JOSÉ MÁRMOL
ESQUICIO DEL VUELO
José Mármol escribe poesía con una profunda e irrevocable vocación de profeta. No es extraño. La poesía es muchas veces eso, profecía. La intuición de un mundo posible aún no creado que va formándose en torno al verbo, a la palabra apenas pronunciada, someramente esbozada sobre la cuartilla anhelante. Se diría que para escribir, Mármol se ciñe una tiara sobre la cabeza y sobre el felonión y la vestidura talar púrpura, o algún pectoral engarzado con piedras de topacio.
De ahí la solemnidad de su palabra poética y su visión de futuro: “Voy a dibujar un pájaro que es su mismo vuelo…” Una sutil influencia de otro Sumo Sacerdote de la poesía en lengua castellana, de Franklin Mieses Burgos, se advierte en el carácter aéreo o etéreo de algunas de sus imágenes. Pero esta es otra voz. Auténtica y ágil que se enfrenta al mar desde el acantilado, o que busca el aspecto intangible de las cosas: “Superficie de luces agotadas donde apenas el sonido de la sombra suena”.
Lo inexplicable (como ocurre en las frases inexpugnables de la fe) adquiere una cierta corporeidad, un peso específico, un tamaño no descubierto aún. La poesía de José Mármol es siempre un anuncio, una premonición o una advertencia. Dentro del mundo creado por el poeta, sólo él traza los límites, establece los frentes, las guaridas, las máquinas de destrucción, de redención o gloria, las emboscadas. Los ríos, por trazar aún sobre la sierra o el valle, aguardan en lo desconocido la poderosa orden de su mano y de su voz.
Fernando Ureña Rib
esquicio del vuelo
voy a dibujar un pájaro que es su mismo vuelo. y un vuelo que aún no tiene pájaro. vuelo que se crea con su pájaro. pájaro agotado en los tonos de su vuelo. no voy a dibujar un pájaro volando sino al mismo vuelo dibujándose. y en mi turno de sentirme dios. voy a crear un himno para el viento y la memoria.
poema 24 al ozama: acuarela
superficie de luces agotadas donde apenas el sonido de la sombra suena. yo te nombro ciudad irreal hundida en la penumbra de un recuerdo invernal. el Ozama que fluye por cada objeto a la deriva es una historia. el Ozama que sube del fondo de la noche hacia mi palabra. un pez flota suspenso entre la imaginación y un escarceo brillante de hojas secas. el Ozama refugio del miedo de la noche y de toda la pobreza de unos hombres. largo testimonio de secretas temporadas de amor y de todo excremento vertedero. yo te nombro ciudad irreal hundida en la penumbra de un recuerdo invernal. cuando en la orgía de las horas oscuras no queda diferencia y el amanecer estalla en su maravilla cotidiana. cuando el silencio penetra el aire ancho y el murmullo de los troncos y las piedras. el río que hay en el Ozama empieza a sudar leche de luna y baba, empieza a mostrar sus ahogados, sus ángeles suicidas. sus dioses imperfectos. sus luases orinados, sus vírgenes violadas por murciélagos y sapos, los lanchones de hueso dejan la superficie cantando su retorno hacia lo profundo, todo mi cuerpo, toda mi memoria contenidos por el río que corre en el Ozama. todo mi ser desgonzado y transido. superficie de luces diluidas donde ya no se oyen las rancias velloneras. yo te nombro ciudad irreal hundida en la penumbra de un recuerdo fatal.
bañarse de símbolos
A la playa de las aves. de los peces distantes. de las olas vidriosas y el color de la sal. a la playa de los seres. de los niños. de los perros realengos yo no voy. me quedo en esta playa innombrable del lenguaje. en esta que inmóvil me baña de sonidos. en esta que compone. en esta que ha engendrado razones de color. en la playa de los símbolos me solazo y desgonzo. en la playa que se expande por tu boca cuando me hablas.
Deus ex machina
Arroja tú los dados, Señor, te ha llegado el turno y es invierno. Arrinconado está el tridente, una piel de ceniza cubrió las cordilleras. Señor, he aquí el canto de la luz a ti debida, en la quietud del mar y discreción tan pura de la noche infinita. He aquí a tu hijo Elfuego, ardiendo con su tacto la superficie toda y al agua seduciendo con su lengua dorada. Ved aquí, Señor, su hermanastra Elalba, hierofanta líquida, posesa de las formas. Ellos narran en su tremendo idioma las celebraciones, la obediencia y el pecado. Arrójanos tú esta vez, Señor, la semilla y el varón de la especie más sana. No lo anuncies al azar, porque deviene llanto y se alza con el tibio rumor del pavimento, y otra vez se nos pierde, nos castiga, nos repudia. Que nadie sino tú, oh Señor, esgrima esta vez el cuchillo del jifero; madure un acorde cuando la vida cese y la lluvia limpie, sorpresiva, las caderas uncidas de los copulantes. Arroja tú los dados, Señor, te ha llegado el turno de lo ineluctable. Despídelos sin miedo de tu anchurosa mano, porque a los ocho lados la suerte nada espera, y hacia la muchedumbre y el desastre apunta el cielo. Arrójalos tú, Señor, te ha llegado el turno y es ardiente verano.
Idioma de los dioses
De ti, como de un río, adoro cuanto fluye. Volando y danzando como los dioses hablan. Amo tu rápida presencia, única manera de pasar, transfigurando en vuelo la quietud y la espera. Idioma poderoso del mineral y el árbol. Néctar salobre de las venas abiertas y miembros destajados en torno a la deidad. Palabras innúmeras con las que atemorizo y a la vez encanto las huestes de la noche y escuderos del día. Voces muy alzadas en sus puntas de roble, con las que canta el mago, gobierna el azar y predomina un orden geométrico de hielo. Grande la ocasión en que algo se consume y con su muerte alumbra y destapa lo esperado. Ahora canto y bailo y salpico de luz las brechas de la sombra entre las llamas. Volando y danzando, como los dioses hablan. Del aire me sostengo, el universo en mí se apoya, gira espeso. Mi verso ha domado al vellocino de oro y ya diezmó mi brazo a los jinetes bravos, a cuyos restos doy mi canción y mi otra espada. Grande la ocasión en que todos danzamos, como dioses mirando la miseria del reino. Palabras que brindaron alma y cuerpo a las ciudades. Soberano idioma, lenguaje de las piedras, del laurel, del río adormecido en sus meandros; alfabeto de grutas intocadas, de lagos suspendidos y pájaros mudos henchidos de placer. De ti, como de un río, adoro cuanto es y ya no es y se transforma y pasa y queda suspendido. Oh idioma venturoso de los labios y las manos, de las praderas altas, los barcos diminutos, la cruz centuplicada en un mismo sendero. Oh danza de las danzas, con que los dioses cantan y bailan y nos llaman.
Retrato de mujer
En tu boca tiembla un pájaro tirado a lo sediento. En tus dedos, templos altos de luz andan despiertos. Habla con tu voz aquel ángel seducido por una magia, un cuerpo, un vocablo insospechado. Nada por tus párpados un pez bello y fugaz, y en la negra chorrera de tu cabello tieso, un celaje de carne con alas suena y brilla. No mis ojos te dibujan, no mi trazo maculado. No mi arte la perfila; es el agua desbordante que me asalta con mirarte, untadas por imanes lascivos ambas manos, y no importa que estés muda porque hablas con tocarme. Hay entre tus pechos matices imposibles, bosques y bahías, cañaverales limpios, mojadas poblaciones, algas finas, robles, yerba. Me asomo al intocable destello de tus manos y temo que mirándome se desnude tu voz, y como San Francisco de Asís hable a las aves, y se descalce y pese mucho menos que el aire. Mujer que lleva entera una bestia por ternura. Mujer que me desalmas con tan sólo nombrarme; mas no importa si estás muda porque cantas cuando miras. En tu vientre acuna un mar con veleros erguidos, en tu pelo un surtidor de la noche se desgrana, en tu boca de nubes y pájaros me pierdo, y no importa si estás muda porque cantas cuando amas.
Estación de invierno
Nieva dentro de mí, debajo de la carne y en la pared urgente de la soledad. Afuera, sin embargo, es día claro y nieva. Yonkers es un tráfago de torpe lodo gris, de techos amarrados a un silencio indescifrable. He tomado con sigilo mi tren hacia el eterno, sin que vagón alguno respire olor humano. Minutos después, un grupo de jóvenes árabes me cerca; hablan en su lengua gutural y baldía, surcada de polvo, torbellinos y sables, pero el cántico infeliz de los rieles me ha salvado. Era tarde. Arreciaba el milagro de sobrevivir a las facas del odio y la opulencia. Oré a la niebla y al bosque de la noche: en ellos se aposenta el dominio sagrado. Ya no temo a nada en el vajido de las rocas; hoy me reconozco viajero de la muerte. Acrece la cellisca y la humedad lo es todo. Nieva todavía en el cauce de mis huesos. Afuera, sin embargo, el hielo ha disipado su imponencia letal y los niños redimen urgentes esperanzas. Nieva por los bordes de mi meditación. Hace calor aquí; el trópico me alienta con tan sólo evocarlo, y las manos desnudas de una mujer me cubren. Afuera, sin embargo, es noche honda y muerte, y mi estación no existe, y el tren no se detiene en su viaje al invierno.
JOSÉ MÁRMOL
Nació en Santo Domingo, República Dominicana, en 1960. Estudió filosofía y lingüística aplicada. Profesor y coordinador de la cátedra de filosofía en prestigiosas universidades dominicanas. Fundador y director de la Colección Egro de Poesía Dominicana Contemporánea. Ha publicado los siguientes poemarios: El ojo del arúspice (1984), Encuentro con las mismas otredades I (1985), La invención del día (Premio Nacional de Poesía 1987), Encuentro con las mismas otredades II (1989), Poema 24 al Ozama: acuarela (plaquette con grabados de Rufino de Mingo, Madrid, 1990), Lengua de paraíso(Premio Pedro Henríquez Ureña 1992), Deus ex machina (Premio de Poesía Casa de Teatro 1994 y Accésit al Premio Internacional de Poesía “Eliseo Diego”, Excelsior, México, en ese mismo año), Lengua de paraíso y otros poemas (1997) y Criatura del aire (1999). En prosa ha publicado Monografía sobre Rufino de Mingo (en colaboración con José David Miranda, Madrid, 1991), Ética del poeta, escritos sobre literatura y arte (1997) y Premisas para morir, aforismos y fragmentos (1999).
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