía adivinar volúmenes, espacios y oquedades. La caoba, el guayacán, el roble, la baitoa y la sabina, todas maderas nobles, se transformaban en las manos del escultor en formas y en figuras, en las que la materia se convertía en colaboradora y cómplice del creador, induciéndole a someterse a sus caprichos.
Y es que al lanzarse a comenzar una obra, el tronco, que siempre le recordaba el cuerpo femenino, guiaba su mano. Y cuando surgía una veta o un nudo se establecía el diálogo entre la materia y el creador, y éste seguía la insinuación de aquélla. El artista se plegaba con gusto a la tiranía de la madera.
Esta identificación, esta colaboración entre materia y tallista, fue una constante en el trabajo de Prats Ventós con la madera. Lo fue ya, cuando al comienzo de su larga andadura tenía como único mentor a la naturaleza y tallaba formas de sensuales redondeces, de exuberantes curvas…
Y lo fue luego, cuando emprendió la singular aventura de construir el Bosque, un conjunto de 40 piezas talladas en sabina que marca un hito en la carrera del artista. Un trabajo que hizo con pasión y con entrega total en el que cada escultura, cada unidad, no obstante seguir idéntica modulación que obedece a la idea genérica del Bosque, presenta características distintas sugeridas al escultor por la materia misma. Y mientras la mayoría, son de una rotunda verticalidad, irguiéndose airosamente en líneas rectas, unas pocas, plegándose obedientes a la conformación del tronco en que están talladas, se alzan con ondulaciones y sinuosidades que alteran el ritmo del ascenso. Algunas piezas son lisas y macizas; otras tienen profundas hendiduras que las traspasan, creando espacios alargados; sin que falten las que muestran, tímidamente, protuberancias y abultamientos.
Afirmaba Prats Ventós que las oquedades y las irregularidades de la sabina le evocaban flores, insectos, pájaros y en ocasiones hasta figuras humanas. La sabina en que están esculpidas las piezas del Bosque es una madera blanda y olorosa y las más altas sobrepasan los tres metros. Para el escultor resultó fascinante tallar esta madera, en cuyos troncos, a medida que iba trabajándola, aparecían los colores que pasaban en vetas del granate al rosado y del rosado al blanco, sugiriendo al artista lo que debía hacer. El diálogo entre materia y creador estuvo presente en cada instante durante el proceso inolvidable de tallar el Bosque.
Al cabo de unos años, pensó el artista que no en todas partes es siempre la naturaleza dominicana tan serena como revela El Bosque. A veces es muy agresiva y en ella crecen cactus, espinas y flores silvestres. Y decidió entonces tallar las 20 piezas que integran La Selva con un concepto menos unitario que el Bosque, más cargado de disonancias, donde a las formas verticales habrían de oponerse las redondeces, donde la superficie lisa y tersa del Bosque sería suplantada por la violenta presencia de las puyas y de los bruscos y hasta procaces salientes de la materia. El Bosque es complaciente. La Selva es agresiva. Y pensó el escultor que si la sabina-blanda y olorosa-había sido el medio ideal para tallar El Bosque, la caoba se prestaba mejor para esculpir la Selva. Y fueron las formas orgánicas de la caoba-la veta, el nudo, las protuberancias o las oquedades- las que sugirieron al artista el camino a seguir.
El Bosque y La Selva gravitaban siempre sobre el recuerdo y la inspiración del artista, y se dio cuenta de que en aquellos dos conjuntos faltaba algo muy relacionado con nuestro medio y con nuestra idiosincrasia: sensualidad.
Y de ahí surgió la Colección Antillana en la que trataría de resumir todo lo anterior, porque en esta serie, de la que había ya terminado, y hasta expuesto, varias piezas y a la que todavía no había dado fin al ocurrir su muerte, Prats Ventós combinaba la serenidad del Bosque, la agresividad de la Selva y un nuevo ingrediente, la sensualidad. Para la Colección Antillana hizo el tallista uso de la caoba y del roble y, a simple vista, las piezas que la forman son más barrocas que las anteriores. Acerca de esto decía su autor: “producen esa impresión porque tienen más oficio”.
No es posible abarcar en unas pocas páginas, no sólo la obra completa de este gran trabajador, ni siquiera todas su esculturas en madera, pero quedaría trunco este artículo si dejáramos de referirnos a dos de sus más conocidos conjuntos: las Meninas, las Damas y las Infantas por un lado, y por el otro, el gigantesco Pesebre que hizo sonreír complacido al Sumo Pontífice cuando lo contempló en una visita a la Catedral Primada de América.
En el lapso transcurrido entre la terminación del Bosque, a cuya creación se entregó apasionadamente durante varios meses, y el inicio de la Selva, que habría de realizar unos años después, Prats Ventós, además, de tallar una serie de 10 esculturas que bautizó con el nombre de Procesión por un Arbol Muerto, de intención ecológica y en la que todas las piezas tienen un solo tronco, emprendió la talla de Las Damas, Las Meninas y Las Infantas, frescas y delicadas figuras, personajes inspirados por Velásquez y que, dentro de su empaque señorial y de su rígida indumentaria, revelan en el gesto apenas insinuado y en los rasgos levemente sugeridos, la picardía y el salero propios de la juventud y de la infancia. La creación de estas figuras en relieve o en bulto, aisladas o en grupo, fue motivo de gozo y diversión para el artista. Con ellas conversaba y discutía en su taller y a menudo fueron a modo de duendecillos traviesos que revoloteaban a su alrededor dictándole un movimiento grácil o un gesto pícaro y mofándose de él cuando lo advertían indeciso ante una forma o un color.
Porque tanto en la serie de Las Damas, como en las de Las Meninas y Las Infantas, Prats Ventós hizo uso de la policromía, que, aplicada parcial o totalmente, imprime a las esculturas la riqueza de una obra de orfebrería. En estas piezas, en las que lo figurativo prima sobre las formas abstractas, hay gracia, armonía y un delicioso lirismo.
Cuando se recuerda el trabajo en madera de Prats Ventós, numeroso y variado, no se pude obviar la descripción del conjunto que él tituló El Pesebre. Un grupo de dimensiones fuera de lo común en este tipo de representaciones, en el que las figuras son de tamaño natural y están talladas en caoba. En estas imágenes, la policromía, semejante a la utilizada en Las Meninas, Las Damas y Las Infantas, desempeña un papel primordial. Aparecen en el Pesebre todos los personajes propios de un Nacimiento tradicional: la Sagrada Familia, los Reyes Magos, los pastores, la vaca, el burro, un gallo cantarín y varias ovejas, cuyo número fue aumentando año tras año. Y dominando la escena, con sus alas desplegada, el Ángel protector; una figura entrañable para Antonio Prats Ventós, quien lo utilizó como tema tanto en relieves como en esculturas de bulto o en pinturas.Otras series de tallas en madera: búhos, rabinos, apóstoles, junto al extraordinario retablo de la Basílica de Higüey y las diferentes interpretaciones de Cristo Crucificado y de la Virgen de la Altagracia, son los principales trabajos en madera de este artista que durante su paso por la vida dejó un legado tan rico en número como valioso en calidad. Un ser, éste, dotado de enorme sensibilidad, extraordinario talento y una asombrosa capacidad de trabajo, cuya obra merece ser conocida, estudiada y conservada, no sólo por sus contemporáneos, sino también por las generaciones futuras que podrán ver en él un ejemplo como artista y como hombre.
ANTONIO PRATS VENTÓS
Llegó a República Dominicana en el año 1940 como refugiado político y adoptó esta nacionalidad.
Fue profesor de Escultura en la Escuela Nacional de Bellas Artes de 1950 a 1958 y de diseño y decoración en la Universidad Pedro Henríquez Ureña de 1967 a 1978.
Además de muchas muestras expositorias, tanto en el país, como en diversas partes del mundo partecipó en importantes exposiciones, entre las cuales citamos la Bienal Hispanoamericana de la Habana, Cuba; la de Barcelona, España; y la de Sao Paulo, Brasil.
Ganó unos segundos Premios de Escultura en la II y la VIII Bienales de Artes Plásticas de Santo Domingo. Mereció honores especiales en la IV Bienal y los primeros premios en las V, VI, VII y IX Bienales.
Entre los importantes monumentos que Antonio Prats Ventós realizó en el país, citamos el de la Plaza de La Trinitaria en Santo Domingo, el de los Héroes de la Batalla de Sánchez en San Juan de la Maguana, así como los de Duarte y de los Héroes del 19 de Marzo en Azua.
Entre sus obras, que se encuentran en importantes museos, hoteles, universidades, iglesias, jardines y colecciones privadas de República Dominicana, se destaca el Altar Mayor de la Basílica de Higuey.
La ciudad española de Barcelona, vio nacer a Antonio Prats-Ventós, un día de Junio de 1925; sin imaginar siquiera, que traspasaría todas las barreras hasta convertirse en un prolífero y admirado artista, en República Dominicana, la patria que le recibió, con los brazos abiertos, siendo un jovencito. Su nombre aparece junto al de los más grandes artistas porque la mayor parte de su vida la dedicó a su gran pasión, la escultura, la pintura, el dibujo y la cerámica, logrando crear incalculables obras de arte, para deleite de los sentidos de aquellas personas de gran sensibilidad humana.
Por la inteligencia mostrada desde pequeño, sus padres, Ramón Prats y Monserrat Ventós, quisieron llevarlo a estudiar ingeniería eléctrica y lo inscribieron en la Escuela Industrial y a pesar de que durante el test de inscripción se descubrió su vocación por las artes, él estudio la profesión elegida por sus progenitores. Pero la guerra civil de 1936, en su país cambió radicalmente la vida de Tony, como le llamaban sus amigos. A los 14 años fue internado junto a su hermano Ramón de 11 años, en un campo de concentración para refugiados en las afueras de Perpignan, en Francia, donde encontraron un ángel, que les ayudó a escapar y llegar al regazo de la madre, viviendo por un tiempo en la ciudad de Chartres.
El 11 de Enero de 1940, llegó a República Dominicana a bordo del trasatlántico francés Cuba, junto a su familia y a otro grupo de refugiados españoles que huían de las garras de la guerra; ahí se inició su aventura americana, y del puerto se dirigieron a una pensión en la calle La Atarazana, lo que fue su primer hogar en el país. Luego se trasladaron a la ciudad de La Vega, donde Antonio, siendo un adolescente, comenzó a impartir clases de dibujo en la Escuela Normal de Señoritas.
Luego, regresó a Santo Domingo, donde mientras trabajaba, se hizo ingeniero geofísico. En sus tiempos libres y guiado por su innata vocación de escultor, comenzó a tallar algunas figuras y en su afán por darse a conocer como escultor conoció al doctor Heriberto Pieter y al coleccionista suizo Frank Naescher, quienes le compraron algunas de sus primeras producciones.
Los vientos de prosperidad comenzaron a soplar para Antonio, y logró instalar su taller y mientras trabajaba asistía a la Escuela de Bellas Artes , donde fue nombrado profesor de Escultura en 1950.
De acuerdo a los datos recogidos por María Ugarte, en su libro, “Prats-Ventós”, para este prolífero artista, la pieza que tenia en proceso era siempre la más hermosa, la más querida, su preferida, mientras la realizaba se entregaba con gran pasión.
Andando entre la belleza natural, de la ciudad sureña de Azua, se encontró con la joven que trasformaría su vida, Rosa María García, con quien contrajo matrimonio en 1945 y procreó sus hijos : José Ramón, Juan Heriberto, Monserrat y María Rosa. Quienes a su vez le dieron la alegría de ser abuelo de José Antonio, Jhoan, Odemary, Jeannette Marie, Monserrat Milagros, Jose Luis, Shum Antonio y Yeril Monserrat.
Hombre trabajador. Como padre y esposo, es calificado por su hija Monserrat, como un ser cariñoso y honesto, que llegó a ser el mejor amigo de sus hijos, por lo que ella se siente orgullosa, la satisfacción que le embarga por ser su hija no por el gran artista que es, sino por el excelente ser humano que fue su padre. El 13 de abril de 1999, partió al infinito dejando como legado tanto a su familia como a la sociedad una vasta obra de arte.
|
|
FÁBULAS URBANAS |
Leave a Reply