L
a
oscuridad se levantó de pronto frente a nosotros como un muro que
atravesamos llenos de pavor y excitación. Sentíamos la inminencia y el
agobio de la lluvia que no se precipitaba aún, pero que respirábamos
en el aire duro de la noche. Rayos como látigos apartaban las sombras.
Los broques y bejucales de la orilla del río aparecían y desaparecían
sacudidos por el fuerte viento.
Había sido tuya la idea. Y fue bueno.
Bajamos a Boca de Chavón, un poblado de pescadores, para ver el
apeadero de garzas desde un bote. Yo contemplaba el paisaje a través
de tu asombro. El río multiplicaba y dividía los últimos colores de la
tarde y se convertía en un enorme caleidoscopio de metales líquidos y
fosforescentes. Tu querías regresar a Altos caminando entre los
manglares de la ciénaga hasta la escalinata de piedra que conecta la
ciudadela con el río. Llevados por una fascinación intensa olvidamos
la noche y la tormenta.
La lluvia cae ahora como ira
divina. Nos estremece el estruendo del agua sobre las hojas. Casi a
tientas, nos guiamos por el instinto, que se apodera de los sentidos.
Aprietas mi mano. Sentimos el peso del río y de sus aguas que caen
sobre nosotros y no sabemos ya si caminamos hacia ael Norte o al Sur,
si nos alejamos o nos acercamos. Solo sé que estás aquí conmigo, única
realidad asible que aparece bajo el súbito destello de los relámpagos
y desaparece durante el oscuro estrépito del trueno.
Resignados, abandonamos
nuestros cuerpos al placer de la lluvia. Arrastrada por el viento y
por las aguas noto que tienes de pronto otra imagen, otra estatura,
otra piel, otro idioma, otros recuerdos. Que eres una visión, un
celaje, un sueño más. Que cambias sin dejar de ser tú y siendo
simultáneamente otras. Siento la íntima y recurrente duda del amor.
Alcanzamos la escalinata con extrema dificultad. Los descansos son
rústicos y desiguales. Algunos largos; tan largos, que por instantes
dudas si subes o has comenzado a descender de nuevo. En silencio me
abrazas. Pero no eres tu quien me abraza. O quizás soy yo quien ha
cambiado. No vuelvo a oír tu voz que comienza a convertirse en tan
solo un recuerdo. Ignoro si te busco o te rechazo. Siento que
transitamos el sendero de la locura, que se nos escapan la razón y el
tino, aunque no la conciencia de la vida.
Ahora estoy solo y no tengo
tu mano. Ha cesado la lluvia. En Altos nada parece estar húmedo u ni
oscuro. Al contrario, pulula una alegría extravagante que no pertenece
ni al lugar, ni a la hora , que advierto en un reloj antiguo que
cuelga de un muro que parece antiguo, las siete y treinta de la tarde.
Te busco con avidez por los caminos sinuosos de la ciudadela pero
regreso una y otra vez al punto de partida.
Finalmente te veo y me
esfuerzo por alcanzar tu imagen elusiva que ahora se extiende hacia
las palmeras a las que subo sin dificultad mientras tu imagen se aleja
y crece inexplicablemente en la distancia. Y me dejas temblando,
arañando y deseoso de subir a tu cuello que ahora roza las nubes
violáceas de la estratosfera en la que ya flotas plácidamente,
desvaneciéndote, desvaneciéndote.